El progreso puede ser lento, pero el silencio por fin se ha roto — y eso marca el comienzo de una lucha que ya no se puede ignorar.
No hace mucho, me vi en una conversación con un grupo de residentes españoles bienintencionados que, con genuino entusiasmo, me dijeron lo afortunado que debía serme vivir en el municipio de Orihuela. Hablaban con cariño de su encanto, historia y cultura, y aunque valoraba su orgullo, sentí la necesidad de ofrecer otra perspectiva, moldeada por la vida en la costa.
Muchos que vivimos en Orihuela Costa no compartimos esa sensación de buena fortuna. Lejos de sentirnos integrados en el municipio, muchos residentes nos sentimos desconectados, como si viviéramos en un espacio paralelo, alejados no solo geográficamente de Orihuela ciudad, sino también institucional y socialmente. Les expliqué que lo que algunos dan por sentado como servicios básicos —una biblioteca pública, un centro cultural, programas juveniles e incluso educación adecuada— se niega a quienes vivimos en la costa.
Su reacción, aunque apasionada, reveló un malentendido común: vieron mis preocupaciones como una crítica a España o su cultura. Nada más lejos de la verdad.
Les aseguré que elegí vivir aquí por la calidez de la gente, la belleza del paisaje, la cultura vibrante y, sí, también por la comida y el clima. Y como muchos en la comunidad expatriada, estoy profundamente comprometido con este país.
Hemos comprado casas aquí, pagamos impuestos, apoyamos negocios locales y contribuimos significativamente a la economía día tras día.
Lo que compartí no era una queja sobre España, sino un llamado a la conciencia. Orihuela Costa alberga a miles de residentes, muchos con familias, cuyos hijos asisten a escuelas en módulos prefabricados. No tenemos biblioteca, centros juveniles, residencias para mayores ni cementerio. No son lujos, sino fundamentos de cualquier comunidad bien atendida y, con razón, estándar en gran parte de España.
El progreso puede ser lento, pero el silencio por fin se ha roto — y eso marca el comienzo de una lucha que ya no se puede ignorar.
También señalé un dato impactante: más del 55% de los ingresos del municipio de Orihuela provienen de la costa. En esencia, Orihuela Costa no es una carga, sino su columna vertebral. Sin embargo, carecemos de inversiones que reflejen nuestra contribución.
Lo que más me entristeció de aquella conversación no fue el desacuerdo, sino darme cuenta de que muchos residentes de Orihuela ciudad desconocen los desafíos de la costa. Algunos incluso creen que los residentes extranjeros son una carga, ignorando que los jubilados de la UE aportan benefícios económicos significativos y que sus gastos sanitarios los cubren sus países de origen.
En aquel entonces, esas opiniones eran comunes y rara vez cuestionadas. Los medios locales casi nunca cubrían las disparidades que afectan a Orihuela Costa.
Pero, afortunadamente, los tiempos cambian.
Hoy, gracias a redes sociales, medios independientes en español e inglés, radio y televisión, el diálogo se ha ampliado. Cada vez más residentes, tanto españoles como internacionales, alzan la voz. La conciencia crece, y personas de todos los orígenes se unen para exigir mejores instalaciones en Orihuela Costa, no solo como destino turístico, sino como una comunidad merecedora de equidad, dignidad e inclusión.
El progreso puede ser lento, pero el silencio por fin se ha roto — y eso marca el comienzo de una lucha que ya no se puede ignorar.
