En el Museo de la Paz de Hiroshima, hay una maqueta que muestra el momento en que explotó la bomba atómica. Dentro de ese destello abrumador, el río sigue fluyendo. Es una vista que nadie pudo ver, ni siquiera desde el avión que lanzó la bomba. Para cuando explotó, 43 segundos después de ser soltada, el Enola Gay (el avión que la dejó caer) ya estaba lejos, sobre el océano.
Ese río abstracto y negro, que nadie vio jamás, y el río que yo veo desde mi ventana parecen estar a años luz. Aún así, quiero imaginar las vidas cotidianas que alguna vez transcurrieron bajo ese calor blanco cegador.
