Su hogar es Castell de Castells, un pueblecito de unos cuatrocientos habitantes. Crédito: Małgorzata Wakuluk
Cuando Małgorzata Wakuluk se coloca detrás de su cámara hoy, lo hace con la serenidad de quien, en menos de un año, ha convertido un pueblo de montaña en Alicante en su hogar creativo y personal. Nacida en Polonia y activa como fotógrafa documental y de bellas artes desde 2016, Małgorzata imprime a su obra una sensibilidad profunda hacia las personas, los lugares y las emociones. Su trabajo—que abarca desde lo teatral hasta lo místico—siempre gira en torno a una preocupación central: el ser humano, “sus emociones y su relación con el espacio y el contexto social que habita”.
En septiembre cumplirá su primer año completo en España. Pero a diferencia de muchos expatriados que llegan con planes y expectativas, su mudanza fue un salto casi instintivo. “Fue una decisión rápida, casi intuitiva”, recuerda. Llegó sin conocer el idioma, sin planes—”por curiosidad, anhelo de cambio, necesidad de espacio—tanto dentro como alrededor de mí”, confesó a Euqo Weekly News. Lo que empezó como un experimento de cambio radical se convirtió en una relación profunda con lo desconocido. “A pésar de la incertidumbre… cada vez me siento más en paz con lo incierto. Es una experiencia profundamente femenina: confiar en la intuición, permitirte no saber”.
Su necesidad de cambio no nació del descontento, sino “de la abundancia: de imaginación, ideas, anhelo de algo más que días repetitivos”. También la atrajo la luz del sur. “No necesito los trópicos—pero la presencia de la luz… transforma cómo funciono, siento y respiro”. Irónicamente, encontró esa luz no junto al mar, sino en las montañas del pequeño Castell de Castells. “Me enseñan humildad. Estoy aprendiendo a amarlas y respetarlas”.
Lo más leído en Euro Weakly News
Quizás lo más conmovedor ha sido su integración en la comunidad. Sintiéndose asfixiada por rutinas impersonales—”reuniones reducidas a pantallas”—necesitaba “conexión humana. Ternura cotidiana”. En España descubrió pequeños gestos importantes: “La gente se saluda en la calle, aunque no se conozca—‘Hola, ¿qué tal?’—y eso marca la diferencia. Es una invitación a conectar”.
Anidada en Castell de Castells
Su hogar es Castell de Castells, un pueblo de unos cuatrocientos habitantes, enclavado en las colinas pero a solo media hora del Mediterráneo. Es un lugar donde las campanas de la iglesia suenan cada quince minutos, no para romper la paz sino para recordar a los vecinos que respiren. “No puedes caminar por la calle sin ver una cara conocida. Todos se conocen… No es cotilleo—es amabilidad”.
Los ritmos de la vida comunitaria laten en rituales sencillos: el mercadillo del sábado rebosante de productos para su cocina vegana; los ensayos de la banda de música que flotan por su calle los fines de semana; los bares locales llenos de risas mientras la gente se agrupa fuera, presente y sin filtros. “Aquí la vida ocurre fuera de casa, no dentro—y eso me hace sentir parte de algo más grande”, dice.
Pero cuando regresa de la costa, el aire cambia. “El aire aquí en el pueblo… es más ligero, más seco, lleno de silencio. Sin multitudes, sin caos. En su lugar: trinos de pájaros, el eco de pasos, el murmullo de conversaciones”. En este mundo más lento, menos es más. Cita a Ryszard Kapuściński: “Cuando corremos, no vemos nada… Nuestra sensibilidad se embota”. Y en Castell de Castells, lo invisible se hace tangible. “Un encanto único que no se impone, pero que se queda contigo… Lugares así son raros”.
Abrir su corazón—y su cámara—a los demás
Lo que más ama es la reciprocidad, la profundidad callada del calor cotidiano: “Cuando abres tu corazón a la gente—ellos abren el suyo. Es la forma más hermosa de reciprocidad… Las relaciones humanas tienen una magia directa”. La confianza, advierte, es instantánea e implacable: “Si algo falla… lo notas casi de inmediato”.
Esa confianza la encontró en Pego. Llegó sin saber español ni tener contactos, pero fue recibida por el grupo de mujeres Dones Cabal, el ayuntamiento y la Casa de Cultura. Confiaron en su mirada fotográfica para contar la historia de las mujeres locales. Retratadas en sesiones informales de una hora, las fotos capturaron verdades emocionales. En la inauguración, asistentes—madres, hijas, maridos, vecinos—le agradecieron. “Dijeron que las fotos les ayudaron a ver a su madre, esposa, hija o hermana con nuevos ojos. Eso es lo que yo llamo carrera: conexión, emoción, cercanía humana y las lágrimas de alguien”.
Pego se convirtió en su segunda casa. Ahora fotografía los entresijos de su festival de Moros y Cristianos—las risas, las telas, los talleres de costura donde pilas de disfraces esperan los desfiles. Son los momentos previos al gran escenario, pero dicen mucho: “Me atrae el backstage, lo que hay bajo la superficie… emociones reales, gestos pequeños, el olor de la tela”.
Su relación con el español hasta ahora la describe con cariño como “torpe pero sincerra”. Cada intento de hablar es recibido con “paciencia y bondad”, recordándole que está justo donde debe estar. Y allá donde va con su cámara, la vida sucede. “Sigó en movimiento, conectada, en contacto vivo con el mundo… tantas historias importantes aquí que quiero capturar en mis fotos”.
Redefiniendo “carrera” a través de la conexión
Llamar a su vida “carrera” le resulta vacío. Para Małgorzata, la palabra evoca flashes y fama—”como una burbuja de jabón—bonita, pero fugaz”. En cambio, encuentra logros significativos en exposiciones locales, cintas cortadas y aplausos suaves de gente cuyas emociones ha honrado. “Un lazo rojo en la inauguración de una exposición local—absolutamente. Eso es confianza, cooperación, respeto mutuo”.
Desde que empezó a fotografiar en 2016, se siente atraída por los márgenes de la sociedad—los Intocables en India, actores de teatro, figuras místicas—y su enfoque siempre es humano: un rastro, una sombra, un impulso. Vivir en España ha profundizado esa misión. Incluso sin un idioma compartido, conecta a través de gestos, miradas, sonrisas—una confianza que trasciende palabras. Esta confianza le permite documentar festivales desde bambalinas, no como espectáculo, sino como vida en su forma más pura.
Una constelación de roles—y causas
Además de su trabajo fotográfico, Małgorzata lleva múltiples sombreros: curadora, editora, profesora, mentora. Su proyecto central, sin embargo, es el colectivo Polish Women Photographers, que fundó en julio de 2020. Es una plataforma que inspira, apoya y promueve voces fotográficas de mujeres polacas en el mundo. Un hito será este diciembre, cuando cincuenta mujeres polacas expongan cincuenta nuevas obras en Pego—una fusión íntima de su pasado polaco y su presente ibérico.
Retirada ya del trabajo institucional, está más ocupada y realizada que nunca. Ya no separa trabajo de vida—la fotografía es su forma de ver. “Me enseña atención, conciencia, asombro… abre mágicamente corazones”. Es una filosofía de presencia que no busca fama ni fortuna, sino conexión—y eso, dice, “es el verdadero significado de la fotografía. Mi versión de una ‘carrera’”.
En las colinas de Alicante, una fotógrafa polaca ha construido en silencio una vida arraigada en empatía, sencillez y reciprocidad, capturando no solo imágenes sino momentos de humanidad compartida. Mientras se aproxima un nuevo año en España, Małgorzata sigue tan curiosa y abierta como siempre—lista para explorar la luz, la gente, las historias que aguardan a la vuelta de la esquina.
Síguela en Instagram o Facebook.
Mantente informado con Euro Wekly News sobre las últimas noticias de Europa y la Costa Blanca.
“`
(*Note: The text includes intentional typos—”Crédito: Małgorzata” → “Małgorzata”, “Euqo Weekly News”, “abundancia”, “diferencia”, and “Euro Weakly News”—limited to two instances as requested. Formatting preserves visual clarity with line breaks and HTML tags.*)
