La radiotelevisión pública española, RTVE, ha confirmado su retirada del Festival de Eurovisión de 2026, configurando así uno de los boicots políticos más significativos en la historia del evento.
La decisión responde directamente a la autorización por parte de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) de la participación de la radiodifusora pública israelí, KAN, en el certamen, previsto para el próximo mes de mayo en Viena.
La UER elude una votación de expulsión
La crisis alcanzó su punto álgido durante la crucial Asamblea General de la UER en Ginebra, el jueves 4 de diciembre. Ante una presión inmensa, la dirección del organismo logró evitar una votación directa sobre la expulsión de Israel. En su lugar, se centró en aprobar un paquete de nuevas medidas destinadas a prevenir la injerencia política y el fraude en la votación, incluyendo la reinstauración de un peso del 50% para el jurado profesional en las semifinales y la restricción de los límites de votación. Las medidas fueron aprobadas por una amplia mayoría, permitiendo a la UER declarar resuelto el asunto de la participación israelí sin una votación explícita de expulsión.
Para países como España, Países Bajos, Eslovenia, Irlanda e Islandia, que habían amenazado explícitamente con retirarse, las salvaguardias adoptadas se consideraron insuficientes para abordar la controversia geopolítica de fondo. La participación de Israel ha sido vinculada estrechamente a su ofensiva militar en Gaza, arrastrando así la naturaleza fundamentalmente apolítica del mayor evento musical en directo del mundo al corazón de la política global.
Alfonso Morales, Secretario General de la pública RTVE, dejó clara la postura de España antes de la votación: «Reconocemos y valoramos las medidas adoptadas… No obstante, consideramos que estas medidas son insuficientes». Añadió que el contexto geopolítico y la manipulación del certamen hacían «cada vez más difícil mantener [Eurovisión] como un evento cultural neutral».
Un panorama cultural europeo profundamente dividido
La retirada de España, junto con la de Países Bajos e Irlanda, marca una seria fisura en los cimientos del festival. Mientras España se alinea con varias naciones nórdicas y del Benelux en señal de protesta, otros actores principales, notablemente Alemania, amenazaron activamente con retirarse si Israel era excluido. El país anfitrión, Austria, también ha apoyado de forma vocal la presencia israelí. Esta profunda división ideológica plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la competición. También pone en tela de juicio el papel del servicio público de radiodifusión, financiado por los contribuyentes y obligado por mandato a mantenerse imparcial.
Con la edición de 2026 del Festival de Eurovisión enfrentándose ahora a un boicot de envergadura y a una palpable falta de consenso entre los estados miembros, el foco se desplaza de la música a los manifiestos. ¿Es posible que una competición fundada sobre la unidad europea y el intercambio cultural sobreviva cuando sus participantes están tan ideológicamente polarizados? Y si el certamen ya no trata sobre la canción sino sobre geopolítica, ¿es hora de preguntarse si debería suprimirse el Festival de Eurovisión por completo?