Millones reclaman la identidad española gracias a la Ley de Memoria

Los desendientes de exiliados y emigrantes se ven obligados a hacer cola frente a consulados españoles en todo el mundo solicitando la nacionalidad al amparo de la Ley de Memoria Democrática.
Crédito: Maxx-Studio / Shutterstock

A finales del 2025, las cifras son abrumadoras: más de 1 millón de solicitudes de nacionalidad española ya se han iniciado a través de los consulados mundiales – y otros 1,3 millones de personas aún aguardan una cita para presentar su documentación.

En su conjunto, el total de 2,3 millones de potenciales nuevos ciudadanos supone un aumento de 4,5 veces respecto a la oleada anterior bajo la ley del 2007, que había generado alrededor de 500.000 solicitudes.

De las solicitudes ya tramitadas, aproximadamente la mitad han sido concedidas hasta ahora – unas 237.000 para finales de septiembre de 2025. Los rechazos son escasos, según informes, inferiores al 2%.

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Se trata de un maremoto administrativo y emocional. Para muchos, es más que un trámite: es la oportunidad de recuperar un vínculo con España – de reescribir la historia familiar.

Quiénes están detrás del aluvión

Los “beneficiarios” de este proceso son hijos y nietos de españoles que perdieron – o renunciaron – a su nacionalidad debido al exilio, la persecución política, la migración forzosa o leyes discriminatorias (por ejemplo, mujeres que la perdían por casarse con extranjeros antes de 1978).

Dado que la ley no exige residencia en España, los descendientes residentes en todo el mundo – especialmente en América Latina – se precipitaron a solicitar.

Con diferencia, la mayor parte de las peticiones proviene de Argentina, la cual representa entre un 40 y un 42% del total, según datos oficiales. Otros focos principales son Cuba, Brasil, México, Chile, Venezuela – y el distrito consular de Miami (EE.UU.).

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Por ejemplo, solo el consulado en Santiago de Chile había recibido más de 44.000 peticiones a mediados de 2025; de ellas, una parte ya habían resultado en la concesión de la nacionalidad para octubre.

Por qué ahora: historia, identidad – y oportunidad

Para muchos solicitantes, esta oleada es profundamente personal – una forma de restituir lo que sus abuelos o bisabuelos perdieron: nacionalidad, identidad, pertenencia. La ley reconoce no solo a los exiliados políticos de la Guerra Civil y la dictadura, sino también a los descendientes de mujeres que perdieron la nacionalidad bajo legislación discriminatoria.

Ese valor simbólico se ve acompañado por un atractivo práctico: la doble ciudadanía ofrece acceso a la UE, movilidad, derechos y oportunidades que muchos descendientes consideran significativos – incluso si no planean vivir en España.

Al mismo tiempo, los generosos criterios de elegibilidad – unidos a la ausencia de requisito de residencia y a la extensión del plazo original – generaron una sensación de urgencia. Al acercarse la fecha límite, muchos se apresuraron a asegurar una cita.

Un sistema consular bajo presión

El resultado es una sobrecarga en las oficinas consulares de todo el mundo. La red española de 178 consulados y oficinas consulares lidia ahora con millones de peticiones, muchas más allá de su capacidad.

Incluso después de que pasara el plazo para nuevas solicitudes (22 de octubre de 2025) – la acumulación de casos persiste, y para muchos supone una larga espera: algunos analistas advierten que, al ritmo actual, ciertos solicitantes podrían aguardar años – incluso décadas – para recibir su ciudadanía.

En este contexto, el gobierno había reportado 237.145 nacionalidades concedidas hasta septiembre de 2025, y cerca de 240.000 en total.

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Aún así, para muchos – especialmente los de mayor edad – la espera se alarga. Para ellos, la “carrera global por la identidad” podría convertirse en una prueba de paciencia y resilencia.

Lo que se avecina: identidad, diáspora y la relación en evolución con España

Lo que presenciamos es más que un proceso burocrático. Es un fenómeno social: la restitución de la identidad para cientos de miles – quizá millones – de personas dispersas por el globo, con raíces en España.

Una vez procesado por completo, este aluvión podría expandir significativamente el número de personas con ciudadanía española en el extranjero, reconfigurando las comunidades de la diáspora, fortaleciendo lazos culturales y familiares, y quizá alterando el mapa demográfico y social de España. El legado del exilio – personal y colectivo – podría por fin ganar reconocimiento, no solo simbólico sino institucional.

Pero el costo humano perdura: largas esperas, incertidumbre, un sistema bajo tensión. Para muchos, la ciudadanía aún no es un pasaporte en la mano – sino una promesa, pendiente de la burocracia.