El director Jon M Chu logra un truco impresionante con esta segunda parte de dimensiones manejables de la épica precuela-mito musical inspirada en ‘El Mago de Oz’ y, por supuesto, basada en el exitoso musical. Mantiene la fantasía de colores del arcoíris y la energía de los números de Broadway de la primera parte, y seguimos recibiendo esas declaraciones periódicas y surrealistas de los notables de la ciudad a la diversa gente de Oz, esos personajes secundarios que llenan las calles. Pero ahora el enfoque se estrecha en los protagonistas y sus explosivas crisis románticas, esencialmente a través de dos triángulos amorosos entrelazados: Glinda la Buena, Elphaba la Mala y el Mago; y Glinda, Elphaba y el príncipe Fiyero, el apuesto oficial militar del que ambas brujas están, no tan secretamente, enamoradas, y que posiblemente tambien sienten algo el uno por el otro.
Jeff Goldblum es excelente como el Mago, quien prácticamente se convierte en el Darth Vader de Oz: un charlatán de feria escurridizo que se da cuenta de que su encanto sórdido le está corroyendo el alma. Jonathan Bailey da un giro hacia un Príncipe mucho más serio, menos exagerado y más apasionado, y Ariana Grande es, como siempre, delicada y con apariencia de muñeca como Glinda, aunque con menos oportunidades para la comedia. Pero la superestrella entre iguales es Cynthia Erivo, quien aporta su potente presencia en pantalla al papel de Elphaba, revelando una nueva vulnerabilidad y madurez. En otras partes, Marissa Bode regresa como Nessarose, la medio hermana de Elphaba que usa silla de ruedas; Ethan Slater es Boq, el hombrecillo que trabaja como su sirviente; y Michelle Yeoh aporta una dulzura majestuosa al papel de Madame Morrible, la secretaria privada del Mago.
Terminamos la última película preguntándonos qué demonios pasaría cuando la acción tuviera que enfrentarse al “presente” narrativo, es decir, cómo encajaría la precuela con lo que conocemos de la película real de ‘El Mago de Oz’. Si la maldad percibida de Elphaba es solo la sociedad patriarcal demonizando su diferencia, entonces ¿cómo van a manejar su abrazo final a la maldad absoluta? Y si Glinda la repudia, ¿eso simplemente parecerá cruel? Bueno, la película maneja todo esto con una gran dosis de brío tragicómico.
Algo más extraño es la aparición tangencial de la propia Dorothy, llevada a Oz en su choza de Kansas por un torbellino, un evento que inicia el acto final. Sus tres futuros compañeros – el León Cobarde, el Hombre de Hojalata y el Espantapájaros –reciben, cada uno a su manera, pequeñas historias de origen tipo mito, como los villanos en los universos de Marvel o DC; cada pequeña revelación de hecho me recordó a la aparición de Robin en ‘The Dark Knight Rises’. Pero la historia del Espantapájaros –que quizás adivines unos minutos antes de que suceda– está extrañamente enredada y aplazada, y no está claro cómo o por qué al Espantapájaros le falta un cerebro de la misma manera que al León y al Hombre de Hojalata les falta coraje y un corazón. Es enredado y un poco desconcertante; pero también lo es la película original, en la que nunca sabemos si creer en la bendición final del Mago.
Pero qué actuación la de Erivo; es genuinamente conmovedor cuando el Príncipe tiene que convencer a Elphaba de lo que nosotros, el público, siempre hemos sabido: que ella es hermosa.
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