Cientos de vehículos destruidos por las inundaciones de la DANA en Valencia, un año después.
Crédito: Vitalii Biliak, Shutterstock
Ha transcurrido un año desde que las mortíferas inundaciones de la DANA arrasaron la Comunidad Valenciana – una catástrofe que se cobró 229 vidas, arrasó barrios enteros y dejó a su paso una estela de destrucción valorada en 17.800 millones de euros.
No obstante, para muchos de quienes la padecieron, el tiempo no ha mitigado el dolor. Los recuerdos permanecen tan vívidos como el día en que los cielos se abrieron, y el pesar sigue siendo palpable en toda la región.
El día que Valencia se anegó
Fue el 29 de octubre de 2024 cuando comenzó a llover – con intensidad, rapidez y de forma implacable. En cuestión de horas, las calles se transformaron en ríos, las viviendas quedaron engullidas y los coches flotaban cual barquitos de papel por lo que antaño fueron bulliciosos pueblos. Al caer la noche, extensas áreas de la provincia de Valencia estaban anegadas.
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El coste humano fue devastador. 229 personas perdieron la vida, entre ellas un bebé que nunca llegó a nacer. En los días posteriores, el pesar continuó – dos trabajadores fallecieron durante las labores de limpieza, y los hospitales se saturaron de heridos.
Más de 2.600 personas resultaron heridas, y 117.000 requirieron asistencia médica. Alrededor de 303.000 residentes se vieron afectados directa o indirectamente, y los expertos estiman que más de 80.000 personas aún lidian con las secuelas psicológicas – muchas mostrando signos de trastorno por estrés postraumático.
Para los municipios que se hallaban en el epicentro de la tormenta – el denominado ‘ground zero’ – el dolor es omnipresente. Localidades como Paiporta, Catarroja y Aldaia vieron cómo más de 20.000 de sus vecinos se veían afectados en cada una. Estas comunidades densamente pobladas, que acogen solo al 10 por ciento de la población provincial, soportaron el mayor embate de la furia natural.
Ahora, un año después, estas mismas calles siguen estando impregnadas por lo ocurrido – y por una creciente indignación ante lo que muchos perciben como una dejación política. La presión sobre Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, va en aumento, con críticos exigiendo su dimisión ante las acusaciones de mala gestión y falta de preparación.
Miles de millones en pérdidas – y una larga reconstrucción
El impacto económico de las inundaciones de la DANA es pasmoso. Las autoridades cifran los daños directos en 17.800 millones de euros, pero, sumando los costes de reconstrucción y adaptación, la factura final podría superar los 29.000 millones.
El tejido empresarial quedó devastado – 66.000 establecimientos comerciales se vieron afectados, junto con 15.969 viviendas, de las cuales 1.530 fueron declaradas inhabitables. Escuelas y hospitales también sufrieron daños: 115 centros educativos resultaron afectados, alterando la vida de 48.000 estudiantes, mientras que 136 equipamientos sociales y sanitarios, incluyendo 57 centros de salud, se vieron perjudicados.
Las riadas también destruyeron 144.000 vehículos, la mayoría de ellos dados totalmente por perdidos, y afectaron al sustento de cerca de 275.000 trabajadores. Los responsables locales advierten de que podrían transcurrir años hasta que la economía de la región se recupere plenamente.
Los daños, arguyen, no fueron meramente económicos – sino estructurales. Carreteras colapsaron, puentes fueron arrancados de cuajo y los cimientos de los pueblos quedaron socavados. Para reconstruir con seguridad y prevenir que la tragedia se repita, los expertos consideran que se necesitarán inversiones adicionales de miles de millones para modernizar las infraestructuras y rediseñar las zonas más vulnerables.
No obstante, para las familias que aún reconstruyen sus hogares, el progreso ha sido dolorosamente lento. La burocracia, los litigios con las aseguradoras y los retrasos en la financiación han sumido a muchos en la sensación de haber sido olvidados.
Una región transformada por el desastre
La magnitud de la destrucción causada por la DANA es difícil de concebir. Las aguas inundaron 564 kilómetros cuadrados a lo largo de 75 municipios, hogar de un millón de personas y generadores del 30 por ciento del PIB valenciano.
Las infraestructuras quedaron obliteradas: 1.450 kilómetros de carreteras sufrieron daños, junto con 566 kilómetros de vías férreas, 380 puentes y 2.755 kilómetros de pistas forestales. Las inundaciones también arrasaron 640.000 hectáreas de monte y afectaron a 123 depuradoras, dejando inservible tres cuartas partes de la red de transportes valenciana.
Luego sobrevino la descomunal tarea de limpieza – una labor tan ingente que resultaba difícil de concebir. Los equipos retiraron más de un millón de toneladas de escombros, trabajando a un ritmo de 15.000 toneladas diarias para reabrir 767 vías bloqueadas. Eliminaron 70.000 metros cúbicos de lodo, 130.000 vehículos destrozados y 20.000 toneladas de cañas del devastado paisaje.
Quince municipios fueron los más castigados — cada uno de ellos quedó marcado tanto física como emocionalmente. Estos pueblos, repletos de negocios (cerca de 30 por kilómetro cuadrado) y con viviendas muy próximas entre sí, se vieron completamente desbordados.
La tormenta en sí fue histórica. Clasificada como ‘DANA’ — una depresión aislada en niveles altos de la atmósfera — descargó una cantidad asombrosa de 771 litros de lluvia por metro cuadrado en solo 24 horas en la localidad de Turís, incluyendo 187 litros en una sola hora, la precipitación más intensa jamás registrada en España. El resultado fue una mortífera riada por la rambla del Poyo, con un caudal punta de 2.409 metros cúbicos por segundo, transformando las ramblas en torrenteras desbocadas que arrasaron con todo a su paso.
Un año después: dolor, frustración e incógnitas
Doce meses después, Valencia aún sigue recomponiendo su vida. El duelo persiste, pero la frustración es ahora igual de intensa. Para muchos, la tragedia puso de manifiesto la fragilidad de una región no preparada para la realidad del cambio climático – donde las tormentas mediterráneas son cada vez más virulentas, rápidas y destructivas.
Los expertos advierten de que, sin una adaptación urgente – mejores sistemas de drenaje, una planificación urbana más inteligente y normativas de construcción más estrictas — la próxima DANA podría golpear con aún mayor crudeza. Pero sobre el terreno, la ciudadanía percibe que las lecciones no se han aprendido en su totalidad.
Un año después de que el cielo desatase su furia, Valencia se erige como advertencia y recordatorio a la vez – del poder de la naturaleza, del precio de la inacción y de la resiliencia de un pueblo decidido a reconstruir, incluso cuando las aguas hace tiempo que se retiraron.
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