Shaimaa Khalil
Corresponsal en Japón
Reuters
Sanae Takaichi ha llegado a lo más alto en un país dominado por los hombres
Para muchas jóvenes en el Japón de hoy, la imagen de Sanae Takaichi asumiendo el poder como la primera mujer líder en la historia del país es poderosa y formativa.
Significa que una sociedad patriarcal y un sistema político que por mucho tiempo ha sido dominado por hombres está ahora liderado por una mujer.
Pero aunque las apariencias hablan de un momento progresista, algunas mujeres no la ven como una defensora del cambio.
“Fue bastante interesante ver como la gente fuera de Japón a reaccionado a la noticia”, dice Ayda Ogura, de 21 años.
“Todo el mundo dice: ‘¡guau, es la primera mujer primera ministra en la historia de Japón y será una gran oportunidad para el empoderamiento femenino y la igualdad de género en el país!’.
“Creo que esa es una interpretación muy ingenua”.
En cambio, la señorita Ogura señala sus “creencias políticas y lo que ella representa”, añadiendo: “Ella perpetúa el sistema patriarcal”.
Ayda Ogura, de 21 años, advierte que quizás este no sea el momento para la igualdad de género en Japón que algunos piensan.
Gran admiradora de Margaret Thatcher, la primera mujer primera ministra del Reino Unido, Sanae Takaichi siempre ha querido ser la “Dama de Hierro” de su país.
Y como Thatcher, Takaichi es una conservadora firme.
Los observadores dicen que su liderazgo es un movimiento táctico del Partido Liberal Democrático (PLD) para atraer a la base más conservadora, que recientemente se había inclinado hacia partidos japoneses de derecha.
Takaichi se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo y siempre se ha manifestado en contra de una ley que permita a las parejas casadas tener apellidos separados, lo que impide que muchas mujeres mantengan su apellido de soltera.
También está en contra de que las mujeres puedan estar en la línea de sucesión de la familia imperial.
Sin embargo, suavizó parte de su mensaje durante su campaña, diciendo que prefiere dar incentivos fiscales a las empresas que ofrecen guarderías a sus empleados y habló de posibles beneficios fiscales para familias que gasten en cuidado infantil.
Pero a lo largo de los años ha apoyado la idea de un rol más tradicional para la mujer en la sociedad y en la familia.
En lo que se refiere a los temas de la mujer, Takaichi es consistente con el historial poco impresionante de su país en cuestiones de género.
Las mujeres japonesas están entre las más educadas y cualificadas del mundo, y aun así luchan contra las expectativas de una sociedad conservadora que todavía las empuja hacia roles tradicionales.
Según el índice de brecha de género de 2025 del Foro Económico Mundial, Japón ocupó el puesto 118 entre 148 países, con una representación femenina en política notablemente baja.
Los puestos de liderazgo tradicionalmente han sido dominados por hombres y Japón ha tenido dificultades para aumentar el número de mujeres legisladoras y líderes empresariales.
La cuarta economía más grande del mundo ocupa el último lugar entre los países del G7 en cuanto a la proporción de mujeres en su parlamento nacional. Específicamente, las mujeres constituyen alrededor del 15.7% de los legisladores en Japón, la cifra más baja del G7.
Incluso es lento en lo que respecta a la salud reproductiva de las mujeres: solo esta semana se anunció que la píldora del día después, una forma de anticoncepción de emergencia disponible sin receta en más de 90 países, finalmente fue aprobada para su venta libre en Japón.
Aun así, algunos ven el ascenso al poder de Takaichi como un momento crucial que podría cambiar cómo las mujeres ven sus perspectivas futuras.
“Hay un gran significado en que la señora Takaichi se convierta en primera ministra, con un impacto más amplio en la sociedad”, dijo Naomi Koshi, quien se convirtió en la alcaldesa más joven del país en 2012, a la agencia de noticias Kyodo.
Koshi argumentó que tener una mujer como primera ministra “reducirá las barreras psicológicas” para las mujeres y niñas, ayudándoles a sentir que es normal “sobresalir” como líderes en empresas y la sociedad, incluso cuando los estereotipos y expectativas de género aún persisten.
Pero Audrey Hill-Uekawa, de 20 años, señala que, aunque es notable que Japón tenga su primera mujer líder, uno debe recordar que le tomó más de 30 años llegar a esa posición.
“Ella tampoco está yendo realmente a contracorriente. Está diciendo lo mismo que los hombres”.
Audrey Hill-Uekawa, de 20 años, dice que las opiniones de la nueva primera ministra no difieren mucho de las de los hombres que la precedieron.
La señorita Hill-Uekawa añade que no se la debe poner en un pedestal simplemente por ser mujer.
“Necesitamos asegurarnos de que estamos hablando de sus políticas. Debemos poder criticarla igual que a todos los demás”.
No es solo lo que Takaichi ha dicho lo que ha llevado a la gente a etiquetarla como defensora del patriarcado.
También es evidente por quiénes han sido sus valedores dentro del partido.
Ella es la protegida del difunto ex primer ministro halcón Shinzo Abe, y fue apoyada en la elección de liderazgo por Taro Aso, una figura senior en el PLD que dirige uno de los bloques conservadores más influyentes del partido gobernante.
El apoyo de su facción a Sanae Takaichi fue fundamental para unir a la derecha del partido detrás de ella.
“Sí siento que es difícil para las mujeres identificarse con su éxito porque fomenta esta idea de que debemos ser complacientes con el statu quo”, dice Minori Konishi, de 21 años.
La señorita Ogura está de acuerdo, diciendo que con ella como figura representativa de las mujeres en la política, “la gente va a esperar lo mismo de nosotras también”.
“Van a esperar que seamos obedientes, que no vayamos en contra de los ideales que ellos tienen, y eso podría hacer nuestro trabajo más difícil”.
Sin embargo, hacer historia fue solo el primero de los desafíos que Takaichi enfrentará, entre ellos abordar una economía lenta y la inflación, recuperar la confianza de un electorado frustrado y enojado, y recibir al presidente Trump a los pocos días de asumir el poder.
Es seguro decir que nadie espera que los temas de igualdad de género estén en lo alto de su lista de prioridades.
