Últimamente se ha hablado mucho del turismo de temporada baja, los llamados “meses bisagra”, y en lo que respecta al mercado británico, de la solidez de las reservas para septiembre y octubre. Sin embargo, queda un largo trecho hasta Semana Santa, momento en que el sector hotelero, y por ende las zonas turísticas, empiezan a salir de su letargo, y me temo que va a ser un invierno arduo.
Para empezar, las aerolíneas han programado un 1,5% menos de vuelos hacia Baleares este invierno, mientras que se prevén incrementos del 7,5% en Andalucía y del 2,4% en Canarias. En Madrid, el crecimiento es del 5,6% y en Barcelona, del 6,1%.
Y, como me han comentado directivos del sector turístico britanico, si los hoteles no abren, habrá menos vuelos. Obviamente, los hoteleros esgrimen el argumento contrario: si hay menos vuelos, ¿para qué abrir? El síndrome del huevo y la gallina.
Pero al margen de la peligrosa dependencia del turismo, el coste de la vida en ciertas zonas de Mallorca, especialmente en Palma, se ha disparado de tal modo que el gasto interno ha mermado y seguirá haciéndolo.
He visto como varios comercios y restaurantes de mi zona, en el centro de Palma, han cerrado recientemente de la noche a la mañana —ni siquiera han realizado rebajas por cierre— y hay pocas indicios de que nuevos negocios vayan a instalarse.
Todo el mundo, aquí y allende nuestras fronteras, está notando el apreto, y va a ser un camino largo.
