Un hombre de Mallorca, que convivió con el cadáver de su madre más de un mes, queda en libertad

El 6 de octubre, alrededor de las 14:30, una vecina de un edificio de apartamentos en el barrio de Santa Catalina, en Palma, llamó al número de emergencias de la Policía Nacional para informar de que llevaba más de un mes sin ver a una vecina de edad avanzada. Los agentes se desplazaron al piso del cuarto piso. Como nadie respondía, solicitaron la presencia de los bomberos para forzar la puerta.

No obstante, esto resultó ser innecesario. Un hombre de cuarenta y tantos años, identificado ahora como Javier S. (de 43 años), abrió la puerta. Los oficiales y bomberos hallaron manchas de sangre en el baño, que él afirmó eran suyas. Al acceder a uno de los dormitorios, encontraron a Antonia G., de 80 años, tendida en la cama con el ventilador en funcionamiento y la radio encendida. Estaba muerta.

Javier fue detenido el 14 de octubre. Compareció ante el juez el viernes, acusado de un delito contra la vida de una persona. Quedó en libertad a la espera de los resultados definitivos de la autopsia.

Relató al magistrado que había hallado a su madre sin vida a finales de agosto; el ventilador funcionaba y la radio estaba encendida. Su madre padecía hipertensión arterial, por la cual tomaba medicación, y había acudido a urgencias hospitalarias poco antes por un pico de tensión. Añadió que la hermana de Antonia había fallecido unas semanas antes, lo cual la había afectado profundamente.

El juez también recibió información sobre que los análisis preliminares mostraban ciertos indicios que podrían ser compatibles con una muerte violenta; se apreciaban algunas marcas en su cuello.

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Ha trascendido que la mayoría de los vecinos tenían la impresión de que Antonia vivía sola. Javier apenas salía del domicilio. Fuentes cercanas a la investigación señalan que padece problemas de salud mental que han derivado en una fobia social severa y depresión. Un residente calcula que no había salido del piso en años, si bien se ha constatado que mantenía una relación de amistad con un vecino, Antonio. Este falleció aproximadamente en la misma época que Antonia.

En el interior del apartamento, los agentes descubrieron que la puerta del dormitorio había sido sellada con cinta adhesiva. Esto se debía al hedor del cadáver. Durante las semanas transcurridas desde finales de agosto, Javier subsistió con la pensión de su madre —aún le quedaba algo de su propio dinero— alimentándose de galletas Quely, arroz hervido y garbanzos enlatados. La Policía ha establecido que su padre había fallecido y que su hermana se había suicidado. Ella padecía esquizofrenia.