Trump, Hegseth y la Militarización de la Supresión de la Civilización Estadounidense

En el transcurso de una reunión que bien podría erigirse como un preocupante precedente, el presidente Donald Trump y su secretario de defensa, Pete Hegseth, se dirigiron a los oficiales militares de más alto rango no para analizar las amenazas geopolíticas convencionales, sino para diseminar un manifiesto ideológico.

Lo que en principio debía ser un foro sobre seguridad doméstica se transmutó en una tribuna para la conflagración cultural, propagando un mensaje de tinte autoritario destinado a transformar las Fuerzas Armadas en un instrumento político en lugar de una defensa para la nación.

Más que un discurso, lo expuesto por Trump y Hegseth constituyó una explícita declaración de intenciones: convertir a los militares en un actor interno de control social, alineado con los sectores conservadores más radicales y dispuesto a enfrentar a sus propios conciudadanos como si de enemigos se tratasen.

Ante esta narrativa, surgen inevitables interrogantes sobre el futuro democrático de los Estados Unidos y la solidez de sus instituciones.

Este artículo examina cómo este relato, imbuido de ideología y desinformación, refleja una peligrosa deriva que amenaza los principios democráticos fundacionales del país.

### La construcción del enemigo interno

El núcleo del mensaje de Trump giraba en torno al concepto de una “invasión interna”, en la cual las principales ciudades gobernadas por demócratas fueron catalogadas como territorios hostiles. San Francisco, Chicago y Nueva York fueron descritos como epicentros de crimen y decadencia moral.

Esta retórica, sustentada en cifras manipuladas o directamente falsas, ignora un hecho incontrovertible: las estadísticas demuestran que la criminalidad en muchas de estas urbes ha decrecido en los últimos años.

No obstante, más allá de los datos, la intención discursiva es diáfana: normalizar la noción de un enemigo urbano, compuesto por ciudadanos estadounidenses, contra quienes resultaría legítimo desplegar al ejército y a la Guardia Nacional.

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Trump llegó a sugerir que estas ciudades podrían emplearse como “áreas de entrenamiento” militar, una idea que no solo viola la Ley de Posse Comitatus —la cual prohíbe explícitamente el uso de las fuerzas armadas para el control interno—, sino que además vislumbra un futuro donde la población civil deviene objetivo castrense.

Bajo esta narrativa, la frontera entre ciudadanía y adversario se difumina peligrosamente, comprometiendo las libertades civiles fundamentales y erosionando los cimientos de la democracia estadounidense.

### La cruzada contra la diversidad y la inclusión

Uno de los blancos predilectos del discurso de Trump y Hegseth fueron las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), a las que tacharon de “ideología woke” y culpabilizaron de un supuesto debilitamiento de las fuerzas armadas.

Hegseth proclamó que “los estándares deben ser uniformes, neutrales al género y objetivos”, en un intento por obliterar décadas de progreso en integración y representatividad dentro de la institución castrense.

La inclusión de mujeres, minorías raciales y personas LGBTQ+ ha sido crucial no solo para la cohesión de las tropas, sino también para mantener el atractivo del servicio voluntario en una nación donde el reclutamiento es cada vez más complejo.

Eliminar dichas políticas no fortalecería a los militares, sino que menoscabaría su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, ahondaría las divisiones internas e impondría una doctrina ideológica reaccionaria.

La propuesta, presentada como un retorno a la disciplina, constituye en realidad una regresión hacia un modelo excluyente y homogéneo, menos representativo de la sociedad a la que el ejército dice proteger.

### El regreso al mito “militar”

El discurso de Pete Hegseth insistió en enaltecer el “modelo viril”. Sus críticas a los “generales obesos” y su obsesión con los estándares físicos de “máximo rendimiento masculino” delatan una política discriminatoria disfrazada de exigencia castrense.

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Aunque pretendió justificarlo arguyendo que los estándares serían “neutrales al género”, la consecuencia de tal visión es palmaira: excluir sistemáticamente a las mujeres y a cualquier persona cuyo físico no se ajuste a un ideal masculino hegemónico.

No sorprende que la prohibición de personas transgénero en el ejército, medida ya impulsada por Trump en el pasado, reapareciera en este contexto como parte de una maquinaria más amplia que exalta una masculinidad rígida, patriarcal y única.

Este culto a lo “militar” retrotrae décadas de avances en la construcción de un ejército más diverso y flexible, fomentando un elitismo castrense que asocia poder, fuerza y legitimidad exclusivamente con la virilidad y la obediencia ciega.

### El Pentágono bajo presión: silencio y politización

La reacción del alto mando militar, plasmada en un silencio tenso y traumatizado, fue elocuente. La ausencia de aplausos para Trump, algo inusual en sus alocuciones, reveló la incomodidad y zozobra de una institución que, pese a su histórica disciplina, ha procurado mantener cierta distancia del partidismo.

Sin embargo, esta resistencia silente no basta ante la creciente presión política que Trump intenta imponer al Pentágono.

Sus recientes destituciones y el anuncio de rebautizar el Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra” no son meros cambios simbólicos, sino un intento por reconfigurar la identidad misma de la institución castrense.

Al exigir lealtad personal al líder, en lugar de lealtad a la Constitución, Trump debilita uno de los pilares fundamentales del sistema democrático estadounidense: la subordinación del poder militar a una autoridad institucional no partidista.

Si las fuerzas armadas se convierten en un brazo político de Trump, el dique que protege a la democracia se resquebraja.

### Implicaciones democráticas y riesgos futuros

El discurso de Trump y Hegseth trasciende con creces una simple arenga electoral. Es un plan para reordenar la fuerza militar bajo parámetros ideológicos, raciales y de género, con consecuencias que sobrepasan la esfera castrense.

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Al normalizar la militarización del espacio doméstico, criminalizar la diversidad y homogeneizar la masculinidad única, se abre un escenario donde la represión se enmascara como disciplina y la discriminación como eficiencia.

Los riesgos son múltiples: deterioro de los derechos civiles, debilitamiento institucional, aumento de la polarización y, crucialmente, la posibilidad de que los militares sean instrumentalizados como fuerza de choque al servicio de una agenda política personal.

En este contexto, lo que está en juego no es solo el porvenir de las fuerzas armadas, sino el futuro de la democracia estadounidense.

### Una advertencia sobre el futuro democrático de los Estados Unidos

El mensaje de Trump y su Secretario de Defensa no es un evento fortuito, sino parte de una estrategia autoritaria diseñada para moldear las instituciones a su imagen y semejanza.

Bajo la retórica del orden y la disciplina, lo que realmente se propugna es una militarización de la política, la criminalización de la diversidad y el uso de la fuerza contra los propios ciudadanos.

Su esquema es peligroso no solo por lo que explicita, sino por lo que impone de modo tácito: obediencia ciega al líder y una redefinición del patriotismo como una conflagración perpetua contra el “enemigo interno”. Ante esta amenaza, el silencio institucional puede devenir complicidad.

La democracia estadounidense enfrenta un dilema crítico: o reafirma sus pilares de pluralismo, derechos civiles y control civil sobre las fuerzas armadas, o se arriesga a una deriva autoritaria donde el ejército deja de ser el escudo de la nación para convertirse en la espada de Trump.

Autor: Silvana Solano

Fuente: Telesur