Tom’s Crossing, de Mark Z. Danielewski: El autor de La casa de hojas regresa con un western de 1.200 páginas

En este momento de pánico cultural sobre la disminución de la lectura, se necesita una confianza envidiable para publicar un volumen como Tom’s Crossing. Con más de 1.200 páginas de texto denso, la novela contiene, me atrevería a decir, como medio millón de palabras—aproximadamente dos Ulises. También es, por cierto, como el doble de larga que el debut de Danielewski, House of Leaves, que le dio estatus de culto al autor hace 25 años. Tom’s Crossing es tan grande que cuando la saqué en el metro, me sentí como ese personaje de Trigger Happy TV con su teléfono móvil enorme. "Miren", parecía decirle a los pasajeros que scrolleaban Instagram en sus dispositivos, "¡estoy leyendo un libro!"

La novela no es solo larga, sino también una obra desafiante y deliberadamente arcana que insiste en su propio estatus épico, aunque en su corazón tiene una historia sencilla y fascinante. Kalin March, un adolescente de 16 años, torpe y marginado en el pueblo de Orvop, Utah, es un jinete de caballos con un talento extraordinario. Gracias a su amor compartido por los caballos, entabla una amistad improbable con el guapo y popular Tom Gatestone.

Cuando Tom muere de cáncer, le hace prometer a Kalin que salvará a los dos caballos que amaban del matadero. La mayor parte de la novela cuenta la búsqueda de Kalin para llevar estos caballos, Mouse y Navidad, a un lugar seguro en la naturaleza salvaje más allá de la cordillera Isatch. En el camino, a Kalin se le une inesperadamente la valiente hermanita adoptiva de Tom, Landry, y aún más sorprendente, el fantasma del propio Tom. Una serie de eventos violentos aumenta la tensión: el malvado patriarca de Orvop, Orwin Porch, dueño de Porch Meats y enemigo mortal de los Gatestone, sale a frustrar la ya difícil misión de Kalin.

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Hay tantas figuras corales que me pregunté si serían superfans de Danielewski que habían financiado la novela.

Este resumen simple no le hace justicia a la ambición del libro ni a la brillantez de su trama. Los eventos ocurren durante un período de cinco días antes de Halloween de 1982. Puramente como historia, Tom’s Crossing acierta en un punto cinematográfico con toques western, con una ambientación de los 80, personajes centrales jóvenes y paisajes vastos. Hay armas, caballos, fantasmas, una lucha primaria por la supervivencia en terreno hostil, rencillas familiares y una sensación de amenaza mortal que se intensifica, mientras la ambición y psicopatía del Viejo Porch aumentan el drama. Y el tiempo limitado de la historia avanza hacia un encuentro climático enormemente satisfactorio en las montañas.

Y sin embargo, a pesar de sus virtudes obvias, encontré Tom’s Crossing una experiencia desconcertante y a menudo exasperante. Danielewski es un escritor de enorme poder y visión. Ha inventado una historia absorbente con trasfondos míticos que no necesitan énfasis adicional. Pero toma varias decisiones estéticas que parecen diseñadas para frustrar el disfrute normal de la novela. Una es la idea, establecida en la primera página, de que los eventos épicos descritos en el libro ya son ampliamente conocidos. En numerosos puntos de la novela, nos alejamos de la acción y exploramos los pensamientos y actitudes de un gran coro de personajes con nombre que han usado momentos de la historia como base para sus propias obras de arte: óperas, canciones, esculturas, dibujos, instalaciones. Escuchamos sobre estos con detalles alucinantes. Hay tantas de estas figuras corales—en un punto, se listan simplemente como mil nombres sin comentario—que me pregunté si serían superfans de Danielewski que habían financiado la novela mediante crowdfunding.

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La otra decisión que me pareció perversa es la voz narrativa del libro. La novela pretende ser la transcripción de un relato oral de los eventos que narra. La voz reproducida en la página es una mezcla rara de homérico y campesino, omitiendo la "d" final en participios, usando dobles negaciones, a veces diciendo "pa" en vez de para, pero a la vez conocedora de palabras arcanas como cinegéticó, rupestre, epicrisis, noctilucente y teichoscopia. El resultado es prolijo y divagante, y hace que un libro largo se sienta mucho más largo.

“Earlier that afternoon, when for some reason Allison’s thoughts had angrily returned to the curse she’d laid upon Kalin before he’d left, warnin him from guns, makin it clear by insubstantial decree that even handlin a gun might cost him the horses he loved, and for the rest of his life, she and Sondra had returned to the Isatch Canyon parkin lot, where they’d promptly learned about the great rockfall.”

Este pasaje es una de las secciones más cortas y menos desafiantes de la novela, pero aún así hay algo característicamente desconsiderado en como está construído. La advertencia sobre las armas—aunque pertinente a la trama—no tiene nada que ver con la acción que se desarrolla. De hecho, solo distrae al lector de la esencia de este párrafo que es: Allison y Sondra volvieron al Cañón y se enteraron del derrumbe de rocas.

¿Por qué no decirlo así? Bueno, la voz del narrador está comprometida con su idiolecto especial, con repetición, jerga y sus propios ritmos enredados. El espacio me impide citar los ejemplos más raros extensamente, pero a veces parece como si el Forastero de la película El Gran Lebowski estuviera canalizando la prosa enmarañada del siglo XVII de John Milton o Thomas Browne. El Forastero, recordarás, tiene una voz grave y un sombrero grande, y es propenso a decir cosas como: "Supongo que así es como la maldita comedia humana sigue perpetuándose a través de las generaciones. Hacia el oeste los carromatos, a través de las arenas del tiempo, hasta que nosotros—¡ah! Mírenme, estoy divagando otra vez". Añade una referencia a la Ilíada y un adjetivo oscuro, digamos, cuacaversal, y esta es básicamente la voz de Tom’s Crossing.

Este narrador—cuya identidad inverosímil descubrimos tarde en el libro—también posee una especie de hiperomnisciencia. Hay un conocimiento profundo sobre—de pronto—equitación, geografía, geología, mito, escrituras mormonas, juegos de cartas, desarrollo urbano, música de los 80, arte moderno, armas, supervivencia en la naturaleza y las convenciones de la literatura clásica. Además, cada momento en la historia se explota en detalle segundo a segundo, sin importar su importancia para la trama. En ocasiones, esto es sublime y emocionante. La habilidad de Danielewski para visualizar y transmitir acción en desarrollo es asombrosa. En otras ocasiones, me rascaba la cabeza mientras nos adentrábamos en otra digresión extensa, preguntándome por qué me contaban tanto sobre personajes secundarios y sus entusiasmos irrelevantes.

Al final, Tom’s Crossing da la impresión de haber sido escrita con por lo menos un ojo puesto en la inmortalidad literaria que otorga el estudio académico. Sus decisiones estéticas parecen diseñadas para estimular seminarios en vez del disfrute. Y para ser justos, Danielewski no esconde los desafíos del libro: un vistazo a la primera página de la novela les hará saber a los lectores a lo que se enfrentan. Lo que es menos obvio es que debajo del caparazón de escritura difícil y alusión literaria, hay el gratificante centro pegajoso de un western de superventas PG, con nudez limitada, escenas violentas y decisiones morales extrañamente simples.