Supervivientes israelíes: atrapados entre el trauma y la burocracia tras el ataque iraní

La guerra con Irán quizás haya terminado, pero para las víctimas de los ataques con misiles, el trauma continua.

Recoger los pedazos es algo tanto literal como metafórico para Shanna Fuld. La periodista, nacida en Estados Unidos, pasó semanas después de que un misil iraní golpeara su apartamento el 16 de junio usando guantes y botas de trabajo, sacando fotografías de bajo los escombros y limpiando el polvo de los paneles de yeso de sus pertenencias. Pero la verdadera reconstrucción —encontrar un nuevo piso, navegar la burocracia israelí y procesar el trauma— resultaría ser mucho más complicado que salvar lo que quedaba de su destrozado hogar en Tel Aviv.

A cien metros de distancia en la calle Pinsker, María, una residente de Tel Aviv, enfrentó una realidad similar. Su edificio, contiguo al que recibió el impacto directo del misil iraní, fué declarado estructuralmente inseguro. Las autoridades prohibieron a los residentes entrar para recuperar sus posesiones, un punto de corte donde una vida terminó y otra tuvo que comenzar desde cero.

“Creo que la incertidumbre fue la parte más difícil,” dijo María al The Jerusalem Post. “No sabíamos si los hoteles iban a estar cubiertos por mucho tiempo. En algún momento, mencionaron que solo tomaría dos semanas hasta que estuviéramos obligados a seguir adelante.”

Más de tres meses después del ataque, ambas mujeres han encontrado nuevos hogares. Pero sus experiencias revelan una respuesta gubernamental caótica al desplazamiento masivo, marcada por promesas rotas, confusión burocrática, y la carga extraordinaria de pagar un doble alquiler mientras esperaban meses por reembolsos que quizás nunca llegarían.

UNA VISTA AÉREA revela la escala completa de la destrucción, donde cientos de residentes fueron desplazados simultáneamente y forzados a competir por apartamentos en el inflado mercado inmobiliario de Tel Aviv. (crédito: Matan Golan/Middle East Images/AFP via Getty Images)

La mañana en que todo cambió

A las 4 de la mañana del 16 de junio, María y su pareja agarraron su mochila de emergencia – pasaportes, dinero, ropa para dos días, comida para su perro – y huyeron. Su pareja llevaba chanclas. Esa única mochila contenía todo lo que tendrían.

Para Fuld, el ataque validó las premoniciones que había tenido durante meses. Durante mucho tiempo había albergado la visión de la ventana de su sala reventando por un ataque iraní. Antes de salir de casa durante casi dos años, metía su ordenador portátil en una funda protectora y lo apoyaba contra el sofá. Cuando el misil impactó, todos los cristales habían desaparecido. Su portátil sobrevivió. Una tubería rota inundó el apartamento, pero la funda absorbió el agua.

“Realmente siento que hay mi vida antes del cohete y mi vida después del cohete,” dijo Fuld al Post.

Ambas mujeres enfrentaron un trabajo físico agotador. Fuld pasó semanas haciendo trabajo manual para salvar lo que podía. “Todo tenía cristales por todas partes; todo tenía polvo de yeso por todas partes,” dijo.

El edificio de María presentaba un desafío diferente. Declarado inseguro para entrar, no podía acceder legalmente a su piso para recuperar las pertenencias acumuladas durante 12 años, 10 en el mismo apartamento. “Es solo dinero, y se puede volver a comprar,” dijo María. “Pero también son recuerdos. También es como una parte de tu vida, algo que has construido con tus 10 dedos.”

La matemática imposible del doble alquiler

La carga financiera fue el mayor shock. Lejos de proporcionar asistencia para la vivienda, el sistema gubernamental, a través de varias agencias, requirió que los residentes desplazados continuaran pagando a sus arrendadores originales mientras simultáneamente conseguían y pagaban un nuevo alojamiento, todo mientras estaban alojados en un espacio temporal en un hotel.

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“Tenía que pagarle a mi arrendador actual. No vivía en el hotel gratis porque le estaba pagando a mi arrendador,” explicó Fuld. “El estado, para evitar tener que hacer pagos a los propietarios, hizo que los residentes les siguieran pagando.”

Para María, que acababa de renovar su contrato de alquiler el 16 de junio, el mismo día del ataque, la situación se volvió insostenible. “Estoy pagando por el nuevo piso, que empezó en julio. Y luego estoy pagando por el piso viejo, lo que significa que estoy pagando casi 13,000 sékeles de alquiler.”

Los costos aumentaban: alquiler viejo, alquiler nuevo, depósito de garantía, honorarios de agencia, muebles. “Esto cambió mi perspectiva sobre cuánto dinero necesito tener en mi cuenta bancaria en todo momento,” dijo Fuld. “Necesito tener cien mil sékeles en mi cuenta bancaria siempre para sentirme segura viviendo en este país.”

El gobierno se ofreció a pagar una diferencia – la diferencia entre el alquiler antiguo y el nuevo – para los residentes que no podían pagar los precios del mercado de Tel Aviv. Pero nada estaba garantizado por escrito.

“Esa fue la una gran, gran, gran, gran, gran crítica que tengo: No nos dieron nada por escrito,” enfatizó Fuld. “Ninguno de los evacuados tenía confianza en que lo que nos decían verbalmente nos iba a ser pagado. No había una fecha en la que se supone que lo recibiríamos.”

El camino hacia la compensación requería una defensa agresiva. María hizo viajes repetidos a una oficina de la Autoridad Tributaria después de enterarse de que alguien estaba físicamente estacionado allí, información no disponible fácilmente a través de los canales oficiales.

“La primera vez, dije, ‘Vale, pues hágame saber qué pasa con mi dinero.’ Y luego simplemente envían otra nota, y envían otra solicitud,” relató María. “Les digo, escuchen, mi antiguo casero está cobrando los cheques. Los está cobrando, y yo no sé cuándo me van a pagar ustedes.”

En su tercera visita, María llegó a su límite. “Voy allí, y grito hasta que obtengo respuestas, grito y lloro,” dijo. “Y entonces obtuve mi respuesta, y unos días después tenía el dinero en mi cuenta bancaria.”

Ella reflexionó: “Si no les hubiera gritado, no habría recibido [el dinero]. Simplemente no lo habría recibido.” Si no gritas y no alzas la voz y no entras en pánico, ellos no se mueven.

Es horrible decirlo, pero hay que portarse así para conseguir las cosas,” añadió. “Yo no soy ese tipo de persona, pero simplemente entendí que si quería lograr algo, tenía que gritar y llorar.”

Fuld experimentó frustraciones similares. Ministerios del gobierno la llamaban repetidamente, preguntándole qué necesitaba. Ella les decía: una cama, porque tuvo que salir del hotel antes de poder amueblar su nuevo apartamento.

“Recibí múltiples llamadas del estado preguntándome qué necesitaba. Yo les dije lo que necesitaba. Necesitaba una cama,” dijo. Dos días después, volvieron a llamar, haciendo la misma pregunta. “Dijeron: ‘Vamos a contactarte en unas horas y resolver este problema’. Nunca más supe de ellos.”

El patrón se repitió con las peticiones de terapia por trauma. “Me preguntaron si necesitaba un trabajador social. Dije que sí. Nunca supe de ningún trabajador social. Pedí un trabajador social tres veces. Nunca lo obtuve.”

Shanna Fuld examina la destrucción de su apartamento en la calle Ben Yehuda tras el ataque con misiles iraní del 16 de junio. (crédito: Chen Schimmel/The Jerusalem Post)

### El problema del contrato

La situación de Fuld se complicó por su tipo de contrato de alquiler. Después de tres años en su apartamento, los últimos seis meses había sido un contrato mensual porque su casero estaba vendiendo la propiedad. Cuando presentó su contrato, los oficiales le dijeron que no sería aceptado.

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“Me dijeron que tenía *chutzpah* por quedarme en el hotel y que, como no tenía un contrato de un año, el estado estaba siendo especialmente amable conmigo y atendíendome más,” recordó.

Enfrentada a pagar un doble alquiler indefinidamente sin garantía de reembolso, Fuld dejó de pagarle a su antiguo casero después de agosto. “Dije: ‘Lo siento, pero en realidad no lo siento. Tengo que seguir adelante y no puedo pagar dos alquileres con el riesgo de que el gobierno tirara mi contrato a la basura’.”

Su nuevo apartamento cuesta 1.100 séqueles más al mes, una diferencia que ahora paga completamente de su propio bolsillo. “Pasé mucho tiempo intentando encontrar el mismo precio que pagaba antes, y simplemente no pude porque los precios ahora son más altos.”

Cuando finalmente llegó la compensación para los evacuados, fue sin previo aviso. María recibió la cantidad máxima para una pareja – 85.000 séqueles por todos los enseres del hogar – 45 días después de presentar su reclamo.

“Nadie habló con nosotros antes. No sabíamos cuánto íbamos a recibir, si lo íbamos a recibir, cuándo lo íbamos a recibir,” dijo. “Para entonces, ya estábamos en un nuevo apartamento y tuvimos que comprar cosas.”

Aunque María reconoció que el pago cubría las necesidades inmediatas, señaló que era insuficiente para todo lo acumulado en 12 años. Solo para la ropa, estimó que una pareja necesitaría 10.000 séqueles o más.

También tuvo que negociar la compensación por su coche destruido. Después de discutir, recibió 1.000 séqueles adicionales. “Así es básicamente como funcionan las cosas en Israel,” dijo. “Tienes que gritar y llorar por todo, y eventualmente lo conseguirás.”

El único cheque de Fuld del gobierno llegó casi tres meses después. “Me ayudó a comprar algunos muebles,” dijo. “Pero todo lo que necesitaba, lo necesitaba hace meses.”

Su pareja organizó una recaudación de fondos independiente que proporcionó un apoyo crucial. “Sin ese colchón, habría sido muy difícil para mí porque estaba pagando dos alquileres.”

Un tema que surgía constantemente era la incertidumbre que enfrentaban los evacuados al tratar con las oficinas y ministerios del gobierno. Los residentes se enfrentaban a requisitos burocráticos que cambiaban constantemente. María describió instrucciones contradictorias sobre cómo presentar la documentación.

“Funcionaba con adrenalina,” reflexionó. “Y ahora siento que ni siquiera sé cómo dejar de funcionar con adrenalina.”

Las secuelas se manifiestan físicamente. “Estoy teniendo ataques de ansiedad que son algo recientes porque ahora creo que mi cuerpo ya terminó de hacer el esfuerzo pesado,” explicó. “Me cuesta respirar. No puedo recuperar el aliento.”

“Ellos seguían cambiando entre: ‘Presenta los documentos por el sistema’ a ‘No, no los presentes por el sistema, sino que los mandes por fax’. No usamos fax desde hace años. Luego era por correo electrónico, pero no contestan los emails, y no hay con quién hablar,” dijo.

La falta de protocolos claros, casi dos años después de comenzada la guerra, le frustraba especialmente. “Ya casi llevamos dos años de guerra y nada está claro. ¿Qué periodo de tiempo tenemos que quedarnos en el hotel? ¿Cuáles son las tasas de compensación? Nada está claro.”

Como inmigrante, Fuld enfrentó dificultades adicionales. “Me llaman en hebreo,” dijo. “Si estás intentando ayudar a alguien porque sabes que es una *olá*, manda a alguien que hable inglés para hablar con ellos cuando están en medio de un episodio traumático.”

En medio del caos, hubo algunos elogios para el Municipio de Tel Aviv. “Creo que la ciudad de Tel Aviv hizo lo mejor que pudo. Realmente nos defendieron y enviaron trabajadores sociales a los hoteles,” dijo Fuld.

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Ella se enteró de que hubo “una batalla entre la ciudad y el estado” sobre las estancias en hoteles. “La ciudad de Tel Aviv defendía que los residentes pudieran quedarse más tiempo. Y el gobierno, porque son los que pagan, intentaba sacarnos.”

### El costo emocional

Tres meses después, ambas mujeres enfrentan el impacto psicológico. La carrera de periodismo independiente de Fuld se detuvo casi por completo en comparación con su ritmo habitual de trabajo.

María también está comenzando terapia por trauma, compartió con el Post. “Cuando te das cuenta de que ya no puedes luchar más por todo, entiendes el gran daño que te a causado,” explicó ella. “Dejas de correr, y entonces simplemente te das cuenta: ‘Eso es lo que he pasado.’ Toda mi vida fue básicamente destruida, y tuve que comenzar desde cero.”

Ella identificó la pérdida de control como algo particularmente difícil. “No fue mi elección cómo terminé despertándome un día cualquiera y toda mi vida estaba siendo destruida, y estaba fuera de mi control.”

La amenaza de futuros ataques agrava el trauma. “Solo el pensamiento de que pueda ocurrir otro ataque me dan ganas de comprar un billete de ida para irme a algún sitio y simplemente no estar aquí nunca más,” se lamentó Marie.

La experiencia cambió la relación de Fuld con Israel. Llegó a los 24 años, demasiado mayor para el servicio militar obligatorio, y durante mucho tiempo sintió culpa por no servir. “Realmente sentía que mi pluma era mi manera de servir al país,” dijo.

“De hecho, siento que he sido iniciada en la cultura israelí. Me siento muy israelí. Todo el mundo conoce a alguien a quien le ha pasado algo, o que ha tenido a alguien que murió o que resultó herido o que tiene TEPT de esta guerra.”

Ambas mujeres enfatizaron que sus experiencias reflejan un fallo sistémico más amplio. “Todo el mundo piensa que, después de que bombardearan las casas de la gente, el gobierno como que les tomó de la mano,” dijo Fuld. “La gente incluso me preguntó si vivo en una propiedad asignada por el gobierno.”

El mensaje central de María se centró en la necesidad de procedimientos establecidos. “El gobierno debería tener protocolos. Ya llevamos dos años en esta guerra. Hubo cientos de miles de refugiados que perdieron sus hogares. Debería haber un protocolo para eso,” dijo.

“No debería existir este modo israelí de que nada está escrito y tienes que luchar por todo y gritar por todo. Por favor, dennos algo super coherente. Al menos quedará escrito con nuestra sangre, pero algo para la próxima gente que pase por algo así. Y desafortunadamente, estoy bastante segura de que habrá otra gente que pasará por eso en Israel.”

Mientras Fuld sigue desempacando cajas e intentando reiniciar su carrera, reflexiona: “Las ideas son buenas. La idea de dar a la gente una diferencia para que puedan tener un estándar similar en un piso nuevo está bien. Pero no puedes hacer que la gente espere de tres a seis meses para recibir un reembolso. ¿Quién tiene ese tipo de dinero para adelantar?”

Para María, que recientemente recibió sus doce meses completos de pagos de diferencia de alquiler, el alivio se ve mitigado por lo que costó conseguirlo.

“Finalmente pude respirar,” dijo. “Y ahora estoy empezando terapia de verdad. Porque cuando te das cuenta de que ya no puedes luchar más por todo, entiendes el gran daño que te a causado.”