"Siempre hay algo que ver": por qué "Spotlight" es mi película reconfortante

A mitad de *Spotlight*, la película de Tom McCarthy sobre la investigación del *Boston Globe* sobre abusos infantiles en la Iglesia Católica en Boston, hay un momento que, incluso después de verla más de 30 veces, todavía me pone la piel de gallina. El editor Walter “Robby” Robinson (Michael Keaton) viaja a Providence para entrevistar a un excompañero del colegio Boston College. Allí, él y la víctima, Kevin (Anthony Paolucci), hablan amablemente sobre los viejos tiempos. Pero cuando mencionan al entrenador de hockey, el padre James Talbot, el tono cambia de repente. La cara de Kevin se vacía, sus ojos pierden vida, y vemos como su alma se escapa. “¿Cómo lo supiste?”, dice con una voz plana, cargada de años de trauma.

Es increíble lo bien hecha que está *Spotlight*. Aunque el reparto incluye estrellas como Mark Ruffalo, Rachel McAdams y Brian d’Arcy James (el segundo mejor *Shrek* del mundo), son las escenas con Paolucci (un actor con pocos créditos) las más desgarradoras.

Eso es lo que me tranquiliza de las *películas reconfortantes*: saber que estoy en buenas manos. Después de tantas revisiones, ver *Spotlight* es como dejar que un amigo de confianza me guíe con los ojos vendados por mi propia casa.

No pierden ni un segundo en contar cómo el equipo de *Spotlight* destapó los abusos pedófilos en Boston, ocultados por la Iglesia y tolerados por una comunidad que ignoró lo obvio: al menos 87 sacerdotes abusaron de cientos de niños. Cada escena, desde cenas familiares hasta partidos de los Red Sox, revela detalles escalofriantes. Mientras, los periodistas enfrentan su propia fe perdida y su complicidad en el silencio que permitió estos crímenes durante décadas.

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¿Suena como una taza de chocolate caliente, verdad?

Entiendo que *Spotlight* no parezca una peli alegre. Pero, ¿no nos reconfortan a veces las pelis de terror? Podría decirse que *Spotlight* encaja ahí: un miedo lento y oculto que acecha al espectador. Solo que aquí, el monstruo está en todas partes.

Esto se mezcla con una nostalgia visual. Los tonos apagados y los autos viejos nos transportan al 2001, antes de que el mundo se volviera… esto. Es incluso previo al 11-S, como un último respiro antes del caos: tanto local (el escándalo) como global (la guerra contra el terror).

Pero esa serenidad es justo lo que la hace perfecta para una tarde de domingo. No es ruidosa, es envolvente pero relajante. Cuando estoy agotado, triste o estresado, siempre puedo ver *Spotlight*. Tras una ruptura, la muerte de mi abuela o un mal día en el trabajo, ahí está. Quizá sea su quietud, su horror latente, o ambas. Lo cierto es que *Spotlight* es accesible.

Ojalá más películas lograran esa calma. Lo han intentado (*Boston Strangler*, *She Said*), pero ninguna iguala la humanidad de *Spotlight*, que nos recuerda que aún existe algo de justicia en el mundo. Para mí, como periodista, es un bálsamo. Cuando me siento desanimado, verla me devuelve, aunque sea por dos horas, un poco de propósito.