Si las usas, no te estás protegiendo.

Las Islas Baleares han registrado un aumento considerable de casos de gripe estacional, con una incidencia que alcanza ya los 75 casos por cada 100.000 habitantes, superando así el umbral de alerta establecido en 36. Ante esta situación, la Conselleria de Salut ha emitido una serie de recomendaciones en las que se insta a la población a utilizar mascarillas en centros sanitarios, espacios públicos cerrados, transporte público y otros entornos con alta afluencia, con el objetivo de limitar la transmisión del virus.

No obstante, las autoridades sanitarias insisten en que el empleo de mascarillas obsoletas puede ofrecer una protección muy limitada. “Las mascarillas tienen una fecha de caducidad y su capacidad de protección disminuye con el tiempo. Utilizarlas más allá de ese límite podría generar únicamente una falsa sensación de seguridad”.

Este riesgo adquiere especial relevancia dado que muchas personas contemplan reutilizar las mascarillas almacenadas durante la pandemia de COVID-19. Los distintos tipos —como las FFP2 y las quirúrgicas convencionales— presentan períodos de validez variables, que generalmente oscilan entre uno y tres años desde su fabricación. Por ejemplo, una mascarilla FFP2 suele mantener su eficacia hasta tres años, mientras que una quirúrgica no debería emplearse más allá de uno o dos.

Cómo afecta la caducidad a la eficacia

La fecha de expiración no es un mero trámite administrativo: el rendimiento de las mascarillas médicas se deteriora conforme envejecen sus componentes. Las gomas elásticas pueden perder tensión, lo que compromete el ajuste facial y permite que el aire no filtrado penetre por los laterales. En las mascarillas FFP2 o similares, la espuma del ajuste nasal también puede endurecerse o degradarse, afectando al sellado. El medio filtrante —compuesto frecuentemente por fibras no tejidas con carga electrostática— puede perder su capacidad de filtración con el tiempo o bajo condiciones de almacenamiento inadecuadas, como calor o humedad excesivos.

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Visualmente, el aspecto de una mascarilla puede resultar engañoso. La degradación puede producirse aun cuando esta parezca intacta. Signos reveladores incluyen bandas elásticas estiradas o quebradizas, decoloración visible, roturas, separación de capas, esposa nasal endurecida o desmenuzable, o un olor desagradable. Si se presenta cualquiera de estos síntomas o si ha transcurrido la fecha de caducidad impresa, la mascarilla debe desecharse: “Una mascarilla caducada, independientemente de su apariencia, no debe usarse, pues podría no cumplir con los estándares de seguridad esenciales.”

Tipología de mascarillas y su uso previsto

No todas las mascarillas cumplen la misma función. Las mascarillas quirúrgicas ejercen un control de la fuente, ayudando a prevenir la transmisión del portador hacia los demás al bloquear las gotículas respiratorias. Su filtración es principalmente unidireccional y su ajuste es holgado.

Por el contrario, las mascarillas filtrantes (ej. FFP2, N95) protegen tanto al usuario como a su entorno, empleando múltiples capas —incluyendo un componente electrostático— y un sellado facial más firme para filtrar tanto el aire inhalado como el exhalado. Ambas categorías dependen de un ajuste fiable y de un medio filtrante intacto y activo. La caducidad o los daños comprometen tanto la filtración como el ajuste, exponiendo a los usuarios a patógenos aerotransportados y ofreciendo una protección real, en el mejor de los casos, limitada.

Medidas preventivas más amplias contra la gripe

Aunque las mascarillas siguen siendo una herramienta útil contra los virus aerotransportados, la vacuna antigripal anual continúa siendo la medida más efectiva para reducir las complicaciones graves. La vacunación sistemática es especialmente importante para los grupos de riesgo. Otras recomendaciones incluyen el lavado frecuente de manos con agua y jabón o el uso de soluciones hidroalcohólicas, dado que los virus de la gripe pueden sobrevivir en superficies y transmitirse por contacto con las mucosas faciales.

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Adoptar una buena etiqueta respiratoria —cubrir toses y estornudos con el codo flexionado, no con las manos— y minimizar el contacto innecesario con la nariz, la boca o los ojos reduce aún más el riesgo de infección. Los espacios bien ventilados y, en la medida de lo posible, evitar entornos masificados, siguen siendo elementos valiosos en la estrategia de salud pública. Colectivamente, estas acciones refuerzan la protección individual y comunitaria mientras los casos continúan aumentando en Baleares.

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