*Being Charlie*, una película del 2016 dirigida por el recientemente fallecido Rob Reiner, se destaca en su filmografía por varias razones. Es un drama crudo sobre la adicción, con algunos toques cómicos, menos eufórico que las películas que lo hicieron famoso o las otras que hizo en la década de 2010. Protagonizada por estrellas emergentes de la época en vez de figuras consagradas, y con mucho más sexo y desnudos de lo habitual. Además, es la única película coescrita por su hijo Nick, cuyas experiencias sirvieron de base para el guion, y quien ahora enfrentará cargos por el asesinato de sus padres.
Estas circunstancias horrorosas transforman *Being Charlie* de un proyecto interesante de su etapa tardía, en un objeto de morbo inevitable. Es una película que Reiner hizo en colaboración con su hijo, en parte como un acto de esperanza de que lo peor de sus problemas había quedado atrás. La vida real no fue tan cooperativa como el final ambiguo pero algo optimista de un drama independiente bien intencionado.
Tras una increíble racha de clásicos en su primera década y otras películas menos aclamadas después, para los 2010 Reiner parecía haber encontrado su fórmula: vehículos para estrellas veteranas como Michael Douglas, Morgan Freeman y Diane Keaton, inspirado probablemente por el éxito comercial de *The Bucket List* (2007). *Being Charlie* se alejó de esa línea y de sus clásicos de los 80. En vez de identificarse con personas mayores demostrando que aún les queda vida, la película se centra en Charlie (Nick Robinson), un joven universitario que entra y sale de rehab mientras su famoso padre David (Cary Elwes) lo observa con desaprobación.
En un cambio extraño y a veces distractivo, David no es un ex-actor y director interesado en la política, como el verdadero Reiner. En su lugar, es un ex-actor famoso por interpretar un pirata, interpretado por un actor que *sí* hizo de pirata en una película de Reiner, y que ahora se postula para gobernador de California. Es lo suficientemente autorreferencial como para sentirse más como un chiste interno que una analogía. El interés de Reiner padre por la comedia se traslada a Charlie, quien muestra talento para el stand-up.
No es que Nick Reiner no pudiera tener ese interés, pero al ver la película tras la tragedia familiar, es inquietantemente interesante ver qué se siente más auténtico. No es el melodrama familiar entre Robinson y Elwes, ni las secuencias más crudas sobre la adicción, que a veces parecen forzadas. Es el material de ese término medio incómodo, donde Charlie está en rehab deseando irse, o tratando de mantenerse sobrio mientras piensa en una chica que conoció ahí. El resto parece una intrusión, y en retrospectiva, uno se pregunta si fue producto de Reiner empujando el proyecto hacia algo familiar. Aún así, es impresionantemente autocrítico –el personaje de Elwes no es nada halagador para la imagen pública de Reiner– mientras reorienta la historia de un adicto hacia una redención entre padre e hijo.
Técnicamente, *Being Charlie* sí se destaca de su trabajo posterior. Es atenta con sus actores jóvenes, como sus clásicos, y su textura visual es distinta. Reiner siempre fue un artesano capaz, lo que a veces lo dejaba a merced de la calidad de los guiones, aún participando en su forma. Con escritores tan variados como William Goldman o Nora Ephron, sabía preservar sus voces. Su intento de dedicar esa misma atención a su hijo es conmovedor.
Y ahora, también, desgarrador. Aunque Charlie es el centro de la película, es imperfecto no solo como persona, sino como intento de entender los demonios de Nick Reiner. No hay indicios de violencia en Charlie, ni mucha inestabilidad emocional; sus problemas familiares y de adicción son familiares, empatéticos. Rob Reiner tenía un claro interés en la mecánica de la narración. Esa historia aquí carecía de algo crucial, por razones comprensibles que llevaron a un horror inimaginable fuera de pantalla. *Being Charlie* antes parecía omitir un dolor mayor. Ahora ese dolor la ha encontrado.
