Ronda: Milenaria musa de poetas, artistas, toreros y músicos.

Ronda no simplemente aparece; se presenta con contundencia. Al trazar la curva de la carretera, esta ciudad cautivadora irrumpe en el horizonte, erguida como una perla blanca entre la agreste campiña andaluza.

Intuyes de inmediato que arribas a un lugar singular, impresión que se confirma al comprender su geografía: una ciudad fortificada sobre una colina, bautizada por los romanos como Arunda, que significa literalmente ‘rodeada de montañas’.

Pero Ronda, efectivamente circundada por sierras en todas direcciones, es también el sueño de todo geólogo, pues la urbe está hendida en dos por una profunda grieta tallada por el río Guadalevin.

Todo ello contribuye a su compleja historia. Aquí es donde los hilos que conforman el multicolor tapiz de Andalucía –la arquitectura árabe, la grandiosidad romana, la tauromaquia, los poetas y los forajidos– se entrelazan armoniosamente.

Ronda es más que un destino; es una crónica viva donde sus piedras sienten el peso de siglos de historias.

La experiencia visceral de Ronda comienza con el Tajo, la garganta sobrecogedora que desgarra su centro y se despliega en un profundo valle. Salvando esta división monumental se alza el Puente Nuevo. Es el corazón físico y espiritual de la ciudad, y es imposible aproximarse a él sin sentir su vertiginosa y pura altura.

La existencia misma del puente está arraigada en un secreto trágico. Antes de que esta maravilla de piedra se alzara aquí, un precario puente de madera era el único vínculo sobre el abismo de más de 90 metros. En 1740, aquella estructura de madera colapsó, y 50 inocentes rondeños se precipitaron a su muerte. Los 40 años que tomó reconstruirlo no fueron solo una hazaña de ingeniería; fue un acto de voluntad colectiva para garantizar que la comunidad nunca volviera a estar dividida. Hoy, se erige como un testimonio de resiliencia, ofreciendo vistas tan espectaculares que los lugareños afirman que ‘los pájaros vuelan a los pies de quienes miran al horizonte’.

La disposición de Ronda es un mapa histórico sencillo: La Ciudad (el casco antiguo y la antigua medina árabe) se sitúa al sur, de aspecto antiguo y laberíntico, mientras que El Mercadillo (el distrito comercial moderno) se encuentra al norte. Luego, más abajo, extramuros de la encantadora puerta árabe de Almocábar, se extiende el barrio de San Francisco, adosado a las murallas medievales que en su día defendían toda la fortaleza.

Mucho antes del Puente Nuevo, Ronda ya era una plaza fuerte: la tribu celta de los bástulos conocía la importancia temprana de este promontorio rocoso para el comercio, quizás incluso a lo largo de las antiguas rutas atlánticas.

Cuando llegaron los romanos, la ciudad creció rápidamente en estatura. Desarrollaron una singular colonia ‘gemela’: la defendible Arunda y la aún mejor fortificada Acinipo (la Ronda Vieja) a unos quince minutos al oeste. Dedique tiempo a visitar las tranquilas ruinas de Acinipo, donde aún pueden hallarse considerables restos de su impresionante teatro romano. Imagine la vida que floreció aquí: el autor romano Plinio mencionó a Ronda en sus escritos poco antes de perecer durante la erupción del Vesubio en el año 79 d.C., confirmando su importancia en la ‘Bética’, la España meridional romana.

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Luego llegaron los godos occidentales (o visigodos). Eran principalmente agricultores, y su breve período de estructuras de madera dejó escaso rastro –un interludio tranquilo antes de que el continente cambiara para siempre.

Ocho siglos en Al-Ándalus

La llegada de las fuerzas musulmanas desde Marruecos en el año 711 d.C. transformó Ronda y dictó su destino durante ocho siglos. Se convirtió inmediatamente en una poderosa ciudad y fortaleza árabe, una influencia que permanece palpablemente conservada hoy, especialmente en La Ciudad.

Adentrarse en el casco antiguo es como caminar dentro de una cápsula del tiempo. Conserva su plano urbano árabe original: un fascinante laberinto de callejuelas estrechas y serpenteantes. Esta no era una arquitectura accidental; era sumamente práctica, reflejando el antiguo proverbio árabe de que ‘el sol es nuestro enemigo’. Las calles angostas maximizaban la sombra y minimizaban el calor abrasador del verano, un efecto realzado por los bellos azulejos de motivos geométricos empleados en los interiores.

La historia aquí es una de fricción constante. La zona fue central en la rebelión de los muladíes (cristianos convertidos al islam) liderada por Omar Ben Hafsun, una feroz resistencia que subraya lo cuasi imposible que resultaba conquistar este enclave rocoso.

El legado árabe no se limitó a los muros; se filtró en el propio paisaje. Las localidades de la cercana Serranía aún ostentan nombres como Arriate, Benaoján, Benadalid y Faraján, todos de raíz árabe. Incluso la lengua española hablada por los rondeños arrastra esta herencia ancestral: cuando alguien exclama “¡Ojalá!”, está invocando el nombre de la deidad (Alá). Y ya sea que se crea o no, algunos etimólogos sugieren que el famoso grito taurino de ‘¡Olé!’ revela esos mismos vínculos ancestrales islámicos.

La era musulmana concluyó en 1485, cuando los Reyes Católicos conquistaron la ciudad (solo siete años antes de la toma definitiva de Granada) tras una larga contienda. La paz fue breve. Los gobernantes cristianos necesitaban a los talentosos artesanos árabes, pero la frágil tregua finalmente se quebró, conduciendo al brutal decreto de conversión forzosa o expulsión. Tras una serie de sangrientos levantamientos de los moriscos (musulmanes convertidos), la expulsión final en 1571 puso fin a una remarkable historia de 700 años, aunque algunos focos de resistencia persistieron durante años en las escabrosas montañas cercanas.

Qué visitar: Un paseo a través del tiempo

Para comprender esta historia estratificada, hay que recorrerla a pie. Su exploración debe comenzar en El Mercadillo, la sección más nueva de la ciudad, donde la estructura monumental que capta toda la atención es la Plaza de Toros de Ronda. Esta es la plaza de toros más antigua de España y la cuna indiscutible de la tauromaquia moderna, inmortalizada por la familia del legendario torero Antonio Ordóñez, el hombre que definió su moderno brío y que disfrutó de la compañía de figuras como Ava Gardner. Su imponente arquitectura clásica habla de la opulencia del siglo XVIII, la misma era que produjo el Puente Nuevo.

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Cerca, encontrará la Alameda del Tajo. Este hermoso parque de estilo español es perfecto para un paseo tranquilo y para saludar a los amigos, y sus singulares vistas sobre la campiña lo convierten en una visita esencial. Posee una origin historia maravillosamente única: se dice que su construcción en tiempos napoleónicos fue financiada por una ‘hucha de las palabrotas’. Todo aquel sorprendido proferiendo juramentos (palabrotas) debía contribuir al coste del parque.

Luego, debe cruzar el Puente Nuevo hacia el casco antiguo, y una vez en La Ciudad, la historia se vuelve íntima. Estará caminando por el trazado árabe, donde monumentos clave susurran relatos de conquista y nobleza:

Palacio de Mondragón: Antigua residencia del rey árabe Abbel Malik, y posteriormente adaptado por la nobleza católica. Sus bellos patios de estilo morisco y su intrincada labor de azulejos ofrecen un testimonio visual de la fusión de culturas que siguió a la reconquista.

Casa del Rey Moro: A pesar de su nombre, este palacio se construyó después de que los cristianos tomaran Ronda, pero es famoso por un elemento imperdible: La Mina. Se trata de una escalera secreta de más de 200 peldaños, tallada directamente en la roca del desfiladero durante la época árabe. Se utilizaba para abastecerse de agua y, en tiempos de asedio, para repeler a los invasores. Es una asombrosa proeza de ingeniería defensiva que hace que el descenso valga la pena.

Baños Árabes: Situados extramuros de la antigua muralla árabe, estos baños se encuentran entre los mejor conservados de toda España. Son un espacio tranquilo y atmosférico que invita a un momento de reflexión sobre la vida cotidiana de la población musulmana de la ciudad hace mil años.

No olvide tomar el sinuoso sendero que desciende por debajo del puente para apreciar su escala pasmosa desde el fondo de la garganta.

Poetas, bandoleros y aire bohemio

El entorno dramático de Ronda siempre ha garantizado que sea un imán para artistas, escritores e individuos que viven al margen de la convención. Recorrer sus calles serpenteantes es comulgar con fantasmas románticos.

La impresionante crónica de autores literarios y artísticos cautivados por la ciudad se puede rastrear desde la historia antigua hasta el presente. Más allá de Plinio, la lista incluye al poeta-rey de Sevilla, al-Mutamid; al hombre del Renacimiento y natural de Ronda Vicente Espinel, a quien se atribuye la invención de la guitarra española moderna al añadirle una quinta cuerda; y al poeta austríaco Rainer Maria Rilke, de quien se dijo murió tras pincharse con la espina de una rosa, aunque en realidad padecía leucemia. Quizás la figura más conmovedora sea Juan Ramón Jiménez, acosado por los fascistas, quien famosamente confiaba sus pensamientos más secretos únicamente a su querida mula, ‘Platero’.

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El hechizo de la ciudad se extiende a las artes visuales: el pintor inglés David Bomberg, descrito como ‘el pobre chico judío de Londres’, vino aquí para crear lienzos bañados por la intensa luz dorada de Ronda. Ha tenido muchos seguidores.

Y no olvidemos a los famosos bandoleros que prosperaron en las montañas circundantes, como el forajido cantor Tragabuches, cuyas historias aún alimentan el vibrante folclore de Ronda.

Saborear la Serranía: Un último paseo

La ciudad lo invita a un paseo tranquilo, permitiéndole apreciar con detalle los rasgos de la antigua medina árabe, en la orilla sur del río Guadalevin, que aún conserva parte de sus murallas, cruzar el Puente Nuevo y pasear por la Alameda del Tajo, deteniéndose en los recovecos y obras monumentales que abren sus puertas a los visitantes.

No puede irse de Ronda sin experimentar su gastronomía –una robusta celebración de las montañas circundantes y con una pléyade de chefs locales de talento. El plato estrella es, sin duda, el rabo de toro, una especialidad de ternera estofada lentamente, rica y servida en una espesa salsa sabrosa, mientras que su chef estrella, Benito Gómez, ostenta con orgullo dos estrellas Michelin con su restaurante Bardal. Alternativamente, puede recargar energías yendo de bar en bar para disfrutar de la infinita variedad de tapas, pequeños y económicos bocados que maridan a la perfección con los vinos locales de la región… y hay casi 30 bodegas produciendo vino en las colinas cercanas.

El espíritu moderno de Ronda se capta mejor en sus festivales. La gente aquí tiene una larga memoria para el conflicto, especialmente la invasión francesa a principios del siglo XIX. Hoy, Ronda y sus pueblos cercanos celebran su historia con alegres recreaciones anuales del descalabro francés, con participantes ataviados con trajes de época, acompañadas de varios días de auténtica fiesta comunal, con abundante vino, música y baile.

Desde la historia silenciosa del teatro romano de Acinipo hasta la energía vibrante de los distritos modernos, Ronda es una ciudad que ha dominado el arte de la supervivencia y la fusión cultural. Es un pedazo de historia audaz e inolvidable que continúa viviendo justo al borde del mundo.