Conduciendo por la carretera costera hacia el oeste desde Gibraltar, mientras el sol se inclina hacia Cádiz, hay un momento —aproximadamente una hora después de iniciar el viaje— en el que el terreno comienza a elevarse suavemente hacia el interior.
Un puñado de casas blancas aparece en lo alto de una colina lejana, tan pintorescas que casi parecen irreales. Es Vejer de la Frontera: una de las joyas discretas de Andalucía, un lugar que parece descubierto más que promocionado.
Los visitantes que llegan en una cálida mañana de primavera son recibidos por el resplandor dorado de los tejados bañados por el sol. La mayoría elige aparcar fuera de las murallas del casco antiguo —Vejer se recorre mejor a pie, especialmente para quienes aprecian el encanto de perderse con agrado.
Desde el aparcamiento cerca del Parque de los Remedios, el camino al corazón del pueblo sube por la Calle Nuestra Señora de la Oliva, ampliamente considerada una de las calles más hermosas de España. Empinada y sinuosa, está enmarcada por fachadas blancas adornadas con buganvillas y geranios, y cada giro revela otra vista digna de postal.
Al pie de esta subida, en la Calle Plazuela, se encuentra una terraza que perteneció al antiguo Convento de San Francisco, ahora un tranquilo hotel y restaurante. Aquí, muchos comienzan el día con un desayuno andaluz clásico: pan tostado, aceite de oliva, tomate fresco y un café cargado.
La ascensión continua hasta la Iglesia del Divino Salvador, ubicada en el punto más alto del pueblo. El edificio revela su historia estratificada a través de su arquitectura —parcialmente gótica, parcialmente mudéjar— reflejando la profunda mezcla de herencia cristiana e islámica de Vejer. En su interior, reina la quietud y la contemplación, un santuario impregnado de tiempo.
Desde la iglesia, la Calle Marqués de Tamarón atraviesa la Puerta de la Segur —una de las cuatro puertas de entrada que quedan— y pasa junto a largos tramos de muralla medieval. Casi un kilómetro de esta fortificación almenada permanece intacto, ofreciendo una conexión tangible con el pasado morisco del pueblo.
Siguiendo la Calle José Castrillón, los viajeros llegan a la Puerta de la Vila, otra entrada histórica. Antes de cruzarla, muchos giran hacia la Calle Sancho IV para pasar bajo una segunda puerta, donde una estatua de bronce conmemora a Juan Relinque, una figura local venerada.
Después, la Calle Corredera se abre, una larga terraza con vistas panorámicas al campo ondulado. Al final se alza la Iglesia de la Merced, pero la mayoría se siente atraída por la Plaza de España. Rodeada de casas encaladas y palmeras, la plaza gira en torno a una fuente de azulejos ornamentales que murmulla suavemente bajo el calor andaluz.
Un lugar imprescindible en la plaza es el Jardín del Califa, un restaurante que ofrece cocina marroquí-andaluza en un patio interior repleto de vegetación. Platos como el tajín de cordero o el couscous espolvoreado con canela se acompañan después con té de menta en la terraza de la azotea, donde las vistas se extienden por el mar de tejados blancos de Vejer.
La historia continúa en el Castillo de Vejer, una fortaleza construida entre los siglos X y XI. Aunque pequeño, sigue siendo uno de los puntos culminantes del pueblo gracias a su arco de herradura y sus tres torres accesibles que ofrecen vistas panorámicas de la región.
Pasear por el Arco de las Monjas —una calle famosa por sus arcos de cuento de hadas— lleva al antiguo Barrio Judío. La Calle Judería alberga ahora algunos de los mejores restaurantes del pueblo, como la íntima Judería Taberna. Desde aquí, los visitantes suelen continuar por el Arco de la Puerta Cerrada hasta el Mirador de la Cobijada, un punto de vista marcado por una estatua de una mujer velada con el traje tradicional cobijada, un guiño a las raíces moriscas y la identidad regional.
Para quienes dispongan de tiempo, un paseo o un corto viaje en coche a los antiguos molinos de harina del Parque Municipal Hazas de Suerte merece la pena. Estos gigantes restaurados de otra época se alzan ahora en silencio sobre el paisaje, recordando el pasado agrícola de Vejer.
Para cerrar el día, muchos se dirigen seis millas hacia la playa de El Palmar, uno de los tramos más prístinos del litoral de la provincia de Cádiz.
Con arena suave, aguas tranquilas y un ambiente relajado, es ideal para desconectar. Mientras el sol se hunde en el Atlántico y con una bebida de un chiringuito en la mano, la escena roza la perfección.
Vejer de la Frontera no grita por atención. No lo necesita. Espera —tranquilo, paciente— sabiendo que quienes lo descubran llevarán su recuerdo por mucho tiempo.
