Reseña de ‘The Wrong Paris’ – La comedia romántica de Netflix acierta en pocas elecciones | Cine romántico

Se podría argumentar que The Bachelor, ese exitoso reality de ABC que ha establecido las normas del cortejo cristiano-light por 27 temporadas, debería considerarse contenido con guión. Las conexiones pueden ser genuinas y los sentimientos a menudo reales, pero las situaciones son fabricadas y manipuladas, una marca pionera de lo deliberadamente empalagoso, cursi y ridículo en nombre del amor y por el entretenimiento. Ver The Bachelor y sus spin-offs, como he hecho ocasionalmente durante sus más de dos décadas, es sentirse confundido, frustrado, molesto y finalmente enganchado. El programa, con sus rituales de grupo y su impactante sinceridad, hechiza de forma extraña a sus concursantes y a su audiencia; si aguantas un episodio, es probable que empieces a importarte lo que pasa.

No existe tal hechizo para The Wrong Paris, el último intento de Netflix de crear su propio Canal Hallmark, en el que Miranda Cosgrove interpreta a una soltera que se apunta a un reality de citas por lo que Bachelor Nation llamaría “las razones equivocadas”. Sin ánimo de ofender al Canal Hallmark, que en su mejor momento puede ser divertido de una manera absurda. Pero The Wrong Paris, escrito por Nicole Henrich y dirigido por Janeen Damian, de algún modo ofrece el azúcar sintético de The Bachelor y las películas de Hallmark sin ninguna dulzura. La fórmula está ahí, pero no el sabor, ni esa pizca de desvarío –como, por ejemplo, un muñeco de nieve sexy cobrando vida– necesaria para evitar las acusaciones a Netflix de contenido de baja calidad y para el mínimo común denominador.

La premisa, al menos, es prometedora, como un UnReal más esponjoso y tonto. En una primera escena casi atrevidamente utilitaria, se plantean las apuestas: Dawn (Cosgrove), una Chica Con Herramientas de un Pueblo Pequeño Con Padres Fallecidos, consigue su sueño de entrar en una escuela de arte en París. Pero su hucha del “fondo para París” no cubre la matrícula de 30.000 dólares, especialmete después de pagar ella misma los gastos médicos de su abuela/tutora (Frances Fisher). Su hermana Emily (Emilija Baranac), una fanática de un programa llamado Honeypot –como The Bachelor, pero donde al final la afortunada puede elegir dinero en vez de compromiso– tiene un plan alternativo: apuntarse al programa, que casualmente es en París, por los 20.000 dólares de participación y el billete de avión, y que la eliminen lo antes posible.

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Una mano invisible y ridícula de la trama debería ser parte del disfrute, así que seré breve: Dawn, una maestra de todas las habilidades no urbanas –soldar, agricultura, patear el trasero a forasteros lloricas– entra en el programa. Pero gracias a una productora audaz (Yvonne Orji de Insecure, demasiado buena para esto), la competición se desarrolla en Paris, Texas. En concreto, en el rancho con aspiraciones a Yellowstone de un tal Trey McAllen III (Pierson Fodé, haciendo una imitación barata de Matthew McConaughey), con quien Dawn tuvo un breve encuentro cute en un bar local antes del rodaje. (Fiel al espíritu de la película, la Columbia Británica hace de Texas). El hecho de que el increíblemente musculado Trey vaya frecuentemente sin camiseta y sea bueno con los caballos, y que a Dawn también le gusten mucho los caballos, complica su plan secreto de coger el dinero y huir. Ni siquiera Dawn, que conduce un camión y se hace sus propias espuelas, es immune al poder de unos abdominales marcados, especially si van vaqueros ajustados.

Todo esto está bien y es de cerebro liso, con un par de golpes satíricos a The Bachelor mediante arquetipos de sus concursantes: la princesa (Madeleine Arthur), la tipo duro musculosa (Veronica Long), la nerd torpe (Christin Park), la chica cristiana con fiebre de bebés (Hannah Stocking), la influencer (Madison Pettis, completando un reparto que son casi todos exalumnos de Disney o de la comedia romántica de Netflix To All the Boys I’ve Loved Before). Desafortunadamente, la construcción básica de la película no supera el listón mínimo requerido –edición descuidada que casi corta diálogos, un trabajo de cámara tan centrado en el frente que parece grabado en Modo Retrato de iPhone, encuadres que se deforman inexplicablemente hasta casi ojo de pez.

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Peor aún, apenas hay chispa entre los dos amantes destinados. A pesar de algún flojísimo enfrentamiento verbal, la única fricción entre Dawn y Trey es la calidad de su pelo –ella tiene las ondas perfectas que solo existen en la televisión, y él tiene las puntas más crujientes que he visto nunca en un hombre. Cosgrove, una ex actriz infantil y veterana de la serie millennial de Nickelodeon iCarly (y su mucho menos exitoso reboot adulto), está mucho mejor preparada para manejar la comedia slapstick exagerada de este género –comer alitas como una animal, tropezar y caer a una piscina– que para los intentos de momentos románticos genuinos.

Ni Cosgrove ni el guión mecánico convencen del giro de Dawn de apostarlo todo por la escuela de arte al amor, lo cual es molesto, aunque esperado. Quizás soy demasiado sensible –después de todo, esto no debe tomarse muy en serio. Pero es difícil no detectar un regusto a regresión en, tomando un término amado por la televisión reality, el viaje de Dawn de estudiante ferozmente independiente a dispuesta a sacrificar su gran sueño por un tipo (que tiene dinero y pagará por las cosas). Que ese sea el fantasy –en una película que apunta al corazón de Estados Unidos, en medio de un gran giro cultural hacia la derecha– se siente menos como un final feliz y más como un mal presagio de los tiempos. Quienes busquen una comedia romántica que alegre el día deberían seguir buscando.