Desde principios de los años 2000 hasta los confinamientos por Covid, Hu Anyan fue uno de los millones de migrantes internos de China, moviéndose entre ciudades en busca de trabajo. Tuvo 19 empleos – desde asistente en tiendas, camarero de hotel, hasta guardia de seguridad – en seis ciudades. Aunque todos estos trabajos tenían sueldos muy bajos, aún así ganaba más que cuando intentó ser escritor durante dos años en ese mismo periodo. (Una historia de 8.000 palabras le pagó menos de 300 yuanes, como 30 libras). Luego, durante la Covid, escribió un blog sobre sus turnos de noche en un almacén logístico y se volvió viral. El blog se expandió y se convirtió en “Reparto paquetes en Pekín”, que ha vendido casi 2 millones de copias en China desde su publicación en 2023, y ahora aparece en la traducción al inglés de Jack Hargreaves.
El trabajador chino con sueldo bajo está a merced de un mercado completamente descontrolado. Los trabajos de Hu exigen periodos de prueba no pagados y no tienen salario base; él trabaja principalmente por comisión o un fee por gestión, que sus empleadores pueden reducir cuando quieren. Los empleados descontentos se pelean entre ellos, porque “enfrentarse a los poderosos solo nos traerá problemas”. Los veteranos se niegan a ayudar a los nuevos, con el argumento de que “enseñar al aprendiz puede dejar sin comer al maestro”. El único poder que tiene Hu es irse. Cuando sus jefes se enteran de que no tiene hijos, que sus padres tienen pensiones y seguro médico y no necesitan su apoyo, les preocupa que se vaya sin avisar (y a veces aciertan).
La sección más larga e impactante del libro narra la época de Hu como repartidor en Pekín, entregando paquetes pedidos por internet a oficinas o urbanizaciones cerradas. En los días más ajetreados, incluso con una triciclo eléctrico de batería poco fiable, camina 30.000 pasos. Calcula que debe ganar 0,5 yuanes por minuto para que su vida no le salga a pérdida, lo que significa completar un reparto cada cuatro minutos. Los 20 minutos que tarda en almorzar le cuestan 10 yuanes. Orinar le cuesta 1 yuan – si el baño es gratuito y solo tarda dos minutos – así que evita beber mucha agua durante sus turnos.
Para sus clientes, Hu es solo una cabeza borrosa en su videoportero, mirando con incomodidad a la cámara. Incluso los adictos a las compras online no tienen ni idea de la vida de un repartidor, y no saben ni les importa que cada entrega fallida le cueste a Hu al menos 0,5 yuanes. Un cliente frecuente, un operador de grúas, siempre está ocupado en lo alto cuando Hu intenta entregarle. Otro le dice que “el cliente siempre tiene la razón” y Hu responde, con rara rebeldía, que “solo debería haber un rey. Yo tengo que servir a cientos cada día”. Pero en China, el cliente realmente es el rey. Pueden probarse la ropa que Hu acaba de entregar y luego cancelar el pedido en el acto; en ese caso, él no recibe comisión e incluso tiene que volver a empaquetarlo todo, consumiendo aún más tiempo. Debe pagar compensaciones a clientes insatisfechos. Un compañero, tras una queja sobre su actitud, es obligado a pasar tres días visitando otras sucursales, leyendo en voz alta su propia carta de autocrítica.
Aprendemos poco sobre Hu en sí, aparte de que es frugal – no fuma ni bebe, va en bici a todos lados y se corta el pelo en puestos de la calle por cinco yuanes – y que su timidez natural a veces se convierte en ansiedad social y paranoia. Un episodio paranoico le ocurre durante una temporada de dos años trabajando en un centro comercial sin ventanas en Nanning, cuando el único rato que pasa al aire libre es yendo y volviendo del trabajo, normalmente de noche. Los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 pasan sin que se entere; solo el terremoto de Wenchuan de ese año, cuyas vibraciones llegan al centro comercial desde más de 900 millas de distancia, lo saca brevemente de su rutina.
Aunque este libro está lleno de detalles reveladores y a menudo impactantes, está escrito en una prosa plana y monótona que me resultó poco atractiva. Su cualidad serio y pretendidamente inocente recuerda a Haruki Murakami, pero sin los giros surrealistas o el poder narrativo de este. Hu maneja las transiciones con frases como “Pero me desvío” y “Otra cosa que pasó”, y sus capítulos y subtítulos tienen títulos austeros como “Mi primer trabajo a mi octavo” y “Otros trabajos que tuve”. Siendo un ávido lector de Chéjov, Salinger y Carver, dice poco sobre cómo su obra se conecta con su propia vida, más allá de que son “muy profundas”. Hay pocas concesiones al lector no chino. Aprendemos sobre los grandes picos de compras online creados por el “Día del Soltero” y el “Doble Doce” (12 de diciembre) que son la pesadilla de un repartidor, pero yo tuve que buscar en qué consisten estas festividades.
A pesar de las fascinantes perspectivas antropológicas de este libro, me quedé pensando si su éxito de ventas en China se debía a un tono del autor, y un contexto cultural, que se ha perdido en la traducción.
“I Deliver Parcels in Beijing” de Hu Anyan es publicado por Allen Lane (£20).
