En noviembre de 1984, hubo una indignación moral muy extraña cuando la película de terror navideña *Silent Night, Deadly Night* se atrevió a poner un hacha en las manos de Santa Claus. A pesar de no ser, ya sabes, una persona real, en ese entonces se le trataba con tanta reverencia que hubo protestas de padres, se prohibió toda publicidad y luego la película misma. Esto le dió un filo especial a lo que de otra forma era un refrito sin gracia después de Halloween, y quizás explica por qué logró generar cuatro secuelas mediocres y un remake en el 2012.
Ahora estamos en la inevitable etapa del segundo remake, pero esta nueva versión del 2025 llega cuando el recurso de Santa Claus asesino ya se ha convertido en un subgénero por sí solo. Ha aparecido en Christmas Bloody Christmas, *Christmas Evil*, *Santa’s Slay*, Rare Exports: A Christmas Tale, *Deadly Games* y el año pasado en Terrifier 3. Los creadores de esta versión de diciembre saben perfectamente que ver a Santa con un arma ya no es suficiente para impactar a los fans del horror de hoy.
Los esfuerzos del guionista y director Mike P. Nelson para refrescar y revitalizar la fórmula pueden ser, en breves momentos, algo respetables; es un cineasta que no quiere producir otro refrito sangriento (ya intentó abordar su remake de Wrong Turn con una ambición similar). Pero aquí parece tener demasiado en mente, al menos para una sola película, y así un slasher sencillo pronto se convierte en una mezcla vagamente política, a veces sobrenatural y extrañamente sentimental entre series como *Dexter* y *You* y películas como *Venom*, *Mr. Brooks* y el esfuerzo menos conocido de Bill Paxton del 2001, *Frailty*. Un cóctel navideño al que le sobraban ingredientes.
Una cosa con la que sí se queda la película es con el protagonista, el pobre Billy Chapman, comprensiblemente traumatizado de niño tras ver cómo asesinaban brutalmente a sus padres por un criminal disfrazado de Santa. Esta vez lo interpreta Rohan Campbell, actor conocido por su papel en otro reinicio fallido de una franquicia, Halloween Ends, y en esta ocasión, nos hacen sentir aún más lástima por él. Si bien su respuesta adulta al trauma infantil es, nuevamente, asesinar gente también disfrazado de Santa (¡nada bueno!), sus métodos y motivación son un poco más—o uno podría decir que demasiado—complicados. Cada Navidad, Billy tiene un calendario de Adviento que exige un nuevo asesinato cada día, impuesto por una voz grave en su cabeza que actúa como un personaje secundario. Tras llegar a un nuevo pueblo, se obsesiona con una mujer local que parece compartir su tendencia a la violencia, mientras descubre un misterio sin resolver sobre una serie de desapariciones de niños. Ah, y también hay una secta nazi local con la que lidiar…
Aunque el deseo de Nelson de seguir mezclando la fórmula mantiene en vilo a quienes conocemos el original, a menudo parece un cambio por el cambio mismo, destinado a sorprender a un público especializado que sí recuerda una película profundamente olvidable. Quienes la vean sin conocerla probablemente encontrarán sus ideas demasiado “regaladas” como para impresionar mucho. Lo que pudo parecer transgresor hace dos décadas (¿y si un asesino desquiciado encuentra a alguien igual de desquiciado?) ahora es el material familiar de una serie de cable, y Nelson no parece poder decidir qué tan en serio debemos tomarnos todo esto. O intenta desesperadamente satisfacer al público sediento de sangre del cine de medianoche con gore pastoso, matanzas masivas de nazis o cabezas reventadas, o trata de añadir patetismo a un personaje que realmente no lo merece, culminando en un final de tono extraño que busca más hacernos llorar que vomitar. Pero ninguno de los cambios de tono o ajustes en la historia logra distraernos de su dirección aburrida y plana, que no justifica por qué algo tan gris y de apariencia barata merece el estreno sorprendentemente amplio que tiene este fin de semana.
Como la película en la que se basa no era tan buena para empezar, no hay nada sacrílego en otro remake, pero tampoco tiene un propósito real. Nadie se sentirá obligado a protestar esta vez; la indiferencia será demasiado grande.
