En el género de terror, serías tonto si ignoraras las preocupaciones de un perro. Mientras que los gatos suelen estar al acecho en lugares oscuros esperando para colaborar con la orquesta en un susto barato, los perros alertan rápidamente a sus dueños de acontecimientos nefastos, siendo muy sensibles a las amenazas, sean humanas o no.
En la a menudo ingeniosa nueva película de terror *Good Boy*, un perro mascota no es solo un anunciador del mal que se ignora fácilmente, sino el protagonista principal. Al igual que *Presence* del año pasado, donde Steven Soderbergh cuenta una historia de fantasmas desde el punto de vista del fantasma, e *In a Violent Nature*, que nos mostró un slasher sangriento desde la perspectiva del asesino, aquí se nos ofrece una perspectiva fresca sobre una historia que no lo es tanto; esta vez, un terror de casa encantada visto por Indy, un fiel perro perdiguero. Él está preocupado por su dueño Todd (Shane Jensen, cuyo rostro apenas vemos), quien se retira a la cabaña remota de su abuelo despues de una crisis médica no especificada.
Ya hay algo embrujado en la cabaña, llena de recuerdos de la familia de Todd y de los perros que tuvieron antes que Indy, contado a través de viejos vídeos misteriosamente filmados y conservados, pero hay algo más al acecho en las sombras. Indy es leal hasta la exageración, siempre cerca de su dueño, pero cuando el comportamiento de Todd empieza a volverse alarmante, enfermando más cuanto más tiempo se queda allí, ¿qué tan buen chico puede llegar a ser Indy?
Resulta que es un muy buen chico, interpretado de forma bastante brillante por otro muy buen chico, el perro real del director Ben Leonberg, que también se llama Indy. Sin la ayuda de ningún truco digital (la película es pequeña y de un presupuesto ultra bajo), él es nuestros ojos y oídos durante toda la película, reaccionando con miedo a ruidos en la noche y a un dueño que parece estar sufriendo una transformación al estilo de Jack Torrance a causa de la casa y los espíritus que hay en ella. Claramente, trabajando con la confianza del perro de su lado, Leonberg convierte una premisa con truco en algo sorprendentemente impactante. Indy representa una especie de niño confundido, incapaz de comprender el comportamiento que se desintegra de su dueño, sin más opción real que permanecer a su lado. Leonberg encuentra algunas formas ingeniosas de modificar la construcción y la perspectiva de las escenas típicas de casas encantadas; la exploración de sombras a altas horas de la noche y la revisión del sótano son lideradas por un protragonista limitado por sus instintos y prioridades, así como por una lealtad inquebrantable que arriesga su seguridad. Hay una tristeza en lo firme que se mantiene, incluso cuando la persona que está programado para proteger podría ser de quien él necesita protegerse, una negativa a rendirse con alguien que está perdiendo la cabeza y quizás el alma. Leonberg también incorpora el tropo contemporáneo esperado del género –usando una fuerza sobrenatural para representar algo más terrenal, una forma insidiosa de trauma generacional, una podredumbre inescapable– pero sin la torpeza de sus colegas.
Sin embargo, incluso con sus breves 73 minutos, *Good Boy* puede sentirse alargada, una película que nunca termina de convencerte de que un cortometraje no hubiera funcionado mejor. Aunque Indy es un perro notablemente expresivo, solo hay un número limitado de variaciones de escenas sin diálogo de él investigando un ruido raro en la oscuridad, y el ciclo pronto se vuelve repetitivo, exponiendo un guión que es un poco limitado. La destreza mostrada, sin embargo, te convence de que Leonberg tiene lo que muchos otros cineastas de terror más vagos y basados en sustos no poseen actualmente: se impone una meta narrativa y técnica bastante ambiciosa y en su mayoría lo logra, cerrándolo todo con un final melancólico y adecuado. Su debut funciona mejor como un contundente anuncio de lo que puede hacer con tan poco, y claramente le esperan grandes cosas. Solo espero que lleve a Indy consigo.
