Reseña de ‘Cover-Up’: El emocionante documental de Laura Poitras sobre Seymour Hersh, una oda al periodismo

No es difícil entender por qué la documentalista Laura Poitras pasó 20 años intentando convencer a Seymour Hersh para que hiciera una película sobre su vida. Este periodista de 88 años, ganador de un Pulitzer, tiene un currículum impresionante. Fue Hersh quien reveló en 1969 la horrrible masacre de civiles vietnamitas en My Lai por el ejército estadounidense, lo que revitalizó el movimiento antibélico en EE.UU.; 35 años después, sus reportajes para The New Yorker descubrieron el espantoso alcance de la tortura militar en Abu Ghraib.

Tampoco cuesta ver por qué a Hersh le tomó dos décadas enteras aceptar hacer Cover-Up, el nuevo documental de Poitras, codirigido con Mark Obenhaus, sobre sus más de seis décadas sacando a la luz las historias ocultadas por los poderosos. Como un reportero de la vieja escuela que ha buscado la controversia por su uso extensivo de fuentes anónimas, Hersh es un sujeto difícil y resistente, reacio a revivir el pasado pero ansioso por denunciar los abusos de poder con un torrente de reportajes.

Sin embargo, él resulta un guía irónico, impávido y tremendamente mordaz a través de más de 60 años de abusos del gobierno estadounidense, desde las muertes indiscriminadas en Vietnam hasta el apoyo a la masacre de civiles en Gaza por parte de Israel. Al igual que en All the Beauty and the Bloodshed, la excelente película de Poitras de 2022 sobre los esfuerzos de la artista Nan Goldin para remover el nombre Sackler de prestigiosas galerías de arte, que logró tejer la crisis de los opioides, el activismo contra el sida y la historia personal en una sola narrativa, Cover-Up demuestra el genio de Poitras para la estructura. La película de 117 minutos, que se estrenó en el Festival de Cine de Venecia, avanza cronológicamente por los reportajes más importantes de Hersh y de forma dispersa por su vida personal, integrando magistralmente sus ácidas anécdotas personales con más de medio siglo de vergonzosa historia estadounidense.

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Cover-Up dedica inteligentemente largos segmentos a sumergirse no solo en el proceso de reportaje de Hersh, sino en los propios reportajes. A menudo, para su beneficio, se siente como un documental histórico directo, confiando en material de archivo restaurado y editado de manera astuta para evocar y educar sobre algunos de los capítulos más ignominiosos recientes del gobierno de EE.UU. Entre ellos: My Lai, donde soldados estadounidenses violaron y asesinaron a cientos de civiles vietnamitas, incluyendo bebés; la vigilancia ilegal de la CIA al movimiento estudiantil estadounidense en contra de la guerra en Vietnam; los intentos ilícitos y finalmente fallidos de la CIA por crear su propio candidato de Manchuria usando LSD; la participación encubierta de EE.UU. en la instalación del dictador fascista Augusto Pinochet en Chile; y el accidente automovilístico ejecutivo a cámara lenta que fue Watergate.

Y todo el tiempo está Hersh, una molestia constante para los poderosos, ya sean presidentes de EE.UU., ejecutivos de Gulf+Western o editores del New York Times con una línea directa a Henry Kissinger, proporcionando información de "fuentes oficiales" a los periódicos como la Kris Jenner de la política exterior. (Como dijo Richard Nixon de Hersh en una llamada a Kissinger: "Este hijo de puta es un hijo de puta, pero usualmente tiene razón, ¿no?"). Inquieto, cinético, energizado por la palabra ‘no’, es rápido para recitar los hechos y reacio a incluirse en la historia. "Por si a alguien le importa, esto es cada vez menos divertido", dice en lo que parecen ser dos entrevistas en la oficina de su casa, rodeado de montañas de viejos bloces de notas amarillos. Poco después, temiendo filtraciones de sus fuentes anónimas, abandona (temporalmente) el proyecto por completo. Poitras consigue detalles de su crianza – nacido de refugiados judíos de Lituania y Polonia, criado en una familia "sin pensamiento crítico" en el sur de Chicago, con la expectativa de heredar la tintorería de su padre – como si le sacara muelas.

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Irónicamente, eso resulta en una experiencia de visualización placentera, a pesar de las atrocidades tratadas, aunque deja algunos aspectos más complicados de su carrera sin explorar. La mayor parte de la carrera de Hersh después del New York Times, en los 80 y 90, no se menciona, aparte de breves clips sobre las controversias alrededor de sus 11 libros. Hersh, que ahora tiene un boletín en Substack (la jubilación parece un concepto ajeno), admite rápidamente cuando se equivocó, pero la película da poco contexto. En un momento, reconoce haber subestimado la crueldad del dictador sirio Bashar al-Assad, pero la película casi no profundiza en por qué eso merece una mención (durante años, Hersh mantuvo que los ataques con gas sarín a civiles por parte del régimen fueron atribuidos erróneamente).

Pero ya sea inexacto o, mayormente, aterradoramente preciso, la obstinada búsqueda de la verdad por parte de Hersh sirve para subrayar el punto de la película, enmarcado por la prolífica capacidad humana para racionalizar el mal, para metabolizar, celebrar o insensibilizarse ante una violencia inimaginable. En el pasado: un mapa de My Lai anotado por un soldado estadounidense – "vi aproximadamente 50 cuerpos" al lado de "almorcé". En el presente: Hersh al teléfono con una fuente en Gaza, examinando fotografías de planes militares israelíes sobre casas destruidas en Gaza, que muestran que saben exactamente dónde están los civiles antes de bombardearlos. Cover-Up ilustra hábilmente los patrones de la crueldad oficial: negar, minimizar, poner pegas, destruir. Justificar en base a la "seguridad nacional". Repetir. "Somos una cultura de una violencia enorme", comenta Hersh. "No puedes tener un país que hace eso y luego mira para otro lado". Ágil, lúcido y ambicioso, Cover-Up asegura que algunos, al menos, no lo harán.

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