Reflexiona: Aprendiendo a bailar al ritmo de la burocracia española… y, si no funciona, de vuelta al trabajo.

Ya lo he dicho antes: la vida en España requiere cierto tiempo de adaptación.

El ritmo, la mentalidad del mañana, los interminables formularios y sellos – especialmente si procedes de un mundo anglosajón de eficiencia y horarios rígidos.

Pero tras años de estresarme intentando doblegar el sistema a mi voluntad, por fin he aprendido a dejar de gritarle al vacío burocrático. En España, si el ordenador dice que no, no es el fin del camino. Es solo un desvío. Respiras, mantienes la educación y buscas otra forma. Hay que pensar como un español.

Al menos, en teoría.

Entonces me enteré de lo de Michael.

Quizá hayan leído su historia en el último número del Olive Press.

Michael Coy, un expatriado británico, cumplió con sus 15 años de duro trabajo aquí en España, esperando – con razón – tener derecho a una pensión. ¿El único problema? Uno de sus antiguos jefes decidió ser creativo con la contabilidad y lo registró como trabajador a tiempo parcial. Menos horas, menos cotización, ninguna pensión.

Cuando por fin alcanzó la edad de jubilación, Michael descubrió que le faltaban 147 días de trabajo. Sus abogados le dijeron que podía demandar. Claro, quizá le llevaría unos cinco años, costarle unos 3.000 euros y, aún así, podía perder.

¿Y qué hizo él? Como un hombre sin otra opción, volvió a apretar los dientes y aceptó un trabajo mal remunerado para salvar ese déficit. Casi con 70 años.

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Ahora bien, no estoy seguro de si eso cuenta como abrazar la forma española o regresar a un instinto muy británico: si hay dudas, aplicarse y seguir adelante.

En cualquier caso, al final lo consiguió – y me quito el sombrero ante él. La pensión ya está resuelta y por fin puede descansar.

Pero esto me hizo reflexionar…

Digas lo que quieras de la burocracia española (y, créeme, yo suelo hacerlo), hay algo que no hacen: repartir dinero a cualquiera que se presente agitando un pasaporte extranjero. Tampoco se entregan habitaciones de hotel y vales de comida como si fueran caramelos en una fiesta patronal.

Michael tuvo que ganarse el derecho a esa pensión – y lo hizo.

Pero no puedo evitar pensar que si las autoridades del Reino Unido tuvieran un poco más de esa actitud de ‘¡Eso no está pasando, hombre!’, quizás los gánsters que venden peligrosos cruces ilegales del Canal de la Mancha en pateras verían una caída en la demanda.

¡Pero no! La producción de pantomima que hace las veces de gobierno en el Reino Unido hoy día ha optado por una política sacada de las páginas del favorito navideño, Dick Whittington y su Gato, prometiendo ‘calles pavimentadas con oro’.

La única diferencia que veo es que, al llegar, el joven Dick se llevó una triste decepción, a diferencia de los 30.000 solicitantes de asilo que actualmente viven en hoteles pagados por los contribuyentes británicos.

¡Y todavía hay gente que me pregunta por qué abandoné el Reino Unido por España!

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