La secuencia inicial de *Bring It On* es, en una palabra, sin complejos. Una docena de porristas gritan al unísono “soy sexy, soy linda, soy popular además” – y todavía no conozco a nadie (y lo he intentado) que tenga la fuerza de voluntad para apartar la mirada.
No es exagerar decir que yo quería ser una de ellas – es decir, una de los Toros, el equipo estrella de porras del instituto Rancho Carne. Pero, con seis años viéndola en el norte de Londres, estaba a un mundo de la cornucopia de ‘herkies’, movimientos de baile sugerentes y coletazos del cheerleading competitivo en San Diego.
Para los no iniciados, los Toros son los campeones vigentes del mundo de las porras, con cinco campeonatos nacionales en su haber y listos para conseguir un sexto. Su capitana saliente, la implacablemente cruel y satisfecha “Big Red”, pasa el testigo a Torrance, la nueva líder de ojos brillantes, inexperta pero obsesiva, cuyos ambiciosos planes incluyen reclutar a la desencantada nueva chica y ex-gimnasta, Missy.
Pero como recién llegada a la ciudad, escéptica del agobiante entusiasmo de los suburbios de San Diego, Missy reconoce rápidamente la rutina de su nuevo equipo por lo que es: una versión plagiada y blanqueada de la rutina de un equipo totalmente negro: los East Compton Clovers. Su capitana, Isis, le dice a Torrance que su predecesora ha estado robando sus movimientos descaradamente durante años. Isis regaña a los Toros: “Sabía que no pensabas que una chica blanca había inventado esa mierda”. Los Clovers ya no van a aguantarlo y planean ganar a lo grande en el nacional, mientras exponen a los Toros como unos impostores.
Conmocionada al saber que sus victorias son solo recompensas por plagio, Torrance guía a su equipo mediante una intervención para aprender una rutina verdaderamente original. Encuentra una aliada en Missy, un interés amoroso en el nuevo chico Cliff, y reta a su equipo a perder sus actitudes nocivas. Pero el verdadero consuelo de esta película es que nuestras protagonistas no son recompensadas en lo más mínimo. De hecho, los Toros pierden directamente. No hay viaje del héroe, ni alivio por intentar hacer lo correcto, ni sensación real de que sean los buenos. Cada vez que vemos a los Clovers actuando, brillan más que los Toros.
La película fue, en muchos aspectos, la primera de su clase. Fue una de las pocas películas, durante la avalancha de comedias adolescentes de finales de los 90 a mediados de los 2000, que puso el foco en el cheerleading, mientras se burlaba de su propia seriedad y aparente superficialidad. Pero también usó el deporte para hablar de apropiación cultural mucho antes de que se convirtiera en un término común en artículos y seminarios universitarios.
Aquí es donde Dunst brilla con más fuerza: es la epítome de la joven mujer blanca culpable, siempre “intentando hacer lo correcto”, pero a menudo pareciendo tener poco tacto. Cuando se entera de que los Clovers quizás no puedan pagar el viaje a Florida para competir, insiste en que la empresa de su padre los patrocine. Isis rechaza la oferta, rompiendo el cheque en su cara, y asegurándole a Torrance que su equipo no necesita su “dinero de la culpa”. En su lugar, en un momento perfectamente trillado del guión, Isis les dice a los Toros que den lo mejor y no se relajen por sentirse culpables. “Así, cuando os venzamos, sabremos que es porque somos mejores”. Estrenada en el 2000, en la avalancha post-*Clueless* de películas de instituto que siempre daban una victoria a sus rubias protagonistas, esta película aún se siente transgresora. Para Torrance y su equipo, el segundo lugar es lo que se merecen, y es lo que obtienen.
En mis frecuentes re-visiones, recuerdo que los personajes secundarios ofrecen algunas de las mejores actuaciones. El ingenio rápido y sarcasmo crónico de Dushku recuerdan que estuvo terriblemente poco valorada en su carrera, mientras que Union deja atrás el estereotipo de comparsa que sufrió al principio, dominando cada escena como la capitana dispuesta a dar una lección al equipo que ha estado lucrándose con sus rutinas. Es aún más poderoso considerando que esto fue más de una década antes de que una llamada de atención en redes sociales se convirtiera en una herramienta para responsabilizar a quienes roban el trabajo de creadores negros.
Aunque ha habido varias secuelas absurdas directas a vídeo que no capturaron ni una pizca del *camp* o la audacia original, por suerte no hay planes para un *remake* real. No parece necesario imaginar qué hace Torrance ahora, si entrena a un equipo ella misma o si los Clovers ganaron otro campeonato. Me conformo con que la historia termine como en la película – con el reparto sincronizando los labios con una versión de *Mickey* de Toni Basil mientras pasan los créditos.
