La estricta prohibición de Airbnb en Barcelona está sumiendo a los residentes que alquilan una habitación para poder sobrevivir en un dilema imposible.
Decenas de personas comunes que viven en la capital catalana –la ciudad más cara de España para alquilar– afirman que se las trata igual que a los grandes propietarios comerciales por compartir sus viviendas habituales con estudiantes o inquilinos de corta estancia.
Según las normas impuestas por la administración del alcalde socialista Jaume Collboni, cualquiera que alquile una habitación por menos de 31 días se considera que está gestionando un negocio turístico y debe poseer una autorización del ayuntamiento.
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El problema, según los residentes, es que dicha autorización no existe para quienes simplemente comparten sus propias viviendas.
Airbnb ha comenzado a eliminar cientos de anuncios a petición del Ayuntamiento de Barcelona, otorgando a los residentes solo diez días para borrar sus publicaciones o enfrentar sanciones —a pesar de que no existe un sistema de permisos legales con el que puedan cumplir.
Esto significa que los residentes que dependen de alquileres cortos y de pequeña escala para pagar su alquiler o hipoteca están atrapados en una situación imposible: se les prohíbe operar y, sin embargo, no se les brinda ningún medio para acatar la ley.
Entre los afectados se encuentran jubilados, padres solteros y trabajadores con bajos ingresos.
A principios de este año, La Vanguardia informó sobre el caso de María Teresa, una viuda de 80 años que recibe una pensión de 840 euros pero paga 1.200 euros de alquiler.
Para llegar a fin de mes, alquila dos habitaciones a estudiantes. Sin esos ingresos, afirmó, no podría permanecer en su hogar.
Su historia se ha vuelto emblemática de lo que el grupo de residentes Veïns i Amfitrions de Barcelona (ViA) denomina la ‘criminalización de la supervivencia’.
“En ViA, todos somos María Teresa”, declaró la asociación. “No somos inversores ni especuladores. Somos vecinos que compartimos nuestros hogares para poder costearnos la vida en nuestra propia ciudad”.
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El grupo también ha presentado objeciones formales al nuevo Real Decreto de España sobre alquileres de corta duración, que crearía un registro digital nacional para los anfitriones.
En su recurso legal, ViA acusa al gobierno de vulnerar la Constitución española al imponer restricciones desproporcionadas a los derechos de propiedad y la privacidad de los ciudadanos.
También señala la directriz de la Comisión Europea que establece que el ‘intercambio de hogar’ ocasional no debe tratarse como un negocio de alquiler profesional.
ViA alega que el propio ayuntamiento creó este limbo legal al negarse durante años a aprobar una ordenanza que regule las viviendas compartidas, mientras continuaba multando a los residentes por carecer de una licencia que no existe.
La organización también destaca que Barcelona se ha convertido en una de las pocas ciudades europeas donde los residentes están completamente impedidos de alquilar legalmente una habitación en su residencia principal.
El Ayuntamiento insiste en que su ofensiva está diseñada para proteger el parque de viviendas y combatir la inflación impulsada por el turismo, pero los críticos advierten que está expulsando a residentes vulnerables de los mismos barrios que esas políticas pretenden defender.
Como lo expresó ViA: “Si Barcelona realmente quiere proteger a sus ciudadanos, debe comenzar por permitirles permanecer en sus propios hogares”.
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