Por qué Mahnoor Omer, de 25 años, demandó a Pakistán por sus permisos menstruales

Mahnoor Omer, quien se crió en Rawalpindi, una ciudad adyacente a la capital de Pakistán, Islamabad, recuerda la vergüenza y la ansiedad que experimentaba en la escuela cuando menstruaba. Ir al baño con una toalla sanitaria era un acto de sigilo, comparable a intentar encubrir un delito.

“Solía esconder mi toalla sanitaria bajo la manga como si introdujera narcóticos en el baño”, relata Omer, procedente de una familia de clase media: su padre es empresario y su madre, ama de casa. “Si alguien hablara de ello, los profesores te menospreciarían”. Una vez, una compañera de clase le comentó que su madre consideraba las toallas sanitarias “una pérdida de dinero”.

“Fue entonces cuando me percaté”, afirma Omer. “Si las familias de clase media piensan así, imagínese lo inalcanzable que resultan estos productos para el resto”.

Omer, que actualmente tiene 25 años, ha transitado de ser una estudiante recatada a convertirse en un foco de atención nacional en una contienda que podría reconfigurar la higiene menstrual en Pakistán, una nación donde, según sus críticos, la fiscalidad agrava el estigma social para penalizar a las mujeres, simplemente por su condición.

En septiembre, Omer, abogada de profesión, interpuso una petición ante el Tribunal Superior de Lahore, impugnando lo que ella y muchos otros califican como un auténtico “impuesto sobre la regla” aplicado por Pakistán a sus más de 100 millones de mujeres.

Los sucesivos gobiernos pakistaníes, en virtud de la Ley del Impuesto sobre las Ventas de 1990, han gravado históricamente las toallas sanitarias de fabricación local con un impuesto sobre las ventas del 18%, además de aplicar un arancel del 25% a las importadas y a las materias primas necesarias para su producción. Sumando otros tributos locales, UNICEF Pakistán estima que estos productos de higiene íntima soportan una carga fiscal efectiva que ronda el 40 por ciento.

La petición de Omer argumenta que estos impuestos –que afectan específicamente a las mujeres– son discriminatorios y violan diversas disposiciones constitucionales que garantizan la igualdad y la dignidad, proscriben la explotación y fomentan la justicia social.

En un país donde la menstruación constituye un tabú en la mayoría de los hogares, Omer y otros letrados y activistas que secundan la demanda sostienen que la fiscalidad dificulta aún más el acceso a productos sanitarios para la mayoría de las pakistaníes. Un paquete estándar de toallas sanitarias comerciales cuesta actualmente alrededor de 450 rupias (1,60 dólares) por 10 unidades. En un país con una renta per cápita mensual de 120 dólares, este importe equivale al coste de una comida básica de *rotis* y *dal* para una familia de cuatro miembros con bajos ingresos. Reducir el precio en un 40% (los impuestos) aliviaría significativamente la carga económica que supone la adquisición de estos artículos.

Actualmente, sólo el 12% de las mujeres pakistaníes utiliza toallas sanitarias producidas comercialmente, de acuerdo con un estudio de 2024 realizado por UNICEF y la organización sin ánimo de lucro WaterAid. El resto improvisa soluciones empleando telas u otros materiales, y con frecuencia carece incluso de acceso a agua limpia para lavarse.

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“De progresar esta petición, las toallas sanitarias serían asequibles”, asegura Hira Amjad, fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Dastak, una organización pakistaní sin fines de lucro centrada en promover la igualdad de género y combatir la violencia contra la mujer.

Y eso, según abogados y activistas, podría actuar como catalizador de un cambio social más amplio.

El expediente judicial denomina el caso como *Mahnoor Omer versus altos cargos del gobierno de Pakistán*. Pero no es esa la percepción de Omer.

“Se percibe como si las mujeres se enfrentaran a Pakistán”.

Activistas de Mahwari Justice, un colectivo por los derechos menstruales, distribuyen kits menstruales a mujeres en Pakistán (Fotografía cortesía de Mahwari Justice)

“No es vergonzoso”

Bushra Mahnoor, fundadora de Mahwari Justice, una organización liderada por estudiantes pakistaníes cuyo nombre se traduce como “conciencia menstrual”, fue tempranamente consciente de las dificultades para acceder a toallas sanitarias.

Mahnoor, sin parentesco con Omer, creció en Attock, una localidad al noroeste de la provincia paquistaní de Punjab, junto a cuatro hermanas. “Cada mes debía verificar si había suficientes toallas sanitarias. Si mi menstruación coincidía con la de alguna de mis hermanas”, encontrar una resultaba un desafío, relata.

Esta lucha se extendía al ámbito escolar, donde, al igual que le sucediera a Omer, la regla se asociaba a la vergüenza. En una ocasión, una profesora obligó a una de sus compañeras a permanecer de pie durante dos clases completas porque su uniforme blanco estaba manchado. “Fue deshumanizador”, afirma.

Mahnoor tenía 10 años cuando experimentó su primera menstruación. “Ignoraba cómo utilizar una toalla sanitaria. La coloqué al revés; el lado adhesivo entraba en contacto con mi piel. Resultó doloroso. Nadie te instruye sobre cómo gestionarlo”.

Señala que la vergüenza nunca fue únicamente suya, sino parte de un silencio que se inicia en el hogar y acompaña a las niñas hasta la edad adulta. Un estudio sobre salud menstrual en Pakistán revela que ocho de cada diez niñas experimentan vergüenza o incomodidad al hablar de la menstruación, y dos de cada tres afirman no haber recibido información alguna antes de su menarquia. Las conclusiones, publicadas en la revista *Frontiers in Public Health* en 2023, vinculan este mutismo con la falta de higiene, las restricciones sociales y el absentismo escolar.

En 2022, cuando las inundaciones asolaron Pakistán, Mahnoor puso en marcha Mahwari Justice para asegurar que los campos de asistencia no pasaran por alto las necesidades menstruales de las mujeres. “Comenzamos distribuyendo toallas sanitarias y pronto comprendimos que había mucho más por hacer”, explica. Su organización ha repartido más de 100.000 kits menstruales (cada uno contiene toallas sanitarias, jabón, ropa interior, detergente y analgésicos) y ha creado canciones de rap y cómics para fomentar el diálogo en torno a la regla. “Cuando pronuncias la palabra ‘mahwari’ en voz alta, estás enseñando a la gente que no es vergonzoso”, sostiene. “Es simplemente vida”.

Esas mismas inundaciones también influyeron en Amjad, la fundadora de la Fundación Dastak, aunque su organización sin ánimo de lucro lleva operando más tiempo. Su labor incluye ahora la distribución de kits menstruales durante desastres naturales.

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No obstante, el estigma social asociado a la menstruación también guarda una estrecha relación con el sistema fiscal en la manera en que su impacto se manifiesta en las mujeres pakistaníes, sugiere Amjad.

“En la mayoría de los hogares, son los hombres quienes toman las decisiones financieras”, puntualiza. “Incluso si la mujer aporta ingresos, se los entrega al hombre, y es él quien decide su destino”.

Y si el coste de la salud de las mujeres parece excesivo, este suele verse comprometido. “Con los precios inflados debido a los impuestos, en muchos hogares ni siquiera se plantea la compra de toallas sanitarias”, asevera. “Es un gasto que no pueden asumir materialmente”.

De acuerdo con el estudio de 2023 en Frontiers in Public Health, más de la mitad de las mujeres pakistaníes no pueden costearse las toallas sanitarias.

De eliminarse los impuestos y volverse la higiene menstrual más asequible, los beneficios se extenderían más allá de la salud, afirma Amjad.

Las tasas de escolarización de las niñas podrían mejorar, declaró. En la actualidad, más de la mitad de las pakistaníes entre 5 y 16 años no asiste a la escuela, según Naciones Unidas. “Tendremos mujeres libres de estrés. Tendremos mujeres más felices y saludables”.

El abogado Ahsan Jehangir Khan, copeticionario de Mahnoor Omer, en el caso que exige el fin del ‘impuesto de período’ (Fotografía cortesía de Ahsan Jehangir Khan)

‘Sentimiento de justicia’

Omer afirma que su interés por los derechos de las mujeres y las minorías surgió tempranamente. “Lo que me inspiró fue ser testigo del maltrato patente día tras día”, confiesa. “La explotación económica, física y verbal que afrontan las mujeres, ya sea en las calles, en los medios o dentro del hogar, nunca me sentó bien”.

Atribuye a su madre el mérito de haberla criado como una persona empática y comprensiva.

Tras finalizar la escuela, trabajó como consultora de género y justicia penal en Crossroads Consultants, una firma radicada en Pakistán que colabora con ONG y socios para el desarrollo en la reforma del sector justicia. Con apenas 19 años, también realizó labores de voluntariado en Aurat March, un movimiento y protesta anual por los derechos de la mujer que tiene lugar en todo Pakistán con motivo del Día Internacional de la Mujer; un compromiso que ha mantenido desde entonces.

Su primera incursión en la acción directa se produjo a los 16 años, cuando junto a amigas comenzó a preparar “kits de dignidad”, pequeños paquetes de ayuda para mujeres en barrios desfavorecidos de Islamabad. “Organizábamos recaudaciones de fondos mediante ventas de pasteles o empleábamos nuestro propio dinero”, evoca.

Los fondos recaudados le permitieron distribuir alrededor de 300 kits de dignidad que ella y sus amigos elaboraban manualmente. Cada uno contenía toallas sanitarias, ropa interior, analgésicos y toallitas húmedas. Pero anhelaba hacer más.

La oportunidad surgió cuando comenzó a trabajar en la Corte Suprema a principios de 2025, inicialmente como asistente legal. En la actualidad cursa estudios de posgrado en Derecho, Paz y Seguridad en la London School of Economics, y manifiesta su intención de regresar a Pakistán para reanudar su práctica profesional tras graduarse.

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Trabó amistad con su colega el letrado Ahsan Jehangir Khan, especialista en derecho tributario y constitucional. De sus conversaciones surgió la estrategia para impugnar el “impuesto sobre la regla”.

“Me impulsó a presentar esta petición y a tratar de lograr justicia, en lugar de permanecer impasible”.

Khan, quien es copeticionario en el caso, arguye que luchar contra estos impuestos trasciende la mera accesibilidad y asequibilidad: se trata de justicia. “Es un tributo sobre una función biológica”, enfatiza.

Las políticas fiscales en Pakistán, sostiene, las redacta “una élite privilegiada, mayoritariamente masculina, que nunca ha tenido que reflexionar sobre lo que este impuesto significa para las mujeres corrientes”. La Constitución, añade, “es muy clara al prohibir cualquier forma de discriminación contra ningún colectivo”.

Para Amjad, fundadora de la Fundación Dastak, la lucha por la higiene menstrual está intrínsecamente ligada a su otra pasión: la lucha contra el cambio climático. Las crisis extremas vinculadas al clima, como las inundaciones que Pakistán ha padecido recientemente, afectan de manera particular a las mujeres, asegura.

Rememora el trauma que le describieron numerosas mujeres con las que trabajó tras las inundaciones de 2022. “Imagine estar viviendo en una tienda de campaña y tener su primer *mahwari* (menstruación)”, plantea. “No está preparada mentalmente. Está huyendo para salvar su vida. Carece de acceso a seguridad o protección. Ese trauma perdura de por vida”.

Con el aumento paulatino de las temperaturas, las mujeres necesitarán cambiarse con mayor frecuencia durante su periodo, y la falta de acceso adecuado se convertirá en un problema aún mayor, advierte Amjad. Apoya la eliminación de los impuestos a las toallas sanitarias, pero solo para las fabricadas con algodón, no para las de plástico, que “precisan miles de años para descomponerse”.

Amjad también aboga por la instauración de una licencia menstrual remunerada. “Me he encontrado con mujeres despedidas por sufrir dolores menstruales que les impedían trabajar”, comenta. “Cuando menstrúas, una parte de tu cerebro también lo está haciendo. Realmente te cuesta concentrarte adecuadamente”.

Mientras tanto, quienes se oponen a estos gravámenes confían en que la petición de Omer presione al gobierno pakistaní para que emule a otras naciones como India, Nepal y el Reino Unido, que han abolido sus impuestos sobre productos de higiene menstrual.

A Omer no le resultaba concebible asumir semejante desafío frente a las políticas gubernamentales. Sus padres, relata, inicialmente mostraron nerviosismo ante la perspectiva de que su hija litigara contra el gobierno. “Manifestaron que nunca es buena idea enfrentarse al Estado”, recuerda.

Hoy se sienten orgullosos de ella, asegura. “Comprenden la importancia de esta causa”.

Para ella, el caso no se reduce a una mera disputa legal. “Cuando reflexiono sobre este caso, la imagen que acude a mi mente… no es una sala de audiencias, es un sentimiento de justicia”, comparte. “Me enorgullece tener la capacidad de emprender esta acción y dar este paso sin temor”.