Linda Pressly y Esperanza Escribano, Barcelona
BBC
Marina Freixa siempre supo que había algo oscuro y no dicho sobre su familia.
Su madre había crecido bajo la dictadura española que duró décadas y terminó en 1975, pero los detalles de su infancia eran confusos.
Luego, todo cambió una Navidad hace diez años, cuando Marina tenía aproximadamente 20 años.
Esa tarde de invierno, alrededor de la mesa, con una nube de humo de cigarro suspendida en el aire y copas de vino vacías, la madre de Marina, Mariona Roca Tort, comenzó a hablar.
Els Buits (documental)
Hace varios años, Mariona (izquierda) reveló la verdad sobre su adolescencia a Marina y a sus primos.
"Mis padres me denunciaron a las autoridades", les contó Mariona. "Me metieron en un reformatorio cuando tenía 17 años".
Los reformatorios eran instituciones donde detenían a chicas y mujeres jóvenes que se negaban a conformarse con los valores católicos del régimen de Franco: madres solteras, chicas con novio, lesbianas. Las chicas que habían sido agredidas sexualmente también eran encerradas, asumiendo la culpa por su propio abuso. Las huérfanas y niñas abandonadas también podían terminar viviendo tras los muros de un convento.
Marina y sus primos estaban anonadados.
No podían comprender que sus abuelos habían organizado el encierro de su propia hija.
El recuerdo de Mariona de contar esta historia a los jóvenes de su familia es borroso; ella cree que es por el "tratamiento" psiquiátrico que la forzaron a recibir en el reformatorio. Pero Marina no olvidó las revelaciones, y años después, haría un documental contando la historia de su madre.
Mariona es una superviviente del Patronato de Protección a la Mujer. Bajo el dictador Francisco Franco, este supervisaba una red nacional de instituciones residenciales gestionadas por organizaciones religiosas. No hay información definitiva sobre cuántas instituciones estuvieron involucradas ni cuántas chicas fueron afectadas.
Este jueves se cumplirán 50 años desde la muerte de Franco. España ha vivido una revolución en los derechos de la mujer, pero las supervivientes del Patronato todavía esperan respuestas y ahora exigen una investigación.
Archivo familiar
De adolescente, Mariona conoció a personas que resistían la dictadura española.
Advertencia: Este artículo contiene contenido que puede ser perturbador para algunos lectores.
Mariona, la mayor de nueve hermanos, describe a sus padres como de derechas y ultra católicos. Eran tan conservadores que no la dejaban ni usar pantalones.
Pero en 1968, cuando cumplió 16 años, se le abrió un mundo nuevo.
Mariona daba clases particulares a niños durante el día y se preparaba para la universidad en clases nocturnas. Allí, dice, conoció a personas que nunca había visto antes: sindicalistas, izquierdistas y activistas antifranquistas. Era el año de las protestas globales contra el autoritarismo y la guerra de Vietnam, con demandas masivas de derechos civiles. El espíritu de revuelta era contagioso.
Franco llevaba tres décadas en el poder. Los partidos políticos estaban prohibidos, la censura era total y los jóvenes querían un cambio. Pronto, Mariona se unió a sus nuevos amigos en "incursiones": unos pocos bloqueaban una calle, lanzaban cócteles molotov, repartían panfletos y, cuando aparecía la policía, salían corriendo en todas direcciones.
El Día del Trabajo de 1969, uno de los amigos de Mariona fue arrestado en una manifestación en Barcelona. Existía el riesgo de que el detenido diera nombres a la policía, así que Mariona no pudo regresar a casa, por si la buscaban. Esa noche se quedó en el piso de un compañero activista.
Al regresar a casa al día siguiente, Mariona estaba en graves problemas. Sus padres estaban furiosos y comenzaron a ejercer mucho más control sobre su vida.
"Para ellos fue un escándalo, una mancha para la familia", dice. "Después de eso, no me dejaban salir".
A finales de ese verano, Mariona había decidido irse de casa y viajó a la isla vacacional de Menorca con unos amigos de la universidad, dejando una nota a sus padres.
Ellos inmediatamente la denunciaron a las autoridades como una menor fugada, y en el momento en que Mariona estaba a punto de tomar un barco de regreso a Barcelona, fue arrestada.
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La escapada de Mariona de Barcelona en 1969 duró poco.
En el puerto de Barcelona, sus padres la esperaban.
No se la llevaron a casa. En cambio, la llevaron a un convento. A Mariona no le dieron ninguna explicación; solo recuerda la furia de sus padres.
Días después voló a Madrid con su padre. Allí, la llevaron directamente a otro convento, parte del sistema del Patronato, bajo el Ministerio de Justicia español.
Ella y las otras mujeres internadas fueron categorizadas y segregadas.
Mariona dice que terminó en el primer piso, reservado para "las rebeldes, las que consideraban mujeres caídas".
El Patronato tenía poder para detener a cualquier mujer menor de 25 años que no se ajustara a las normas. No eran criminales; eran mujeres consideradas en necesidad de "reeducación". Pero Mariona nunca supo las historias de las otras mujeres con las que estaba confinada.
"No nos dejaban hablar. Es bastante increíble", dice. "Y te preguntas, ¿cómo lo lograron?".
A las internas solo se les permitía intercambiar saludos simples entre ellas, una forma de control y una manera de evitar que las chicas "malas" influyeran en las demás.
"Lo que no podías hacer era llegar a conocer realmente a otra chica", dice Mariona. "Porque entonces te separaban: mandaban a una a un dormitorio diferente, o incluso a otra institución".
Cree que había alrededor de 100 internas en el convento. Dormían 20 por habitación, con una monja en un extremo y la puerta cerrada con llave. La rutina diaria era agotadora: oraciones, misa, limpiar el convento y luego horas en un taller confeccionando ropa para tiendas locales. Mientras las chicas cosían, una monja leía en voz alta para que nadie hablara.
"Había adoctrinamiento", recuerda Mariona. "Para que entendieras que te habías portado muy mal. Entonces, una vez que lo comprendías, pedías perdón y te confesabas".
Mariona nunca se confesó.
Marina Freixa
En su diario, Mariona escribió: "Papá dice que debo elegir. Vivir una vida familiar propia, o irme de casa para siempre".
Después de unos cuatro meses, la dejaron volver a casa a Barcelona por Navidad, pero no la permitían salir sola. De alguna manera —y Mariona no recuerda cómo— logró escapar, pero su huida duró poco. En cuestión de horas, la metieron a la fuerza en un coche con su padre y un tío, y la llevaron de vuelta a Madrid.
"Llegamos al convento al anochecer", recuerda. "Me negué a entrar. Me subieron a rastras por las escaleras y me dieron un sedante para meterme adentro".
Dentro del convento, advirtieron a las otras jóvenes que no hablaran con ella, la chica rebelde que tuvo el valor de intentar fugarse. Se sintió intensamente sola y, finalmente, comenzó a rechazar la comida.
La dramática pérdida de peso resultó en su ingreso a una clínica psiquiátrica. Allí, dice que le dieron dos sesiones de electroshock, seguidas de lo que llamaban "terapia de coma insulínico".
Mariona dice que le inyectaban insulina para inducir una hipoglucemia profunda, un estado similar al coma causado por bajo nivel de azúcar en la sangre. Se creía que esto podía reducir síntomas psicóticos o esquizofrénicos y de alguna manera "reiniciar" el cerebro del paciente.
Era una "terapia" que se estaba abandonando en muchos países por una simple razón: podía ser letal.
Mariona recibía una inyección de insulina por las mañanas. Luego la sacaban del coma y la obligaban a comer. Mentalmente, comenzó a desconectarse.
"Cada día estaba más aturdida. Empecé a decir cosas como: ‘Le hice daño a mis padres’", dice.
"Entré en este proceso de sumisión y aceptación".
Mariona cree que el "tratamiento" forzado intravenoso con insulina dañó su memoria irreparablemente. Sospechando que le hacía olvidar cosas, comenzó a escribir un diario. Más de cinco décadas después, este documento de papel descolorido de 1971 serviría de base para el documental de Marina sobre la experiencia de su madre.
Los médicos creían que el "tratamiento" ayudaría a Mariona a ganar peso, pero eso no ocurría.
"Un día, el psiquiatra decidió que era mejor intentar atarme a la cama hasta que comiera".
La desesperación de Mariona se volvió tan insoportable que dice que pensó en quitarse la vida. Entonces el psiquiatra le dio un peso objetivo de 40 kg. Si lo lograba, le prometieron que la liberarían de la clínica.
Mariona Roca Tort
Cuando la liberaron del Patronato, Mariona nunca volvió a vivir con sus padres.
Mariona lo logró. En 1972, una vez que estuvo un poco más fuerte, regresó a Barcelona.
Ahora con 20 años, juró nunca más vivir con sus padres.
Estos eran los últimos años de la dictadura de Franco antes de su muerte en 1975. Mariona cambió de trabajo varias veces, forjando eventualmente una carrera como directora de televisión. Tuvo sus propios hijos, pero su relación con sus padres siguió siendo fría.
En algún momento, Mariona le preguntó a su madre por qué la habían enviado al Patronato. Su madre solo dijo: "Cometimos un error".
El padre de Mariona tiene ahora más de 90 años.
"Nosotros también sufrimos mucho", le dijo cuando ella le preguntó sobre la decisión familiar de encerrarla en Madrid.
Para Marina, aprender más sobre la historia de su madre ha complicado su relación con su abuelo.
"No puedo obligarme a amar a alguien que ha causado tanto dolor, que trató muy mal a mi madre".
El cortometraje documental que Marina produjo sobre la experiencia de su madre en el Patronato se llama Els Buits —en catalán "los vacíos"—, en referencia a los huecos en la memoria de Mariona. La película ha ganado premios en España y fue nominada a un prestigioso Premio Goya.
Esperanza Escribano
Mariona y Marina están de gira con el documental, que Marina cree muestra que las instituciones fueron una parte "sistemática" de la historia de España.
Cincuenta años después de la muerte de Franco, la película ha contribuido a un creciente llamado a que las mujeres internadas sean reconocidas formalmente por la ley como víctimas de la dictadura española. El Ministro español de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, dijo que su gobierno está abierto a examinar el caso de las supervivientes del Patronato.
Mientras tanto, Marina y Mariona están de gira con la película, llevándola a proyecciones comunitarias.
"Las mujeres vienen y cuentan sus historias; es como si se abriera una puerta a algo desconocido, y eso es muy poderoso", dice Marina. "La gente piensa que lo que pasó en su propia casa fue un incidente aislado. Nosotras intentamos decir: esta historia no es individual, fue sistemática".
Su madre Mariona todavía duda de su memoria a veces.
Pero, dice, "verlo todo reflejado en la película, eso le da el peso de la verdad".
