Hay pocas cosas en una cultura tan ridículas y potentes como sus supersticiones. I-Jing, la Niña Zurda, una dulce niña de cinco años que acaba de mudarse a Taipei con su madre y su hermana mayor, lo experimenta de primera mano cuando su abuelo la regaña por usar su mano izquierda para todo – dice que no es natural; que es el diablo en obra.
Cuando I-Jing mira su apéndice con consternación, comienza una nueva relación entre ella y su mano diabólica mientras navega la vida en la ciudad. Filmando enteramente con iPhones, la directora debutante y coguionista Shih-Ching Tsou (el otro guionista es su frecuente colaborador, Sean Baker, de Anora) captura la energía frenética y la experiencia sensorial de Taipei. Hay caracteres chinos rojos brillantes que cubren los vitrales de una casa de empeño; la agradable melodía de los camiones de basura; el fácil vaivén del mandarín y el taiwanés entre generaciones; árboles frondosos contra edificios sucios que casi te hacen oler la esencia específica de una ciudad bulliciosa y húmeda. No es tanto una carta de amor de una fan, sino una devoción a un lugar conocido de memoria. Tsou empareja los fragmentos kaleidoscópicos de la ciudad con las astillas de gente imperfecta – mostrando de manera conmovedora y tierna lo que significa ser una familia en Taiwán, y entregando un triunfo de película.
El drama, la propuesta de Taiwán para mejor película internacional en los Oscars, comienza con I-Jing, su hermana mayor y su madre en una etapa de reconstrucción. La pensativa madre Shu-Fen (Janel Tsai) ha montado un puesto de fideos en un mercado nocturno, y la volátil I-Ann (Shih-Yuan Ma) dejó la escuela y trabaja en un puesto de nuez de betel, donde se acuesta con su jefe. I-Jing, interpretada por una encantadora Nina Ye, comienza una nueva escuela y, con la curiosidad que solo un niño puede tener, prueba el potencial de su recién nombrada mano del diablo.
Mientras comienza a guardar chucherías en el mercado nocturno con su miembro maldito, separando una mano buena que hace lo que se espera de ella y la otra que entretiene lo que el corazón desea, Tsou refleja con gracia las propias dualidades de cada personage. Aquí, la película delinea las complejidades entre lo que una persona se siente obligada a hacer y lo que realmente quiere: Shu-Fen no puede desenredarse de las deudas de su ex-marido; I-Ann se siente relegada al papel que su madre quiere que juege mientras ve a sus compañeros avanzar; a I-Jing le dicen que debe ser vista y no escuchada.
Tsou, junto con Baker como editor y Ko-Chin Chen y Tzu-Hao Kao como directores de fotografía, nos lleva hábilmente a los planetas separados de cada miembro de la familia, con muchas tomas que capturan los ritmos juguetones y deleitosos de la vida diaria en Taipei. Estamos al nivel de los ojos de I-Jing cuando comete su primer hurto, con la adrenalina fluyendo a través de una cámara temblorosa y un ritmo staccato. La cámara panea sobre la cabeza cuando I-Ann conduce su scooter por la noche, con las luces de la ciudad brillando en el calor, transmitiendo una sensación expansiva de libertad con un dolor que solo ella puede sentir.
Un sentido del deber está hábilmente tejido en cada dilema, así como la soledad que viene con él – es a la vez íntimo y desgarrador ver cómo el deber es a menudo una experiencia solitaria. Lo vemos cuando I-Jing intenta seriamente dibujar con su mano derecha, cuando I-Ann se acuesta en la cama después de ser despreciada en una fiesta en un motel de un ex-compañero. Mientras tanto, Shu-Fen se esfuerza para pagar el alquiler, y su propia madre se molesta porque necesita ayuda una vez más. “Una hija casada es como agua tirada,” dice la abuela (interpretada por una perfecta Xin-Yan Chao); un hijo todavía sería su responsabilidad.
También hay momentos de ligereza y juego, especialmente con los destellos de indignación de la abuela, el tiempo con un suricato que se convierte en la mascota de I-Jing, y el deleite general de I-Jing con el mundo (transmitido con una exuberancia similar a la anterior película de Tsou y Baker, The Florida Project). Ye (quién es zurda en la vida real) camina perfectamente la cuerda floja de una niña inocente absorbiendo las realidades financieras y las entidades desconocidas – el ex de Shu-Fen, las travesuras de la abuela, las disputas de I-Ann y Shu-Fen – que la rodean. La I-Ann de Ma también es un retrato considerado de una adolescente acérrima lidiando con el duelo, haciéndolo sentir como una emoción innegable pero inasequible en un ambiente donde todos solo intentan sobrevivir.
Para la penúltima escena de cena, similar a una telenovela, el clan ha cultivado grandes secretos que llevan al último *diu lian* taiwanés (pérdida de la cara): ser humillado frente a una audiencia (específicamente tu familia extensa, la forma más horrible de caer). Y las revelaciones son buenas – para ese momento, es como descubrir un secreto jugoso y doloroso sobre un amigo querido. El guión de Tsou y Baker examina agudamente lo que realmente significa perder la cara: ¿qué vergüenzas son nobles, cuáles son indulgentes y qué debe transmitirse de una generación a la siguiente?
Algunas de estas bombas quedan sin excavar después del gran enfrentamiento, y La Niña Zurda puede dejarte insatisfecho – pero quizás también haciendote cuenta que volarlo todo no significa que un cierre o un adagio ordenado siga inmediatamente, o que habrá una mano del diablo a quien culpar. En cambio, quizás la ciudad simplemente despierta a otro día, y, un poco más ligero (habiendo perdido un poco la cara), tú también.
