Nashville a los 50: La obra maestra definitiva de Robert Altman en los años 70

Nashville de Robert Altman: Una obra maestra de los 70

Lanzada justo en medio de los años 70, como un peso gravitacional en el centro de la galaxia, Nashville de Robert Altman es la obra definitiva de una década donde los iconoclastas revolucionaron Hollywood y reflejaron el país en tiempos turbulentos.

Para Altman, fue la cumbre de un estilo que refinaba desde MASH en 1970, basado en espontaneidad, una rica evocación de tiempo y lugar, y actores empoderados para crear personajes que simplemente existen en su mundo. La magia de Nashville es que se siente modesto, a pesar de juntar a estrellas en un épico que muestra la ciudad como un microcosmos de EE.UU. Pocas películas son tan profundas con tanta naturalidad.

50 años después, Nashville inspiró más producciones con repartos diversos, como The Player o Short Cuts. Aunque otras películas de la época intentaron algo similar, Altman quería reinventar el cine, un camino difícil incluso cuando los autores locos dominaban los estudios. A pesar de ser un raro éxito, Hollywood no se atrevió con su experimento narrativo.

Con un guión de Joan Tewkesbury, Altman convierte Nashville en un trozo de vida que accidentalmente captura un momento cultural. Los diálogos superpuestos son su sello, desafiando al público a escuchar como si estuvieran en la mesa de al lado. El resultado es un naturalismo casi documental, donde personajes chocan y dejan rastros de conversaciones: algunas cómicas, otras ininteligibles, otras llenas de insight.

La música ayuda, con actores como Ronee Blakley o Keith Carradine (ganador del Oscar por I’m Easy) componiendo sus canciones. Altman oscila entre el desdén y el cariño por la industria, pero la variedad de actuaciones es asombrosa, desde Henry Gibson grabando un himno patriótico hasta Lily Tomlin con un coro gospel. Todos desesperan por triunfar, hasta hay un open mic* en medio de una carrera de autos.

El evento que une la trama es un mitin político por Hal Philip Walker, un candidato que nunca aparece pero cuyas quejas suenan como las del tío incómodo en Acción de Gracias. Con elecciones próximas, sus organizadores intentan reclutar estrellas para actuar en el Partenón (réplica de Nashville).

El final en el Partenón es impactante, pero Altman y Tewkesbury enfatizan los sueños de fama y el duro camino para lograrlo, especialmente para mujeres atrapadas entre managers tóxicos, seductores y humillaciones. En la escena más devastadora, una mesera es obligada a convertir su actuación en un striptease. Así es el matadero de la fama.

Personajes secundarios, como Shelley Duvall como una groupie o Geraldine Chaplin fingiendo ser documentalista, añaden capas de curiosidad. Hasta Elliott Gould y Julie Christie aparecen como versiones de sí mismos, blurando la línea entre ficción y realidad.

El asesinato de JFK y otros líderes planea sobre el final, donde todos los personajes se unen ante un destino histórico. Aunque Altman es pesimista sobre la política, su espíritu generoso brilla en un coro que habla a lo mejor de la humanidad. El final es trágico y hermoso, reflejando las muchas Américas que Altman retrató por medio siglo.

LEAR  Los 'Crucerozillas' están creciendo en tamaño y número