Una mujer fue hallada viviendo en una vivienda en condiciones infrahumanas en Madrid con más de cincuenta perros, seis de los cuales estaban muertos.
El pasado 13 de octubre, un agente que realizaba un trámite administrativo descubrió a María Ángeles Porto, de 68 años, viviendo en un cobertizo habilitado como vivienda junto a cincuenta y dos canes.
Porto residía en una construcción de sesenta metros cuadrados, cubierta de heces y orina, que albergaba los cadáveres de seis perros ocultos en bolsas de basura.
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Los cincuenta y dos perros rescatados de la propiedad presentaban enfermedades cutáneas y heridas provocadas por las peleas entre ellos. Según Fernando Sánchez, presidente de la protectora Salvando Peludos —que acogió a nueve de los animales—, cuando hay tantos animales en un espacio tan reducido, la supervivencia se convierte en una competencia.
Porto fue encontrada encerrada en el cobertizo junto a los animales y alega que su difunto esposo la mantuvo recluida allí durante cuatro años.
Vecinos describieron al hombre, calificado como ‘extraño’, como un antiguo vigilante de seguridad de plantas de reciclaje que acumulaba siete coches viejos en el jardín abandonado de la propiedad.
Rara vez era visto por los vecinos, y su esposa aún menos. Un vecino comentó que solo sabía que Porto seguía con vida porque la oía gritar y golpear una chapa metálica para acallar a los perros, ninguno de los cuales contaba con documentación veterinaria o identificación adecuada.
Si bien la Guardia Civil no tiene registros de violencia de género en la pareja, sí hubo de intervenir hace cinco años, cuando ambos fueron acusados de maltrato animal.
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Tras la pandemia, agentes del Seprona detectaron a la pareja con veintidós perros encerrados en condiciones lamentables; también hallaron los restos de siete canes en un pozo del jardín.
Parece que este caso reciente podría ser una reedición del mismo tipo de negligencia y abuso observado en 2020. En ambas ocasiones, Porto sostiene que su esposo la obligaba a actuar así.
Dormía sobre un palé de madera en el cobertizo, que contenía una nevera, un calentador, una maleta y una radio, pero carecía de acceso a internet.
Porto afirma que durante los cuatro años que llevaba en el lugar, no lo había abandonado ni había acudido al médico.
Varias protectoras de animales se hicieron cargo de los canes, cuyos responsables señalan que este trato absurdo hacia los animales es más común de lo que parece.
Según Carolina Corral, de la Asociación Alba, este caso es un ejemplo del Síndrome de Noé, un trastorno por el cual las personas acumulan animales creyendo que los aman, sin percatarse del maltrato que les infligen.
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El Seprona, una unidad de la Guardia Civil especializada en delitos medioambientales, investiga ahora si Porto fue partícipe del cruel maltrato inflingido a los cincuenta y dos canes o si, por el contrario, fue una víctima, como ella insiste en afirmar.
La mujer se encuentra alojada en un centro de acogida de emergencia de la Comunidad de Madrid a la espera de ser derivada a otro recurso o, en el peor de los casos, terminar en la calle.
Ella misma declara que dos de sus cuatro hermanos le están ayudando con papeleos y visitas al hospital, pero no están dispuestos a acogerla en sus domicilios.
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