Morante de la Puebla: ¿El último de una estirpe en extinción?

En cierto modo, resulta ridículo. Es bajo, con sobrepeso y demasiado mayor para ejercer una profesión tan atlética. Posee peculiaridades que parecen sacadas de los años setenta: adicción a los puros y unas patillas exageradamente pobladas.

Hoy, 2 de octubre, Jose Antonio Morante Camacho cumple 46 años. Este excéntrico personaje de La Puebla del Río, en Sevilla, bien podría pasar a los anales de la historia como un genio; quizá el último de su especie.

Mejor conocido como ‘Morante de la Puebla’, es torero. Posiblemente de los grandes.

Hemingway escribió una vez que la tauromaquia se distingue de cualquir otra arte por su fugacidad. Aún se puede admirar la Mona Lisa cinco siglos después de que Leonardo la pintase, pero para ver a Joselito en su apogeo había que estar en la plaza aquel día.

Ahora, con el video, esto ya no es del todo cierto, pero la esencia perdura: al arte del matador le falta permanencia. Cada pase, cada banderilla, es un instante que se desvanece. Si un torero —nunca ‘toreador’, excepto en la ópera francesa— actúa de forma sublime, puede ser galardonado con una oreja.

Suena brutal. Se corta una oreja del toro y se entrega al vencedor. Durante su vuelta al ruedo, puede arrojarla al público. No la cojas: te salpicará de sangre.

Muy rara vez, una faena extraordinaria —que aúna valor, gracilidad y arte— merece dos orejas. Una actuación única en una generación puede ser recompensada con dos orejas y un rabo.

Pero los cosos más importantes de España, Las Ventas en Madrid y La Maestranza en Sevilla, suelen fruncir el ceño ante tal teatralidad.

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He ahí lo que hace diferente a Morante. En abril de 2023, estuvo tan deslumbrante en Sevilla que La Maestranza abandonó su habitual reserva y le concedió dos orejas y el rabo. Dos meses después en Madrid, Las Ventas fueron más allá: abrieron de par en par la Puerta Grande. Ningún otro matador en activo ha recibido tales honores.

Morante es un rescoldo de la edad de oro del toreo, y él asume esa etiqueta. Mientras la mayoría de los toreros modernos aprenden su oficio en escuelas taurinas, él se formó solo en las marismas del Guadalquivir.

Sin dinero y sin vínculos familiares con la profesión, se abrió camino a puro esfuerzo. Comenzó como novillero en 1991, con solo doce años, aceptando contratos dondequiera que los encontrara. En 1998 —tras 121 corridas y 47 salidas a hombros— finalmente tomó la alternativa en Burgos a la edad de diecinueve años.

Como él mismo explica: “La mayor parte del tiempo, la lidia es rutinaria. El animal no comprende que se supone debe entretener al público. Pero a veces pillo un carril: los dioses del toreo permiten que una belleza singular fluya a través de mí y del toro, y por un momento conformamos juntos una escultura vivente.”

Pero la Fiesta misma se está extinguiendo. A los jóvenes españoles les repugna. Cuando se convierta en un mero espectáculo para turistas, la poca autenticidad que le quede se habrá perdido.

Vayan a ver a Morante mientras aún puedan. No habrá otro igual.

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