MICHAEL COY nos brinda una historia —un relato conmovedor sobre honor, abuso y verdadera nobleza.
Es poco probable que hayas visitado Zalamea.
El pueblo, aún dominado por su castillo medieval, se encuentra enclavado en la remota campiña de Extremadura, a sesenta millas de Mérida, la comunidad de mayor tamaño más cercana.
Si buscáramos un equivalente inglés, habría que pensar en un lugar como Nether Wallop, una aldea proverbial por representar el corazón pastoral de la nación.
En la Edad Media, los campesinos tenían una miríada de alegrías y preocupaciones, pero una de cada nos bastará hoy.
En aquel entonces, el Rey administraba la justicia —literalmente. El pueblo anhelaba su visita anual, cuando dictaminaba sobre disputas legales locales. Y temían al ejército.
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Si el ejército aparecía, los soldados se ‘acuartelaban’ en casa de los vecinos. Hoy no nos gustaría, pero en el siglo XVI la gente no tenía mucho alimento y desde luego no podía ofrecer habitaciones libres.
¿Quién quiere a un soldado rudo y desconocido durmiendo en su cabaña una semana o dos?
Lo cual nos lleva a la virginidad.
Cualquier padre de una hija adolescente ansía protegerla, por supuesto. Es una de las emociones más intensas que podemos sentir los seres humanos.
Pero en la época medieval existía un elemento añadido.
Una familia obligada a ofrecer cama a un soldado sabía que, si este violaba a su hija y ella resultaba embarazada, su cabaña y su parcela corrían peligro.
Es decir, todo.
Supongamos que daba a luz un varón. El soldado podía reclamar la vivienda familiar para su hijo, el ‘heredero’.
Por eso los hombres deseaban casarse con vírgenes, y rechazaban a una joven que, a sus ojos, era “mercancía estropeada”.
Nos parece bárbaro, pero así eran las cosas.
Todos conocemos a alguien como Pedro Crespo.
De cuarenta y pocos años, trabajador y totalmente honrado, Pedro era muy apreciado en Zalamea.
Había levantado su hacienda desde la nada. Aunque no podía presumir de sangre noble (la gente obsesionada con la aristocracia en aquella época), no le debía nada a nadie, y él y su esposa habían criado bien a sus hijos.
Pedro era profundamente admirado. Un día, llegaron las malas noticias.
El ejército pasaría por Zalamea rumbo a Badajoz, y había que encontrar alojamiento para cincuenta hombres.
Dado que Pedro era un ciudadano prominente y su casa estaba bien cuidada y era cómoda, el joven oficial, Don Alvaro, se alojaría con la familia Crespo.
Seguro que ya intuyes lo que viene.
Durante su estancia, Don Alvaro, siendo un noble ‘creído’, se encapricha de Isabel, la hija adolescente de Pedro, y la viola.
Ella, por supuesto, queda devastada y le cuenta a su padre lo sucedido.
Pedro se encuentra ahora en una posición difícil. No hay policía.
Si se queja a los altos mandos del ejército, podrían ignorarlo – él es un campesino, y Don Alvaro es un aristócrata.
Además, los soldados cuentan con la fuerza física de su lado: ¿cómo podría Pedro arrestar a Don Alvaro y retenerlo hasta que el Rey pasara para juzgar el caso?
Por otra parte, si no hace nada, o no logra justicia, perderá todo su honor ante la comunidad.
Incluso podría perder su hacienda.
Justo entonces, llegan noticias de que el Rey se dirige a Zalamea.
Su Majestad está administrando justicia en Cáceres en este momento, pero estará aquí en dos días.
“El alcalde de Zalamea” es una obra de teatro.
Fue escrita hace quinientos años por Calderón de la Barca. (En la época de Shakespeare, España produjo tres dramaturgos geniales – Calderón, Tirso y Lope de Vega.)
Si alguna vez tienes oportunidad de verla, deberías hacerlo.
Aborda con gran fuerza los temas aquí mencionados, y subraya que la verdadera nobleza nace del interior, y no tiene nada que ver con los títulos.
Los aldeanos se congregan frente al granero de Pedro cuando el Rey aparece, para celebrar el juicio al aire libre.
Tras oír las pruebas, Su Majestad decide que Don Alvaro debe morir por violar a la joven.
Pedro abre de golpe la puerta de su granero —allí se balancea el cuerpo de Don Alvaro: ¡Pedro ya lo ha matado!
Allí mismo, los vecinos lo nombran alcalde vitalicio.
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