La salud infantil no puede depender del código postal. Crédito: Shutterstock / Inspiration GP
Si un niño vuelve a casa del colegio en España oliendo a freiduría y misteriosamente incapaz de reconocer un calabacín, no es el único. Un informe reciente de la agencia nacional de alimentación revela que casi un tercio de los comedores escolares sirven más frituras de lo recomedado, mientras que las verduras frescas parecen más escasas que la lluvia en agosto.
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Según datos del 2023, más de un tercio de los menús ni siquiera están avalados por un nutricionista cualificado. Además, el 29% de los colegios ofrecen tres o más raciones de fritos por semana (el límite son dos), y un asombroso 70% no utilizan aceites cardiosaludables como el de oliva o el girasol alto oleico.
Las verduras también salen perdiendo: el 37% de los centros sirven solo dos porciones semanales, en lugar de las tres o cuatro recomendadas. Alrededor del 7% han eliminado el pescado por completo, mientras que el 16% no llega a la cantidad sugerida de fruta. Y por si fuera poco, un tercio recurre excesivamnte a platos precocinados cuatro veces por semana o más.
Todo esto contrasta radicalmente con mi última columna sobre la supercentenaria cuyos hábitos saludables, incluyendo una estricta dieta mediterránea, la llevaron a vivir hasta los 117 años.
La situación es tan grave que el gobierno finalmente ha tomado medidas, obligando a los colegios a incluir fruta, verdura y pescado en su lucha contra la obesidad. Como dijo el ministro de Consumo, Pablo Bustinduy: *«La salud infantil no puede depender del código postal»*. ¡Ni, aparentemente, de las freidoras industriales!
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