En la Iglesia de la Sagrada Familia en la Ciudad de Gaza, Fouad Abu Youssef, de 34 años, lleva una camisa vieja y gastada mientras busca entre un montón de ropa rescatada, los restos de lo que fue su hogar, con la esperanza de encontrar algo para cambiarle a su hija Layla de cinco años.
Durante los dos años de la guerra de Israel en Gaza, Fouad, miembro de la pequeña minoría cristiana, enterró a su hermana después de un bombardeo y vio su propia casa y la de su familia en el barrio de Tal al-Hawa derrumbarse. Las condiciones se pusieron tan malas que Fouad, sus padres mayores y cinco hermanos con sus familias fueron obligados a vivir en un cementerio cercano antes de encontrar refugio en la iglesia.
Por más de un año, la familia Abu Youssef ha vivido dentro de los cuartos de la iglesia en el barrio de Zeitoun. Sobrevivieron a un momento muy cerquita de la muerte cuando un proyectil de un tanque israelí golpeó la iglesia en julio, matando a tres personas e hiriendo a varias más. Y ahora, después de que Israel declaró que se prepara para un asalto importante en la Ciudad de Gaza y la llamó “zona de combate peligrosa” la semana pasada, la familia no puede evitar temer perder el techo una vez más y tener que volver a las calles, donde es aún más peligroso.
Aunque la Iglesia de la Sagrada Familia no fue puesta por Israel en las zonas marcadas para las expulsiones, las otras iglesias en la Ciudad de Gaza, incluyendo la Iglesia Ortodoxa Griega de San Porfirio y la Iglesia Anglicana de San Felipe, sí lo fueron. Pero las casi 550 personas desplazadas que se refugian en la Iglesia de la Sagrada Familia aún desconfían del ejército israelí. La iglesia ha sido atacada tantas veces antes – a pesar de las garantías israelíes de que no atacan lugares de culto.
La mayoría de la gente allí, incluyendo a Fouad, se niegan a irse, incluso si Israel les ordena evacuar en los próximos días. Este sentimiento es compartido en las otras iglesias, donde la mayoría de los ocupantes han decidido quedarse a pesar de que Israel les dijo que se muden al sur.
Líderes de la comunidad cristiana de Gaza dijeron en una declaración conjunta publicada el 26 de agosto que el desplazamiento forzado equivaldría a “nada menos que una sentencia de muerte”.
“Entre aquellos que han buscado refugio dentro de los muros de los complejos, muchos están débiles y desnutridos debido a las dificultades de los últimos meses”, escribieron los patriarcas. “Por esta razón, el clero y las monjas han decidido permanecer y continuar cuidando de todos aquellos que estén en los complejos.”
El clero se queda en sus iglesias
“Esta decisión se tomó con completa libertad”, explicó Farid Gibran, el portavoz de la Iglesia de la Sagrada Familia, diciendo que aquellos que se refugian en la iglesia tienen la libertad de irse si quieren.
La decisión de los líderes de la iglesia de quedarse en la Ciudad de Gaza ha inspirado a muchos de los que residen en la Iglesia de la Sagrada Familia a permanecer a pesar del creciente miedo a los ataques israelíes. Muchos, como Moussa Saad Ayyad, de 41 años, padre de cuatro hijos de 6 a 14 años, creen que la relación de la iglesia con el Vaticano podría garantizar una seguridad relativa.
“Vinimos a la iglesia porque se siente como el único lugar seguro que queda, un lugar donde podemos estar juntos y encontrar ayuda. Sus vínculos en el extranjero nos dan algo de protección”, le dijo a Al Jazeera. “Pero si el peligro empeora, cada uno de nosotros quizás no tenga otra opción que huir al sur por su cuenta.”
Para otros como Fouad, la perspectiva de un segundo desplazamiento y la tensión que estopondría en su hija y sus padres mayores es lo que le impide irse. Pero también cree que quedarse es un acto de fe y una forma de resistencia contra la ocupación israelí, que ya le ha costado tanto.
“Se llevaron mi hogar y a mis seres queridos, pero no se llevarán mi derecho a permanecer aquí en mi tierra sin importar cuán oscuro se ponga”, dijo Fouad a Al Jazeera mientras miraba a su hija dormir.
Dentro del complejo, los líderes de la iglesia le dijeron a Al Jazeera que la iglesia no ha presionado a los ocupantes a quedarse y que actualmente, en lugar de pánico y caos, “prevalece un espíritu de solidaridad entre los refugiados tanto cristianos como musulmanes, quienes trabajan vigilantes para conseguir comida y agua para los niños y los ancianos”.
Un sacerdote, que habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a comentar, dijo que la comunidad cristiana de Gaza tiene una importancia que va mucho más allá de su pequeño número.
“Nuestra presencia [en la iglesia] representa siglos de continuidad histórica en esta tierra”, le dijo a Al Jazeera. “Estamos aquí para rezar, para servir y para dar testimonio de esperanza en medio de la oscuridad.”
Un santuario bajo fuego
Desde que Israel anunció por primera vez planes para una operación terrestre en la Ciudad de Gaza el mes pasado, Moussa y otros residentes han estado gripados por la ansiedad, sin saber cuándo podría comenzar el asalto.
Durante 23 meses, la iglesia a dado refugio a él y su familia. Sin embargo, recuerda momentos en los que ni siquiera esa seguridad estuvo garantizada, como el ataque de julio.
El ejército israelí afirmó que el edificio fue alcanzado por fuego disperso. El Papa León XIV dijo estar “profundamente entristecido al conocer la pérdida de vidas y los heridos causados por el ataque militar”.
Hoy, mientras Israel avanza con sus operaciones militares en la Ciudad de Gaza, Moussa no sabe qué es lo más seguro para sus hijos, o si existe algo seguro.
El recinto de la iglesia ya había sido atacado en diciembre de 2023, cuando un francotirador israelí mató a dos mujeres que se refugiaban dentro.
Días antes, metralla de un ataque aéreo había dañado el complejo parroquial, destruyendo paneles solares, tanques de agua y otras instalaciones.
“Antes de que estallara la guerra, vivíamos vidas normales y equilibradas en Gaza… vidas humanas simples con las necesidades básicas cubiertas”, dijo Moussa.
Samer Farha, padre de tres hijos, compartió los mismos sentimientos.
“Lo más duro que experimentamos es ver a nuestros hijos con hambre”, le dijo a Al Jazeera. “Tratamos de hacerlos sentir seguros, pero el sonido de las bombas hace que cada momento sea pesado”.
El padre Gabriel Romanelli, párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia, describió la decisión de quedarse de los líderes y feligreses como una forma de preservar “la iglesia como un lugar de culto y de vida”.
“Para estos refugiados, quedarse representa más que desafío”, dijo Romanelli, quien resultó herido en el ataque de julio y todavía se está recuperando. “Es simbólico, [la] protección de un lugar que encarna la historia de su comunidad”.
La Iglesia de la Sagrada Familia, la única parroquia católica en Gaza, siempre ha tenido una importancia simbólica más allá de Gaza. Durante la guerra, el difunto Papa Francisco llamaba a la parroquia casi a diario, manteniendo una línea directa con la comunidad sitiada.
El cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, visitó Gaza en julio después del impacto del obús, llevando comida y suministros médicos junto con Teófilo III, el patriarca ortodoxo griego.
### ‘Aunque signifique morir’
A medida que los desplazados en la Ciudad de Gaza comienzan a evacuar, la Iglesia de la Sagrada Familia se erige como uno de los últimos santuarios cristianos en la ciudad.
Maryam al-Omr, de 69 años, quien se refugió en la iglesia con su nieto después de que su casa en Tal al-Hawa fuera destruida, le dijo a Al Jazeera: “No me iré de aquí, aunque signifique morir. Esta iglesia es mi último hogar y no la abandonaré”.
Pero por cada persona decidida como al-Omr, otras contemplan una elección imposible.
“Agradecemos las declaraciones internacionales”, dijo un desplazado que pidió no ser nombrado por miedo a ser aislado por sus pensamientos de marcharse. “Pero aún enfrentamos escasez de comida, medicina y combustible. Necesitamos más que palabras”.
Al caer la noche y Fouad prepara el área para dormir de su familia, es consciente de la ironía: la Iglesia de la Sagrada Familia, nombrada así por los refugiados originales del cristianismo que huyeron de la violencia en la antigua Palestina, ahora protege a familias que enfrentan la misma elección imposible entre la seguridad y el hogar.
Su hija llora de hambre y él la abraza fuerte, susurrando palabras de consuelo mientras reprime su propia desesperación, yendo y viniendo entre el deseo de irse y el de quedarse.
Su voz se quiebra al admitir: “No quiero que nadie vea mi dolor. Sácame de este país”.
Sin embargo, momentos después, apoyado en una de las paredes de la iglesia, reafirma su determinación: “Nos quedaremos aquí, pase lo que pase”.
Este artículo se publica en colaboración con Egab.