Tiene una trama y un elenco que parecen sacados de un sueño con fiebre. No debería funcionar, pero lo hace, y de manera espectacular.
En la comedia Spy de Paul Feig, Melissa McCarthy interpreta a Susan Cooper, una agente de la CIA tímida que trabaja en una oficina pero es enviada al campo por su jefa intimidante (Alison Janney) después de la muerte de su colega, Bradley Fine (Jude Law en un raro papel cómico). El reparto está lleno de sorpresas: Rose Byrne es una villana educada en Oxford, con tacones altos y comentarios tan crueles que hacen parecer a Regina George (Mean Girls) un personaje inocente. Peter Serafinowicz interpreta a Aldo, un italiano perturbador y muy pre-#MeToo (como "la tienda de zapatos de los centros comerciales").
Y en el giro más genial, Jason Statham parodia sus propios papeles de acción, exagerando su imagen de tipo duro con frases ridículas como: "Tengo la costumbre de hacer cosas que la gente dice que no puedo hacer: caminar sobre fuego, esquiar con los ojos vendados, aprender piano de adulto". Sin mencionar la extraña dinámica entre Miranda Hart (la mejor amiga de Susan) y 50 Cent, que se interpreta a sí mismo.
Conocí el talento de McCarthy en Bridesmaids (2011), otra comedia de Feig que en su momento demostró que las mujeres sí son graciosas. Había chistes escatológicos (¿quién olvida a Maya Rudolph con diarrea en un vestido de diseñador?) y rivalidades femeninas, como cuando una chica rica te pregunta si viniste "directo del trabajo" a su fiesta.
Entre tantas mujeres divertidas, McCarthy robaba escenas. Su personaje, Megan, era todo lo que Hollywood desprecia: con sobrepeso, sin glamour y vestida como "la tía homofóbica de alguien". Pero McCarthy la convirtió en alguien vulgar, segura de sí misma y admirable.
En Spy, su personaje, Susan Cooper, es una mujer invisible: nadie la nota en el trabajo ni en la vida. Hasta que su jefa la envía a una misión simple: "Solo sigue al objetivo desde lejos". Claro que Susan rompe las reglas.
Mi amor por las películas de espías empezó con Totally Spies, luego Charlie’s Angels (las de McG, con acentos dudosos) y después los clásicos: Hitchcock, Bond, Le Carré. Pero siempre volvía a las comedias, porque entendían que el género es pura fantasía.
Spy es sátira y homenaje: hay laboratorios con gadgets, persecuciones en coche y partidas de póker peligrosas. Pero también es revolucionaria: es la única película de espías de Hollywood con una mujer madura como protagonista.
Cada tanto, busco comedias de espías con mujeres: Charlie’s Angels (las viejas y la nueva), The Spy Who Dumped Me (con Mila Kunis y Kate McKinnon). No hay muchas, Hollywood no cree que tengan público. Pero deberían unirse: la libertad, los disfraces y las aventuras son adictivos. Siempre hay una nueva misión esperando.
