Las víctimas atrapadas en el fuego cruzado en Ciudad del Cabo

Nick Ericsson
BBC Africa Eye
Familia Africa

Davin fue asesinado a tiros hace cuatro messes, una víctima inocente de los problemas de pandillas en Cape Flats.

El padre, destrozado, se acuesta en la cama individual y señala dos pequeños agujeros de bala en la pared de su casa. Esta es la prueba clara del momento que destruyó la vida de su familia para siempre.

Devon Africa perdió a su hijo de cuatro años, Davin, en febrero, atrapado en un tiroteo entre criminales. Fue víctima de la violencia pandillera que azota Cape Flats, los barrios marginales alrededor de Ciudad del Cabo, un legado del apartheid, cuando la población no blanca fue obligada a mudarse del centro de la ciudad rica a las afueras olvidadas.

"Este es el agujero de bala", dice. "Aquí es donde dormía."

La familia ya había sufrido un horror inimaginable. La hermana mayor de Davin, Kelly Amber, fue asesinada dos años antes, también en un tiroteo. Tenía 12 años. Ahora, Devon y su esposa, Undean, solo tienen a su hija menor.

"Ella me pregunta: ‘¿Dónde está mi hermano?’", cuenta Undean. "Le dije que está con Jesús, en el corazón de su papá y en el mío."

Tres décadas después del apartheid, su legado sigue vivo en Cape Flats.

Estos crímenes ocurrieron en Wesbank, pero muchas otras familias en la zona han sufrido pesadillas similares, a pesar de las promesas de la policía de aumentar las patrullas.

Las cifras son alarmantes. Según la policía, la provincia de Western Cape, donde está Cape Flats, registra la mayoría de asesinatos relacionados con pandillas en Sudáfrica.

El gobierno lo considera una prioridad. El presidente Cyril Ramaphosa creó una unidad especial en 2018 y hasta envió al ejército, pero el problema persiste.

"Hay generaciones enteras que nacieron en estas pandillas", dice Gareth Newham, experto en seguridad. "Florecen en zonas abandonadas por el estado. Las pandillas dan estructura social, hasta pagan gastos escolares."

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Están tan arraigadas que "es difícil para la policía combatirlas… usan casas de no pandilleros para guardar drogas y armas".

El pastor Craven Engel está dispuesto a mediar en cualquier momento por la paz.

A 15 km de Wesbank, en Hanover Park, él pasa el día pegado al teléfono en su lucha contra la violencia. Su fórmula: detectar, interrumpir y cambiar mentalidades.

"Hanover Park no tiene economía real", dice. "La droga mueve todo."

El impacto del apartheid es claro, pero también el trauma generacional, que lleva a adicciones y destrucción familiar.

"Las drogas causan desempleo, robos y guerras por territorio", explica. Un 70% de los niños locales viven con alguna adicción.

En esta comunidad de 50,000 personas, los tiroteos y apuñalamientos son casi diarios. Muchas víctimas y asesinos son jóvenes.

"La policía sola no resuelve el problema", dice Newham. "Arrestan a pandilleros, pero son reemplazados por niños, y eso empeora las cosas."

"¿Cómo un niño recibe siete balazos en la cabeza?", pregunta el pastor Engel.

Él llama a líderes y pandilleros, intentando frenar la violencia. Incluso logra hablar con un líder encarcelado.

"Aún tengo poder, pastor", grita el pandillero. "Pero si me atacan, respondo."

Amenazas, incluso desde la cárcel.

Pero Engel no se rinde. Es visible en su comunidad, visitando hogares o predicando los domingos.

"Lo peor es que ahora hay más niños en pandillas, reclutados desde los 8 años", lamenta.

Su programa antes recibía fondos del gobierno, pero ya no. Nick Ericsson
Para cortar las lineas de suministro y proteger a los inocentes, él se reunirá con víctimas y agresores en cualquier lugar y a cualquier hora.

También envía a miembros de pandillas rehabilitados para negociar directamente con facciones enemigas. Quienes vivieron al borde de la muerte saben lo crucial que es luchar por la paz.

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Glenn Hans es una de esas personas. Se reune con pandillas rivales para convencerlos de respetar un alto al fuego. "Yo también estuve en este juego. Mientras tomes la decisión de ser mejor persona, eso es todo", les dice a un grupo de pandilleros.

Uno responde con frialdad: "Cuanto más matamos, más terreno ganamos, y más podemos construir. Hablar de paz… no es mi decisión garantizarla."

El alto al fuego acordado dura solo unos días, roto por el asesinato de dos personas en un tiroteo.

Pero algunos, hartos del conflicto, buscan salir.

Nando Johnston quiere escapar de la vida pandillera con ayuda del Pastor Engel. Fernando, o Nando, pertenece a los Mongrels y busca cambiar.

El pastor lo describe como joven y "nacido en la pandilla", pues toda su familia estaba involucrada.

"En este juego solo hay dos opciones: vas a la cárcel o mueres", dice Johnston. "Quiero cambiar y creo que hay un camino. Por eso busqué al pastor, para ver si hay un plan para mí."

Se unirá a un programa de rehabilitación de 6 a 12 semanas, financiado por donaciones, para dejar las drogas y encontrar trabajo.

"Ahora puedes reconstruirte", le dice el Pastor Engel. "Podrás trabajar y ganar dinero. No tendrás que sobrevivir en las calles."

"Estoy listo, pastor", responde Johnston, dispuesto a dejar su comunidad marcada por la violencia.

Sus seres queridos lo despiden. Su madre, Angeline April, contiene las lágrimas, rogando que esta vez su hijo elija la vida. "Aprovecha esta oportunidad, Nando."

"Sí, mami, siempre saco lo mejor de cada situación."

Pero nunca ha sido fácil.

"El padre de Fernando era pandillero, pero el de mis otros hijos era un caballero", explica su madre. "A pesar de mis advertencias, ellos cayeron en lo mismo. Criar cuatro hijos sola no fue fácil. Lo animo a cambiar porque lo amo mucho."

Hasta ahora, todo bien. Dos semanas después, Johnston sigue en el programa.

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"Nando se está estabilizando. Está en un programa laboral, viendo a su familia. Ayer lo dejamos salir y volvió limpio, sin drogas", dice el pastor.

La esperanza es escasa en estas calles marcadas por el trauma, pero a veces asoma entre las grietas.

Aunque no en todas. En la casa de Devon Africa y Undean Koopman, en medio de un campo de batalla, hay muy poca.

El ciclo de violencia y venganza en los márgenes de esta ciudad sudafricana es abrumador para quienes solo intentan sobrevivir.

Y quienes están en medio deben tomar decisiones imposibles.

"Los vecinos, aunque rechacen a las pandillas, no siempre confían en la policía", explica Mr. Newham. "No saben si vendrán si los llaman, o si los oficiales son corruptos. No entienden la magnitud del problema."

Lo mismo dicen los pacificadores: "Nadie vendrá a ayudarnos. Ni extranjeros, ni el gobierno. No hay varita mágica para arreglar Cape Flats", afirma el Pastor Engel. "Debemos ser resilientes, crear esperanza y crecer. La política nos ha fallado."

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