Las HSA y las FSA se diseñaron para dar control y claridad a los usuarios sobre su gasto sanitario. ¿Por qué no está ocurriendo?

El Congreso estadounidense creó las Cuentas de Ahorro para la Salud y las Cuentas de Gasto Flexible para dar a los ciudadanos un mayor control sobre sus gastos sanitarios. Estos instrumentos fueron diseñados para permitir el uso de dinero exento de impuestos para pagar la atención médica directamente, lo que permite ahorrar en el proceso. Sin embargo, aunque la mayoría de los planes de salud ya incorporan las FSAs y HSAs en sus ofertas, la mayoría de los estadounidenses aún no se sienten cómodos respecto a cómo deberían utilizarlas. El problema subyacente, no obstante, no es una falta de concienciación, sino una falta de utilización.

El impacto financiero de esta situación es evidente. El Employee Benefit Research Institute halló que casi la mitad de los participantes en FSAs perdieron parte de sus fondos en 2023, con una pérdida media de 422 dólares por persona. Estas pérdidas representan ingresos que los consumidores destinaron a su atención médica, pero que no pudieron utilizar antes de que el sistema los reclamara de vuelta. Cuando uno de nuestros principales beneficios frecuentemente resulta en que las personas pierdan su propio dinero, se trata de un problema de diseño y no del usuario individual.

Una gran parte de este problema es de carácter histórico. Las FSAs se crearon a finales de los años 70, en una época en la que los beneficios y la atención sanitaria estaban mediados por el empleador. Acceder a los beneficios requería pasar por los departamentos de recursos humanos y sistemas administrativos orientados a la cumplimentación. Posteriormente, cuando las HSA surgieron a principios de la década de 2000, representaron un cambio filosófico hacia un sistema de salud dirigido al consumidor, donde la cuenta pasaba a pertenecer al individuo y no al empleador. Sin embargo, la infraestructura en torno a estos beneficios nunca evolucionó. Aunque el consumidor se convirtió en el propietario financiero de la cuenta, todavía tenía que navegar por las reglas de la era del empleador de décadas anteriores para poder usarla.

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La frustración es generalizada. Como ha informado el Washington Post, los estadounidenses tienen dificultades para entender qué gastos son elegibles para estas cuentas, mientras que los dólares no utilizados expiran silenciosamente (alrededor de 4.200 millones de dólares anuales). Y como ha señalado Med City News, las reformas de transparencia en la atención son cruciales para mostrar a los consumidores el precio de los servicios que reciben. Sin embargo, esta transparencia por sí sola no creará confianza en el consumidor si el proceso para activar el pago sigue siendo complicado.

Si las HSAs y las FSAs funcionaran como se pretendía originalmente, el aumento de los gastos directos que afrontan la mayoría de los estadounidenses se vería acompañado por una mayor fluidez y capacidad financiera. No obstante, hemos ocurrido lo contrario. Más de la mitad de los empleados en EE.UU. están cubiertos por planes de salud con altos deducibles, lo que significa que millones de personas pagan de su bolsillo los primeros varios miles de dólares de sus costes sanitarios. Y aún así, se ven obligados a navegar por las normas de las aseguradoras y los portales administrativos antes de poder acceder al dinero que ya han apartado para su propia atención.

En este punto es donde la estructura del beneficio colapsa. Un mecanismo que debería potenciar la autonomía de uno sobre su cuidado se convierte en un proceso laborioso que añade fricción e inhibe la participación. Mientras se presenta la cuenta FSA o HSA como una especie de red de seguridad financiera, las normas y mecanismos en torno a ella hacen que los usuarios se sientan inseguros, que duden o que teman que se rechace su gasto. La consecuencia de este marco es la incertidumbre, no el empoderamiento.

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El mercado está respondiendo de formas que reflejan la creciente frustración con este constructo, incluyendo la popularidad de las opciones de pago directo, que se han duplicado en los últimos cinco años. Este crecimiento del pago directo no es un indicador de que los estadounidenses quieran abandonar por completo los seguros. Es un reflejo de la brecha cada vez mayor para muchos entre su responsabilidad financiera y su capacidad de acción financiera. Cuando los consumidores pagan de su bolsillo por su atención y no pueden utilizar fácilmente sus propios ahorros sanitarios, buscan modelos donde la transacción sea más sencilla.

La próxima innovación en beneficios en los Estados Unidos no vendrá de añadir más cuentas de ahorro o incentivos. En su lugar, estará impulsada por el reemplazo del diseño administrativo heredado por un modelo de acceso centrado en el consumidor. Las HSAs y las FSAs no necesitan ser reinventadas. Solo necesitan ser utilizables en tiempo real y de una manera que se ajuste a como todos tomamos ya decisiones financieras en todos los demás aspectos de nuestra vida.

Sean Kearney es el CEO de UberDoc, una plataforma sanitaria innovadora que empodera a los pacientes para conectarse al instante con médicos destacados, libres de las restricciones de seguros o referencias. Sean aporta más de una década de experiencia escalando empresas tecnológicas sanitarias en etapas iniciales. Ha liderado organizaciones en fases de alto crecimiento, incluyendo salidas vía OPV y fusiones y adquisiciones, y ha ayudado a construir empresas como Lemonaid Health (adquirida por 23andMe), Invitae (NYSE: NVTA) y RespondWell (adquirida por Zimmer Biomet). Anteriormente ejerció como CFO en Genomenon, Inc., donde desempeñó un papel fundamental en la expansión de la adopción de las soluciones de inteligencia genómica de la compañía en los principales laboratorios de pruebas clínicas y empresas farmacéuticas.

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