Las historias de los refugiados LGBTQ y de guerra de Calpe

Estos programas brindan orientación sobre trámites de inmigración, vivienda, sanidad, empleo y derechos humanos. Crédito: Ayuntamiento de Calpe

En la localidad costera de Calpe, en la costa oriental de España, se está produciendo una transformación sutil pero profunda. Antaño, la llegada de personas que huían de conflictos y persecución generaba recelo y temor. Hoy, muchos residentes comprenden que los refugiados que ahora habitan en el pueblo no vinieron en busca de asistencialismo, sino de seguridad. Para la mayoría, permanecer en sus países de origen habría supuesto la persecución —o incluso la muerte—.

Una conversación profunda entre la periodista Itziar Doval de La Marina Plaza y el portavoz refugiado Othmane Mounir subraya esta dolorosa realidad: «Nadie abandona su tierra y renuncia a todo por una limosna. Vienen porque no les queda otra alternativa». Ambos enfatizan la necesidad de contrarrestar con empatía y datos la falsa narrativa que presenta a los refugiados como meros «buscadores de subsidios».

Huyendo del peligro

Muchos de quienes se han establecido en Calpe dejaron atrás penalidades inimaginables. Lo arriesgaron todo para escapar de la violencia bélica, la persecución política o las amenazas dirigidas. Algunos llegaron por pertenecer al colectivo LGTBIQ y enfrentar en sus países la perspectiva de la encarcelación o la ejecución. Para ellos, alcanzar España no fue una elección, sino un acto desesperado de supervivencia. Sus nombres y orígenes a menudo se mantienen en reserva para protegerlos y por respeto a la sensibilidad de sus vivencias.

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Un cambio de percepción

Hace años, los autóctonos podían mirar a un grupo de extranjeros en Calpe y asumir que eran migrantes económicos en busca de trabajo o prestaciones. Ese presupuesto está siendo gradualmente reemplazado por la concienciación. El contacto directo ha demostrado que estos recién llegados no abandonaron sus hogares a la ligera. Como admitió un residente: «Antes, cuando surgía un problema, asumíamos automáticamente que eran esos. Ya no lo hacemos».

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Las autoridades municipales y las asociaciones locales han sido cruciales para fomentar este cambio. Mediante talleres educativos e iniciativas de integración, dan apoyo a unas cuarenta personas de distintas nacionalidades. Estos programas ofrecen asesoramiento en procedimientos migratorios, vivienda, sanidad, empleo y derechos humanos —proporcionando a las personas desplazadas las herramientas para reconstruir sus vidas con dignidad—.

El coste humano

Algunos de los testimonios más conmovedores proceden de quienes relatan el precio de haberse quedado. Para uno, habría significado el reclutamiento forzoso en un conflicto violento; para otro, vivir abiertamente su sexualidad podría haber conducido a la prisión o la ejecución. En estos relatos, Calpe representa mucho más que una nueva dirección —es un salvavidas—.

No obstante, incluso en la seguridad, perduran los desafíos. Los obstáculos burocráticos, las barreras lingüísticas, las escasas oportunidades laborales y el trauma latente continúan poniendo a prueba la resiliencia. Como señala Mounir, la integración no es automática; exige empatía de la población local, apoyo de las instituciones y valentía de los propios refugiados.

Por qué importa su historia

Detrás de cada etiqueta de «refugiado» hay una historia humana marcada por el peligro, el valor y la esperanza. Calpe —conocida principalmente como un destino turístico soleado— es también un lugar de discreto heroísmo. La línea que separa la migración económica de la huida por supervivencia carece de sentido cuando las únicas opciones son escapar o morir.

La experiencia en evolución del pueblo ofrece una lección para Europa: escuchar, comprender y responder con compasión. Cuando las personas huyen de la guerra, la persecución o la discriminación por quienes son, su llegada no es migración —es la búsqueda de la vida misma—.

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Como le dijo un refugiado a Doval: «Vinimos porque no teníamos otra opción». Esas pocas palabras contienen tanto el peso de la desesperación como la promesa de un renacimiento. Al abrir sus puertas a quienes no tenían adónde ir, Calpe se ha convertido en algo más que un balneario costero —se ha erigido en un santuario, una historia a la vez—.