Los escasos hijos supervivientes de las víctimas del régimen de Franco libran una carrera contrarreloj para recuperar e identificar los restos de sus progenitores mediante pruebas de ADN. Se estima que más de 3.300 fosas comunes de la Guerra Civil española contienen alrededor de 140.000 desaparecidos.
Con 88 años, María Jesús Ezquerra compite contra el tiempo para recuperar los restos de su padre, asesinado al inicio de la guerra civil de 1936-1939 y enterrado en una fosa común, con el fin de poder darle sepultura junto a su madre.
“Es mi único sueño; después de eso, ya puedo morirme”, afirmó, con lágrimas recorriendo su rostro.
“Siempre he querido mucho a mi padre, incluso sin haberlo conocido”, añade, sollozando en el salón de su vivienda en Pinsoro, un pueblo de unos 600 habitantes en la región noreste de Aragón.
Su padre, Jesús Ezquerra, jornalero de 38 años y concejal socialista, fue detenido en Aragón poco después del golpe de Estado militar nacionalista de 1936 que desencadenó el conflicto.
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A pesar de temer represalias por parte de las fuerzas derechistas, se resistió a huir y abandonar a su esposa – embarazada entonces de María Jesús – y a sus otros cuatro hijos.
Dos días más tarde, fue enterrado en una fosa común del cementerio de la localidad vecina de Ejea de los Caballeros, junto a aproximadamente otras 150 personas.
Los trabajos de exhumación acaban de iniciarse en Ejea, y María Jesús es una de las pocas hijas supervivientes de las víctimas, lo que incrementa las posibilidades de identificar a su padre mediante análisis genéticos.
Alrededor de 114.000 desaparecidos
El general Francisco Franco asumió el poder tras la guerra civil, en la que sus nacionalistas se impusieron a los republicanos, dejando el país en ruinas y llorando a cientos de miles de fallecidos.
Mientras su régimen homenajeaba a sus propios caídos, dejaba a sus adversarios enterrados en tumbas anónimas por todo el territorio.
Cuando España conmemora el 50 aniversario de la muerte de Franco, acaecida el 20 de noviembre de 1975, estas fosas aún marcan su paisaje.
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El gobierno del presidente socialista Pedro Sánchez calcula que existen más de 3.300 fosas comunes de la guerra civil y aproximadamente 140.000 personas desaparecidas.
La mayor de ellas se halla en el imponente monumento cercano a Madrid, inicialmente denominado Valle de los Caídos, donde se inhumeron 33.000 cuerpos de ambos bandos, muchos sin el consentimiento familiar.
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Franco, fallecido en 1975, fue enterrado en el lugar, pero en 2019 el gobierno exhumó sus restos y los trasladó a un panteón familiar más discreto.
Tras la muerte del dictador, algunas familias comenzaron a recuperar los restos de sus parientes, aunque a menudo solo fue posible cuando se conocía la ubicación de la sepultura.
Empleados y voluntarios realizan trabajos antropológicos durante la primera fase de exhumación de víctimas de la represión en la Guerra Civil y el franquismo, en la fosa del cementerio de Ejea de los Caballeros. (Foto de Cesar MANSO / AFP)
‘Llevará tiempo’
Una ley de 2022 hizo al Estado español responsable de las exhumaciones, aunque gran parte del trabajo sigue siendo realizado por asociaciones como la Asociación Memoria Histórica Batallón Cinco Villas, que dirige la búsqueda en el cementerio de Ejea.
“Prevemos que el proyecto dure unos dos años, pues requiere recursos considerables”, declaró Javier Sumelzo, de 42 años, secretario de la asociación.
“Los análisis de ADN también llevarán su tiempo”, agregó.
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Javier Ruiz, arqueólogo de 56 años que dirige la excavación, señaló que aún no existe una base de datos genética nacional para facilitar la identificación de restos, tal como preveía la ley de 2022, existiendo solo varias bases regionales inconexas.
“Lo peor es abrir una fosa y no poder identificar a casi nadie. El tiempo solo lo dificulta más”, afirmó junto a la sepultura, donde podían verse esqueletos.
Sin el ADN de los hijos – la mayoría ya fallecidos – los expertos deben recurrir a líneas genéticas laterales de parientes más lejanos, lo cual es más complejo, explicó Ruiz.
Solo 70 de los 9.000 cuerpos exhumados en los últimos cinco años – menos del 1% – han sido devueltos a sus familias, según datos gubernamentales.
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Cerrando heridas
Cristina Sánchez, arqueóloga forense de 34 años del equipo de Ejea, trabaja estrechamente con los familiares para recopilar información que ayude a la identificación.
“A veces las familias nos envían fotografías, o nos comentan si alguien cojeaba, usaba gafas o tenía algún rasgo particular”, relató.
“Puedes obtener pistas, pero el análisis de ADN es esencial. De lo contrario, se corre el riesgo de generar falsas expectativas”.
Conchita Garcia, hija de María Jesús, quien ha dedicado años a buscar los restos de su abuelo, aseguró que “estas exhumaciones no reabren heridas, las cierran”.
Tres primos en la sesentena – Ramón, Mariví y Paquita – coinciden con ella.
Su abuelo, Eusebio Fenolle Miguel, fusilado en 1936, fue identificado recientemente tras ser exhumado en un pueblo cercano, y reinhumado junto a su esposa en la misma tumba, cubierta con una fotografía de su boda.
Recuperar sus restos supuso “un alivio, porque has encontrado a alguien a quien nunca conociste, pero a quien amabas”, declaró Ramón mientras visitaba la sepultura con sus primos.
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