Guardamar del Segura. Crédito: Lunamarina / Shutterstock
Desde hace casi un siglo, las casas de la playa de Guardamar del Segura han desafiado al Mediterráneo como si retaran a las olas a dar lo peor de sí. Construidas sobre las doradas arenas de la Playa Babilonia, se convirtieron en el lugar de veraneo de familias del interior de Alicante: un espacio de paellas, dominó y tertulias que ofrece una vívida instantánea de los albores del turismo en la Costa Blanca española.
Estas pintorescas viviendas, algunas con patios originalmente destinados a gallinas en vez de a cócteles, albergan ya a su quinta generación de ocupantes. «Mi mejor amigo vive al lado», comenta el activista Víctor Sánchez. «Su madre fue amiga de mi tío, su abuela lo fue de la mía, y ahora sus sobrinas juegan con las hijas de mi prima».
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Pero el romanticismo no impresiona a Madrid. Tras años de disputas legales, sesenta casas serán demolidas este mes. El ministerio de medio ambiente alega que asfixian las dunas e impiden que la playa se defienda de los temporales. Los propietarios, por su parte, culpan a un espigón construido en los años noventa de la erosión y murmuran con recelo sobre un patrimonio arrasado en nombre del progreso.
Sánchez, que ahora reside en Essex, regresa cada verano a un Guardamar que, a diferencia de Benidorm, «ha resistido a las torres de apartamentos». Temé que las excavadoras arrasen más que ladrillos. «Estas casas son únicas», suspira. «En otros sitios todo son chalets con piscinas y pistas de tenis que han dado paso a pistas de pádel. ¡En eso no hay alma!»
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