Se cree que Caterina Llull I Sabastida nació hacia 1440 en el bullicioso distrito de La Ribera de Barcelona, en el seno de una familia razonablemente burguesa, y se erige como una figura inspiradora para las mujeres emprendedoras en España.
Su historia, del siglo XV, es un relato de resiliencia, ambición y un espíritu pionero que sacudió por completo las normas de su época. A los 20 años, Caterina contrajo matrimonio y se trasladó a Siracusa, Sicilia, con su esposo, donde fue madre de cuatro hijos. Tras el fallecimiento de su marido, su vida dio un giro dramático. Viuda y con la tarea de criar a sus hijos sola, heredó el negocio familiar de comercio internacional, lo que la empujó, a una mujer, hacia un mundo inédito de nuevas responsabilidades y desafíos.
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Enfrentada a la gestión del hogar, el cuidado de sus hijos y la supervisión de la riqueza y los negocios familiares, la determinación de Caterina fue ejemplar. Puso en primer plano la defensa de los intereses de su familia y, al mismo tiempo, incursionó con audacia en un ámbito comercial dominado por hombres. En un hecho histórico sin precedentes, se convirtió en la primera mujer en dirigir una compañía de comercio internacional, tomando las riendas de la empresa que su esposo había dejado.
Caterina enfrentó innumerables obstáculos: disputas comerciales, barreras legales y desafíos de comunicación. Impávida, apeló directamente a la Reina, demostrando su astucia estratégica y pericia económica en una carta conservada que se lee como un tratado mercantil magistral. Su principal escollo fue sortear las leyes que cuestionaban la decisión de su esposo de nombrarla su única heredera, así como la resistencia de las autoridades sicilianas y catalanas. No obstante, con una determinación inquebrantable y sangre fría, superó los litigios jurídicos y logró obtener los permisos necesarios para hacer valer el testamento de su marido, demostrando su profundo conocimiento del entramado legal.
Más allá de preservar el negocio familiar, Caterina también lo expandió. Su visión no se limitó a gestionarlo, sino que también buscó hacerlo crecer incursionando en nuevos mercados a lo largo del Mediterráneo. Su ambición audaz sentó las bases del éxito de su empresa en el comercio internacional.
Lo que distinguió a Caterina fue su enfoque visionario del legado familiar. Durante su matrimonio, se dedicó a la educación de sus hijos, asegurándose particularmente de que su hija Joana aprendiera a gestionar las cuentas domésticas para, posteriormente, prepararla para triunfar en el negocio familiar.
La muerte de su esposo en 1471 aceleró inesperadamente su papel como líder empresarial de la familia. Históricamente, se adelantó a la inglesa Katherine Fenkyll, a menudo citada como la primera mujer de negocios europea en 1479. Lejos de estar desprevenida, la respuesta de Caterina reveló sus innatas dotes mercantiles y empresariales. Actuando con la decisión de una emprendedora moderna, cerró un trato para obtener la documentación legal tanto de Cataluña como de Siracusa que legitimara su autoridad como jefa, demostrando así su pragmatismo y resolución.
La confianza que su esposo depositó en ella fue evidente en su testamento poco convencional, que le otorgó el control total de su patrimonio. La prueba de su respeto por su inteligencia y capacidad no hizo sino redoblar su determinación por triunfar.
Hacia 1483, Caterina había trasladado a su familia a Barcelona y mantenía algunas propiedades en Sicilia que administraba a distancia. En lugar de limitarse al comercio local, expandió sus operaciones por todo el Mediterráneo y consolidó el papel de su compañía en el comercio internacional. Sus logros no fueron solo triunfos personales, sino una contribución transformadora al comercio medieval.
