La Pequeña Alemania de Mallorca

La playa de El Arenal en Mallorca, un enclave predilecto para el turismo alemán.
Crédito: Alexandre.ROSA, Shutterstock

Si creías que los británicos acaparan el título de la juerga más estridente en Mallorca, estás equivocado. A escasos minutos en coche de Magaluf, se despliega un universo completamente distinto –El Arenal, o S’Arenal en catalán–, donde casi cada rostro enrojecido por el sol pertence a un turista alemán.

Al pisar la arena, el europop retumba desde radiocassettes, se observan hombres con camisetas de fútbol y mujeres bebiendo cerveza de jarras de dos litros. Hasta la señalética y las tiendas de souvenirs evocan más a Berlín que a las Baleares.

Mientras los bares de Magaluf se lamentan por la poca afluencia nocturna, El Arenal bulle con incesante vitalidad. Es caótico, estruendoso y descaradamente divertido –una prueba irrefutable de que el turismo desenfrenado no es patrimonio exclusivo de los británicos.

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Radiocassettes, jarras de cerveza y cánticos desde los balcones

Al caer la tarde, la fiesta se traslada de la playa al Mega Park, la descomunal discoteca al aire libre que constituye el epicentro de El Arenal. Imagínese un pub británico de dimensiones similares a un campo de fútbol, pero con éxitos pop alemanes en vez de Oasis y cerveza servida a cubos.

En su interior, la gente baila sobre las bancadas, no tanto siguiendo el ritmo como limitándose a erguirse por encima del gentío. Algunos visten disfraces –camisetas uniformadas con lemas como ‘Dynamo Dicht 25′ (‘Dinamo Borracho 25’), o llevan bañadores fluorescentes y sombreros ridículos con minúsculas sombrillas.

La música es ensordecedora, el ambiente es caótico y la cerveza, inagotable. “Aquí el cien por cien son alemanes”, gritó una camarera, apenas audible sobre el bullicio. No le faltaba razón –cada estribillo, cada cántico, cada brindis se entonaba en alemán.

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Pero bajo la diversión subyace cierta tensión. El gobierno balear intenta atenuar el ‘turismo de excesos’, prohibiendo el consumo de alcohol en la vía pública en zonas de juerga como El Arenal, vedando la venta nocturna de bebidas alcohólicas y restringiendo las fiestas en barcos. No obstante, mientras las puertas del Mega Park permanezcan abiertas, la fiesta perdura.

Los residentes locales están hastiados

Para quienes residen permanentemente en la zona, la situación dista de ser idílica. Los vecinos más antiguos afirman que la metamorfosis de El Arenal en un área de juerga ininterrumpida ha tornado la vida cotidiana en algo insoportable.

“Existen numerosas dificultades para quienes vivimos en S’Arenal,” señaló David Servera de la asociación local Amics de S’Arenal. “No podemos aparcar en ninguna parte, el ruido es constante y ello complica nuestas vidas.”

Otros han relatado situaciones más extremas –un residente contó haberse encontrado a un turista en su jardín “con los calzoncillos manchados de heces.” Otro se quejó de peleas, botellas rotas y visitantes ebrios reptando desnudos por las calles.

Durante años, el gobierno insular ha prometido adoptar medidas contundentes. Sin embargo, la cruda realidad es que el turismo de fiesta constituye un negocio lucrativo, y los visitantes alemanes –al igual que sus homólogos británicos en Magaluf– mantienen las cajas registradoras en funcionamiento.

De pueblo pesquero a capital de la cerveza

Resulta casi inimaginable, pero El Arenal fue antaño un apacible pueblo de pescadores. Hace un siglo, apenas unas cuantas familias residían cerca del puerto, sustentándose de la pesca.

Llegaron después los años cincuenta y sesenta, la edad dorada del turismo masivo. El modesto paseo marítimo se plagó de hoteles, bares y discotecas –y en poco tiempo, Mallorca quedó dividida en dos facciones: los británicos en Magaluf, los alemanes en El Arenal.

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Algunos arguyen que la geografía influyó. El complejo turístico se halla a solo siete minutos en coche del aeropuerto de Palma, y, en consonancia con el carácter germano, la conveniencia pudo ser determinante.

Hoy, al pasear por la Schinkenstrasse (“Calle del Jamón”), se ven puestos vendiendo equipaciones de fútbol alemanas, bratwurst y camisetas del Bierkönig. En el renombrado salón cervecero homónimo, cientos de turistas, erguidos sobre las mesas con sus jarras, corean canciones al unísono.

Al preguntarles por Magaluf, la mayoría encoge los hombros. “Ahí es adonde van los británicos,” comentó un joven turista alemán. “Para nosotros, o es Arenal o no es nada.”

El mismo sol, distintos bebedores

El Arenal puede que demuela el estereotipo del alemán disciplinado y amante de las normas. Aquí, todo es ruido, risas y cerveza. Y si se cerraran los ojos, sería perdonable pensar que uno se halla en el Oktoberfest –solo que con palmeras.

Está por ver si los esfuerzos de Mallorca por higienizar su imagen llegarán a calar en las playas de El Arenal. Mas una cosa es incuestionable: mientras Magaluf pertenece a los británicos, El Arenal es orgullosa, estridentemente e inconfundiblemente alemán.