La Huella de la Guerra: El Impacto en la Infancia a los Once Años

Fergal Keane
Corresponsal especial, BBC

Advertencia de contenido: este artículo incluye detalles sobre el impacto de los conflictos en niños en zonas de guerra y descripciones de heridas que algunos lectores pueden encontrar angustiosas.

Lo primero fue que el papá de Abdelrahman fue asesinado. La vivienda familiar fue alcanzada por un ataque aéreo israelí. La mamá del niño, Asma al-Nashash, de 29 años, recuerda que "lo sacaron en pedazos".

Luego, el 16 de julio de 2024, un ataque aéreo alcanzó la escuela en Nuseirat, en el centro de Gaza. Abdelrahman, de once años, resultó gravemente herido. Los médicos tubieron que amputarle una pierna.

Su estado mental comenzó a empeorar. "Comenzó a arrancarse el cabello y a golpearse fuerte," recuerda Asma. "Se volvió como una persona con depresión, viendo a sus amigos jugar y correr… mientras él está sentando solo."

Cuando conozco a Abdelrahman en un hospital en Jordania en mayo de 2025, él está retraído y desconfiado. Decenas de niños han sido evacuados a ese país desde Gaza para recibir tratamiento médico.

"Regresaremos a Gaza," me dice. "Allí moriremos."

Abdelrahman es uno de los miles de niños traumatizados que he conocido en mis casi cuatro décadas reportando sobre conflictos. Algunos rostros quedan grabados en mi memoria.

Algunos como si los hubiera visto ayer. Reflejan la profundidad del terror infligido a los niños en nuestro tiempo.

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Cientos de miles de niños han vivido más de dos años de guerra en Gaza.

El primero fue en una colina en Eritrea a mediados de los años ochenta. Adonai Mikael fue una víctima infantil de un ataque con napalm etíope, llorando de agonía mientras el viento soplaba polvo sobre sus heridas. Sus gritos, la expresión de pura agonía en sus ojos, me hicieron huir de la carpa donde lo atendían.

En Belfast unos años después, recuerdo a un niño siguiendo el féretro de su padre, volado por el IRA. Nunca antes había visto tanta distancia en la mirada de nadie.

En Sierra Leona durante la guerra civil, estuvo la niña a la que un miliciano borracho le cortó las manos; de Soweto queda la imagen de una niña ayudando a su madre a limpiar la sangre de una víctima de asesinato en su puerta; y en Ruanda, el niño que se derrumbó cuando le pregunté por qué los otros niños lo llamaban "Granada" – un momento de insensibilidad que siempre lamentaré.

Él había sido herido por una explosión que mató a sus padres.

Las cifras subrayan la enorme escala de la crisis. En 2024, 520 millones de niños vivían en zonas de conflicto – uno de cada cinco niños en el mundo – según un análisis del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo, que combinó registros de conflictos con datos de población para llegar a esa estimación.

La profesora Theresa Betancourt, autora de Shadows into Light, un libro sobre ex niños soldados, lo llama "el desastre humanitario más grande desde la Segunda Guerra Mundial".

Ella advierte que el trauma tiene un impacto que perdura mucho en el futuro. "[Puede afectar] la estructura en desarrollo del cerebro en los niños pequeños, con consecuencias de por vida para el aprendizaje, el comportamiento y la salud física y mental."

Pero, dado todo el tiempo que se ha dedicado a investigar el impacto de la guerra en la mente de los niños, ¿qué puede ayudar?

Esta pregunta nunca ha sido más relevante tras este período de múltiples conflictos globales que han afectado a millones de niños: desde los niños sudaneses que, en octubre, vieron a sus madres y hermanas ser violadas por milicianos en el-Fasher, Darfur; los jóvenes secuestrados de Israel por Hamás el 7 de octubre de 2023, muchos habiendo presenciado la masacre de familiares y vecinos; los niños de Bucha en Ucrania cuyos padres estuvieron entre los masacrados por tropas rusas en febrero de 2022; y los cientos de miles de niños como Abdelrahman que han soportado más de dos años de guerra en Gaza.

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Refugiados sudaneses en 2025.

Debo declarar un interés personal. Sufrí de trastorno de estrés postraumático – TEPT – tanto de niño en un hogar deshecho, como después de adulto, presenciando guerra y genocidio. Aunque es diferente a experimentar la guerra de niño, conozco los síntomas muy bien: la ansiedad extrema, la hipervigilancia – estar constantemente alerta ante amenazas – los flashbacks, las pesadillas y la depresión. Los síntomas fueron bastante graves como para requerir varias hospitalizaciones.

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Mi experiencia personal me ha hecho sentir una curiosidad intensa sobre cómo responden los niños y cómo son tratados.

"La evidencia es bastante sólida en diferentes estudios: la exposición a la guerra y al desplazamiento se asocia con un mayor riesgo de problemas de salud mental," dice Michael Pluess, profesor de psicología en la Universidad de Surrey.

Él ha realizado investigaciones a largo plazo con hijos de refugiados de la guerra siria y advierte sobre hacer suposiciones. "Es importante reconocer que los niños difieren en cómo responden."

Una variedad de factores puede influir en el resultado. ¿Cuánto tiempo estuvo expuesto el niño a los eventos traumáticos? ¿Fue herido físicamente? ¿Perdió a una persona importante en su vida, o la vió morir o resultar herida? ¿Tuvo seguridad física y apoyo emocional despues de lo ocurrido?

En una muestra de 2,976 niños de Bosnia-Herzegovina —todos expuestos a la guerra y con edades entre nueve y catorce años— se reportaron altos niveles de síntomas postraumáticos y de duelo.

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Pero existe el potencial de daños a la salud a largo plazo – enfermedades cardíacas, problemas autoinmunes – vinculados al "estrés tóxico", donde el cuerpo se inunda de hormonas como el cortisol y las catecolaminas, que producen adrenalina.

También existe un campo de investigación en desarrollo sobre la epigenética, que pregunta si la experiencia de trauma de una generación puede manifestarse en generaciones posteriores a través de cambios en la forma en que se comportan nuestros genes.

¿Somos más susceptibles, por ejemplo, a problemas de salud mental, adicciones u otros problemas de salud si nuestras familias tienen historial de trauma? ¿Y cuánto tiene esto que ver con la genética en comparación con nuestro entorno familiar y vida cotidiana?

El efecto goteo familiar

La epigenética es un área tentativa y debatida de la investigación científica, y aún hay mucho por aprender.

"Creo que hay evidencia de que existe una especie de transmisión intergeneracional del trauma", dice el Profesor Pluess. "Parte o mucha de esa transmisión ocurrirá a través de prácticas sociales más que biológicas, pero hay algunas evidencias que sugieren que también hay factores epigenéticos involucrados."

El Profesor Metin Başoğlu, director del Centro de Estambul para Ciencias del Comportamiento, es escéptico. Sin embargo, dice que es posible que ciertos rasgos de temperamento (por ejemplo, predisposiciones transmitidas genéticamente entre generaciones) puedan hacer a algunas personas más vulnerables a eventos traumáticos.

Durante la investigación para un libro sobre mi propio TEPT, recuerdo una conversación con uno de los expertos más eminentes de Gran Bretaña en el campo, el Profesor Simon Wessely, ex presidente del Real Colegio de Psiquiatras.

Me preguntaba si mi propia historia familiar – bisabuelos nacidos durante la hambruna irlandesa, una abuela traumatizada por sus experiencias en la guerra de los años 1920 – podría haberme hecho genéticamente más predispuesto al TEPT.

"Simplemente no hay forma de saberlo sin estudiar un grupo muestra representativo de la misma área, con ancestros nacidos en el mismo lugar y sujetos a las mismas condiciones", me dijo. "No puedo hacerlo con una sola persona…"

"Lo que creo que es mucho más fácil de entender – y, pienso, también lo más poderoso – es la influencia de nuestros antecedentes. Y es absolutamente imposible que tú hayas crecido en el hogar en que lo hiciste, con los intereses que tienes, para que eso no haya tenido el mismo efecto en ti."

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El Profesor Pluess ha realizado investigaciones a largo plazo con hijos de refugiados de guerra sirios, y advierte contra hacer suposiciones.

Existe un consenso más amplio en que el trauma es una crisis familiar. No es solo una cuestión de lo que un niño presencia o sobrevive – también está el impacto en los adultos.

"No solo los niños en zonas de guerra enfrentan la muerte de sus cuidadores y separaciones traumáticas", dice la Profesora Betancourt, "sino que los cuidadores que experimentan su propio trauma y angustia pueden no estar completamente disponibles para ayudar a proteger y guiar a sus hijos a través de los horrores de la guerra."

La investigación del Profesor Pluess con refugiados sirios respalda esto. Entre el 80% de los niños encontrados vulnerables a más de un trastorno psicológico, las circunstancias familiares fueron críticas.

Alrededor de 1,600 familias participaron en un estudio, publicado en 2022, de refugiados sirios en el Líbano. El Profesor Pluess dice que se encontró que las condiciones de vida de los niños (como el acceso a vivienda segura, comida y escolarización) eran "aproximadamente 10 veces más predictivas de su salud mental" que otros factores.

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Los niños que se adaptaron de manera más saludable pueden haber "tenido un entorno social muy protector, quizás los padres pudieron protegerlos, tal vez tenían amistades cercanas, relaciones, quizás tienen acceso a la escuela, todas esas cosas externas que amortiguan el impacto negativo de la exposición a la guerra."

Las raíces de este conocimiento en Gran Bretaña se remontan a la Segunda Guerra Mundial y la experiencia de los niños que vivieron el Blitz – los ocho meses de ataques aéreos alemanes entre septiembre de 1940 y mayo de 1941.

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"La evidencia es bastante sólida […] la exposición a la guerra y al desplazamiento está asociada con un mayor riesgo de problemas de salud mental", dice el Profesor Pluess.

El Profesor Edgar Jones, del King’s College de Londres, señala un estudio de 212 niños tratados en el Hospital Great Ormond Street para Niños durante la guerra. Cuando los investigadores volvieron a revisar a los niños en 1949 – cuatro años después de que terminó el conflicto – encontraron que solo el 21% se había recuperado. El papel de los padres – tanto positivo como negativo – surgió como un hallazgo importante.

"La severidad de la reacción de un niño al bombardeo se consideró influenciada por la respuesta de sus padres al trauma, ya sea para acentuar o calmar su ansiedad", dice el Profesor Jones.

Superar el miedo y establecer control

En mi propia experiencia, la terapia y la medicación ayudaron, pero también el apoyo continuo de familia y amigos. Sin el poder de las relaciones de cuidado, no creo que hubiera podido emerger de la oscuridad.

También se me animó a confrontar mi evitación de cualquier cosa que pudiera recordarme el trauma. Por ejemplo, pasé por un largo período evitando viajar al continente africano, temiendo que simplemente estar allí desencadenaría recuerdos del genocidio ruandés. Pero mi terapeuta gradualmente me animó a enfrentar el miedo. Pasaron varios años pero al fin regresé, y sigo visitando lugares que son muy especiales para mi.

El Profesor Başoğlu fue pionero en usar el llamado CFBT – Tratamiento Conductual Enfocado en el Control – entre los supervivientes del terremoto turco de 1999, que mató a unas 18,000 personas.

La idea es animar a la persona a tomar control de su miedo a que el evento se repita. En el caso de los niños que se aferraban constantemente a sus padres, se intentó acostumbrarlos a dormir solos.

"Una vez que superan su miedo, todas las reacciones de estrés traumático asociadas también mejoran", dice el Profesor Başoğlu.

Psicólogos israelíes que trabajan con niños liberados del cautiverio de Hamás después de los ataques del 7 de octubre también enfatizan la importancia de reestablecer un sentido de control.

Los conflictos globales han afectado a millones de niños, incluyendo a los jóvenes secuestrados de Israel por Hamás el 7 de octubre de 2023, aquellos que presenciaron la masacre de familiares y vecinos ese día, y los que lidian con las secuelas.

En un artículo para la revista Child and Adolescent Psychiatry and Mental Health, un equipo de especialistas israelíes escribió que esto se logró "proporcionando a los supervivientes información y espacio para expresar sus preocupaciones, asegurando que sus necesidades y voces sean escuchadas".

Pero las intervenciones exitosas dependen mucho de crear un entorno estable donde el miedo a ser asesinado o mutilado no sea una realidad constante.

"Lo que también necesitan es que sus padres estén bien, que vivan en un lugar seguro, que tengan acceso a la educación, que tengan una rutina, que haya cierta predictibilidad", dice el Profesor Pluess.

Esto rara vez es seguro en zonas devastadas por la guerra. Los alto el fuego se rompen. Las líneas del frente se congelan. Los desplazados quedan atrapados en campamentos.

‘Nos deshumanizaron’

Aún así, esas palabras sobre un lugar seguro me recuerdan a mi amiga Beata y la diferencia que la estabilidad hizo en su vida.

Tenía 15 años cuando el genocidio de Ruanda – la peor masacre desde el Holocausto Nazi – estalló en 1994. Hasta 800,000 personas, en su mayoría de la minoría Tutsi, fueron masacradas en un período de 100 días.

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Como reportero, viajé en el convoy que evacuó a decenas de niños huérfanos – Beata Umubyeyi Mairesse entre ellos – a través de puestos de control manejados por la milicia asesina Interahamwe. Fue una experiencia aterradora, especialmente para los niños cuyas familias habían sido asesinadas.

De un puesto de control a otro, no sabíamos si las pandillas armadas con machetes atacarían.

Años después, mientras investigaba sus experiencias (luego publicadas en un libro, El Convoy), Beata se puso en contacto. Recuerdo que me impactó su compostura y apertura. Está casada, tiene dos hijos, vive en Francia y ahora es una escritora exitosa.

"Lo primero que me ayudó fue el exilio a Francia, dejar el lugar del genocidio. Me encontré segura, en un lugar pacífico, con refugio, una familia de acogida que cubrió todas mis necesidades materiales, y la oportunidad de ver a un psicólogo. Volví al colegio en septiembre, y eso también me ayudó".

A Beata se unió su madre, que también sobrevivió. Su padre había muerto antes de la masacre.

Aunque era serena, quedaron terrores persistentes. Entró en pánico una noche cuando pusieron música clásica en la radio – similar a la música que sonaba en la radio ruandesa la noche que comenzó el genocidio. Los fuegos artificiales o el sonido de cazadores disparando la hacían esconderse bajo el pupitre en clase "porque pensaba que había estallado una guerra en Francia".

Me pregunté si hace un esfuerzo consciente para proteger a sus hijos de la herencia traumática del genocidio.

"Hay cosas difíciles de contar a tus hijos, cómo nos deshumanizaron, cómo casi me violan. El término ‘innombrable’ cobra sentido al pasar historias a los niños. Tememos contaminarlos con nuestro trauma".

Pero para Beata, el matiz es vital. "Su única imagen de Ruanda no debe ser el genocidio. Les conté historias de mi infancia y cada vez que fui allá les traje fruta para que también descubrieran un país lleno de sabor".

Aunque vive una vida plena y feliz, Beata todavía sufre de ansiedad y toma antidepresivos para lidiar con el insomnio. Yo también uso medicación, y al igual que Beata, no lo veo como una carga o un estigma.

Más bien me considero afortunado de poder acceder a cuidados y medicina.

Crear una comunidad segura también es visto como crucial por muchos expertos.

"No son solo víctimas de salud mental", dice el Profesor Pluess. "Son personitas con intereses y por eso necesitan ir al colegio, tener oportunidades de jugar juntos – y eso puede ser tan importante como tratar los problemas de salud mental que enfrentan".

Los psicólogos que trabajan en Gaza son muy conscientes de estas necesidades. Davide Musardo, que fue voluntario con Médicos Sin Fronteras, ha escrito sobre intentar dar terapia con el fondo de drones y explosiones.

"En Gaza, uno sobrevive pero la exposición al trauma es constante. Todo falta, incluso la idea de un futuro. Para la gente, la mayor angustia no es la de hoy – las bombas, los combates, el duelo – sino la del después. Hay poca confianza en la paz y la reconstrucción, y los niños que vi en el hospital mostraban claros signos de regresión".

Es posible, en la devastada Gaza, que el alto el fuego actual se convierta en una paz permanente, permitiendo la reconstrucción y la restauración de la vida familiar y escolar. Posible, pero de ningún modo seguro. En Sudán hay intentos de reiniciar conversaciones de paz, pero poco optimismo sobre su resultado. La guerra en Ucrania y muchos otros conflictos continúan cada día.

El trauma es tan antiguo como la guerra misma. Políticos, periodistas y expertos que miran las consecuencias de un conflicto suelen preguntar: "¿Qué pasará cuando pare la matanza?" Pero en otro lugar, la matanza seguirá. Esa es la tragedia implacable de los niños atrapados en guerras que no empezaron y sobre las cuales no tienen control. A pesar de todo el conocimiento adquirido sobre tratar el trauma, la humanidad está lejos de abordar su causa raíz: la guerra en sí.

Reportaje adicional por Harriet Whitehead.

Crédito de la foto principal: EPA/Shutterstock.

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