“
Durante la pandemia, la demanda de los bancos de alimentos y comedores sociales de Mallorca aumentó significativamente. Si bien esos fueron tiempos excepcionales, la demanda sigue siendo diferente a lo que solía ser y también es mayor de lo que solía ser.
Según el Hermano José Vicente del servicio de alimentos de San Antonio de los Caputxins, las colas que se forman cada mañana fuera del convento para un bocadillo y una bebida ya no son “por hambre, sino por precariedad, por no llegar a fin de mes”. “Antes, las personas que tenían ingresos no venían a pedir un bocadillo”.
Natalia Gamarro, coordinadora del comedor social de la asociación Tardor, comparte la misma opinión: “No solo estamos atendiendo a personas que no pueden cubrir sus necesidades básicas porque son sin hogar, sino también porque hoy en día el alquiler cuesta entre 1.200 y 1.500 euros”.
Rosario Fuster, voluntaria en el comedor social Zaqueo, comenta: “Empezamos sirviendo a los excluidos socialmente -drogadictos, alcohólicos, ex-convictos- pero ahora también vienen personas con pequeñas pensiones que no son suficientes para llegar a fin de mes. Muchos de ellos no viven en la calle”.
“En los últimos años nos hemos encontrado con un nuevo perfil: el de los trabajadores pobres que, a pesar de tener un trabajo, no pueden llegar a fin de mes porque su salario se va en pagar el alquiler y no pueden permitirse una dieta equilibrada”, explica Teresa Riera, coordinadora del proyecto de personas sin hogar y vivienda de la organización caritativa Cáritas de la Iglesia.
Cáritas tiene un comedor social en Inca, que forma parte de un proyecto más amplio para las personas sin hogar. “En el comedor social, tenemos un número muy alto de personas que se han quedado sin hogar o viven en viviendas precarias, por lo que vienen porque no tienen dónde cocinar o almacenar alimentos. Pero algunos de los que vienen a comer tienen un hogar. Otros son familias con niños que se llevan comida para llevar, y otros son personas mayores con recursos limitados y problemas de movilidad, por lo que se les entrega la comida en sus hogares”.
El comedor social Tardor en Palma comienza su trabajo a las 7 de la mañana para la preparación y envasado de alimentos. A las 12 del mediodía abre sus puertas, y las personas pueden recoger un pack de cuatro -dos comidas, productos lácteos y bollería. “Nos gustaría poder ofrecer más, tener un espacio donde las personas pudieran comer dentro de una manera más digna, y cubrir una comida caliente por la noche”, dice Natalia Gamarro.
El número de personas en situaciones financieras precarias está creciendo, impulsado en parte por las dificultades para acceder a la vivienda. Pero el número de personas sin hogar sigue siendo muy alto. “Me atrevería a decir que el 70% de las personas que vienen son sin hogar. También hay personas mayores de 50 años con pensiones muy bajas que gastan su dinero en pagar por una habitación donde dormir”, comenta Gamarro. En Tardor, sirven a casi 300 personas al día.
“Este año estamos recopilando estadísticas, y en promedio vienen 223 personas, aunque algunos días son 260”, explica el Hermano José Vicente. Un tercio son “personas sin hogar crónicas” y los otros dos tercios son “trabajadores pobres y jubilados”. En Zaqueo, atienden a alrededor de 250 personas. “Hay más hombres que mujeres, y la mayoría no pueden llegar a fin de mes”, señala Rosario Fuster.
El año pasado, en Inca, Cáritas atendió a 283 personas a través de los programas de tres comidas del centro. “El comedor sirve alrededor de 110 desayunos, almuerzos y cenas al día”, dice Teresa Riera. “Vienen aquí personas que se han quedado sin hogar y están viviendo en una tienda de campaña o en la calle”.
” – translation of the text to B1 Spanish
