La crisis de Sri Lanka: cómo la deuda devora al sur global

Sri Lanka atraviesa una de las recuperaciones económicas más complejas de su historia. El colapso financiero del país en 2022 fue precipitado por una combinación tóxica de préstamos insostenibles, una deficiente gestión fiscal y shocks externos.

Las protestas masivas estallaron bajo la bandera de Aragalaya, un movimiento ciudadano de base amplia que exige rendición de cuentas, rectitud económica y el fin de la corrupción política.

El estallido social finalmente forzó la renuncia del entonces presidente, Gotabaya Rajapaksa. Sin embargo, tras su dimisión, el gobierno de Ranil Wickremesinghe recuperó el poder.

Aplazando los llamados a elecciones anticipadas, en 2023 el gobierno de Wickremesinghe negoció un préstamo de 3.000 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional (FMI) bajo su nuevo Acuerdo del Servicio Ampliado del Fondo (SAF). Más tarde ese año, para desbloquear un segundo desembolso de este paquete de rescate, Sri Lanka también alcanzó un acuerdo de reestructuración de deuda con un consorcio de acreedores, incluidos China, India y Japón.

No obstante, en septiembre de 2024, el pueblo de Sri Lanka eligió un gobierno progresista liderado por el presidente Anura Kumara Dissanayake, con un mandato histórico; sin embargo, la nueva administración se ha visto constreñida por las limitaciones impuestas por el FMI y el establishment político anterior.

El relato neoliberal convencional se ha apresurado a destacar el acuerdo con el FMI, conocido como el 17º programa del organismo, como un signo de estabilización, elogiando el acuerdo de reestructuración de la deuda y el cumplimiento de las condicionalidades del Fondo.

Pero, ¿qué hay del costo humano de esta “recuperación”?

El proceso de ajuste estructural punitivo incluye privatizar empresas estatales, desvincular al sector central del control estatal, limitar la capacidad del estado para endeudarse y subordinar las aspiraciones de desarrollo nacional a los intereses de los acreedores. Ha cargado el peso de su optimización de deuda interna sobre los ahorros previsionales de la clase trabajadora, específicamente el Fondo de Previsión de Empleados (EPF), lo que aumenta la inquietud entre los asalariados cuyos ingresos reales ya han sido mermados por una alta inflación e impuestos más elevados.

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La contratación pública se ha congelado, los principales proyectos de infraestructura rural en transporte y riego se han retrasado o cancelado, y la financiación de salud y educación se ha estancado incluso ante el aumento de costos. Las reformas implementadas para alcanzar la estabilidad macroeconómica—incluyendo alzas en tasas de interés, ajustes tributarios, eliminación de subsidios, incrementos en precios de energía y la reducción de pensiones—han costado caro a la ciudadanía.

El programa del FMI también ha impulsado la adopción de reformas legales neoliberales que erosionan la responsabilidad pública del sector central, limitan las capacidades fiscales del gobierno y fomentan la privatización de tierras, aguas y semillas a través de los agronegocios.

Para cumplir con los objetivos del FMI, en particular la meta de alcanzar un superávit fiscal primario del 2,3% para 2025, el gobierno de Sri Lanka ha introducido medidas de austeridad radicales. ¿De dónde más provendrá dicho superávit, sino de los bolsillos de los más pobres? Los banqueros bien pueden celebrar esta austeridad, pero para quienes viven y trabajan en zonas rurales y costeras, esto significa penurias y zozobra. Los desequilibrios internos del programa de reestructuración priorizan las ganancias de los inversionistas sobre el interés público, reduciendo el espacio fiscal necesario para reconstruir servicios esenciales.

Grupos de la sociedad civil estiman que 6,3 millones de personas se saltan comidas actualmente, y al menos 65.600 sufren escasez severa de alimentos.

En un movimiento significativo, el recién electo presidente Anura Dissanayake instruyó al Ministerio de Hacienda a restablecer los subsidios para los sectores agrícola y pesquero. Aunque bien recibida, esta medida podría ser insuficiente. Los pescadores reportan que los costos del combustible siguen siendo prohibitivos, erosionando sus ingresos.

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Los agricultores, muchos atrapados en un modelo de producción intensiva con alto uso de químicos, lidian con el aumento de costos, desastres climáticos y un apoyo estatal insuficiente.

El presupuesto de salud pública de Sri Lanka para 2025 representa solo el 1,5% de su Producto Interno Bruto, cinco veces menos que lo asignado para el pago de intereses de la deuda pública. Esta disparidad subraya las constricciones fiscales impuestas al gasto social cardinal.

Pero esta no es solo una historia de Sri Lanka.

Es parte de una emergencia global más amplia que drena las finanzas públicas throughout el Sur Global. Numerosos países en África, Asia, América Latina, el Caribe, el Pacífico y Europa Central se han visto forzados a ceder autonomía en su política nacional a instituciones financieras internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo (BAD).

Un informe reciente de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) revela que una proporción significativa de la población mundial, aproximadamente 3.300 millones de personas, ahora vive en países que gastan más en pagos de intereses que en salud o educación. Solo en 2024, los países en desarrollo pagaron la asombrosa cifra de 921.000 millones de dólares en intereses, con las naciones africanas entre las más afectadas.

UNCTAD advierte que el aumento de las tasas de interés globales y una arquitectura financiera intrínsecamente injusta están perpetuando un ciclo de dependencia y subdesarrollo.

Los países en desarrollo rutinariamente pagan tasas de interés varias veces superiores a las de las naciones ricas, sin embargo, los mecanismos de alivio de deuda existentes siguen siendo inadecuados: deliberadamente fragmentados y abrumadoramente sesgados a favor de los acreedores. La demanda por un mecanismo permanente y transparente de resolución de deudas, centrado en la justicia, el desarrollo y la soberanía nacional, gana impulso entre los gobiernos del Sur Global.

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Este problema también atrae creciente atención de los movimientos sociales globales.

En septiembre de este año, más de 500 delegados de todo el mundo se reunirán en Kandy, Sri Lanka, para el 3er Foro Global por la Soberanía Alimentaria de Nyéléni. El encuentro congregará a pequeños productores de alimentos, pueblos indígenas, sindicatos, investigadores y centros de pensamiento progresistas. Uno de los temas centrales será la crisis de la deuda global y cómo socava derechos básicos como la alimentación, la educación, la salud y la tierra.

Se espera que el foro sirva como espacio para trazar alternativas. En lugar de confiar únicamente en negociaciones estatales o instituciones financieras tecnocráticas, los movimientos se organizan para desarrollar poder popular.

Su objetivo es vincular luchas locales—como agricultores resistiendo el acaparamiento de tierras o trabajadores organizándose por salarios dignos—con campañas globales que exigen cancelación de deuda, reparaciones climáticas y una transformación del sistema financiero internacional.

Para quienes estamos en el Sur Global, resulta evidente que una recuperación genuina no puede construirse únicamente sobre objetivos fiscales y listas de verificación de cumplimiento. Exigimos reclaimar el espacio público para invertir en bienes sociales, democratizar la gobernanza de la deuda y priorizar la dignidad de las personas sobre los márgenes de ganancia de los acreedores.

Para Sri Lanka, y para innumerables países de África, Asia y América Latina, esta podría ser la reestructuración más urgente y necesaria de todas.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias de sus autores y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.