El futurista complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia celebra el vigésimo quinto aniversario de su Museo de las Ciencias – y sigue siendo una de las obras de diseño moderno más impresionantes de Europa.
El icónico conjunto de blanco impecable, que se ha convertido en el emblema indiscutible de la ciudad, fue ideado por el arquitecto local Santiago Calatrava, con la aportación del diseñador Félix Candela en la creación de sus espectaculares curvas.
Construido sobre el antiguo cauce del Turia, este proyecto de estética casi extraterrestre buscaba catapultar a Valencia hacia el nuevo milenio – y lo consiguió, aunque con un coste que se disparó hasta los vertiginosos 1.200 millones de euros.
Inaugurado por fases desde 1998, el vasto recinto incluye el Museu de les Ciències, el acuario L’Oceanogràfic, el Palau de les Arts —híbrido de ópera y nave espacial— y la gran cúpula IMAX del Hemisfèric.
En conjunto, han transformado esta antes abandonada ribera en un foco de atracción global para turistas, producciones cinematográficas y, cada vez más, compradores de propiedades de lujo.
En sus inicios, algunos críticos tildaron el complejo de capricho faraónico y proyecto futil.
Pero el tiempo le ha sentado bien. Hoy, la Ciudad de las Artes y las Ciencias es el orgullo de Valencia – una plaza futurista donde confluyen cultura, arquitectura y ciencia.
Su museo, con forma de esqueleto de ballena, sigue siendo el principal atractivo, repleto de experimentos interactivos, aventuras de realidad virtual y deslumbrantes exposiciones, como Leonardo da Vinci: 500 años de un genio, que conmemora el aniversario.
No es de extrañar que el complejo fuera nominado al prestigioso premio de arquitectura Mies van der Rohe en 2001 y que continúe apareciendo en revistas de diseño de todo el mundo.
Sus relucientes estanques, puentes elevados y audaces aletas de hormigón han impulsado el desarrollo inmobiliario de alta gama – con apartamentos en la zona alcanzando precios exorbitantes gracias a esas vistas cinematográficas.
Pero el verdadero asombro reside en cómo la visión de Calatrava – a partes iguales catedral, nave espacial y escultura – ha superado la prueba del tiempo.
Un cuarto de siglo después, la otrora polémica ciudad de las ciencias valenciana se erige como un triunfo de la imaginación y la ambición – prueba fehaciente de que un diseño osado puede transformar no solo un horizonte urbano, sino la identidad misma de una ciudad.
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