Pero rara vez nos paramos a notar los momentos sencillos que en realidad se quedan con nosotros. Vi algo hace poco que me recordió esto.
Mostraba como los niños suelen recordar más la sensación de un momento que el regalo en sí.
Una carcajada. Un poco de caos.
Un instante de alguien que quieren siendo completamente el mismo. Me hizo pensar en cómo se forman los recuerdos, y en lo que de verdad perdura después de que se tire el papel de regalo.
Cuando investigadores preguntaron a niños qué recordaban haber recibido de Santa el año pasado, la mayoría no pudo nombrar un solo juguete. Ni uno.
Un niño pequeño recordó un cactus bailarín. Otro recordó a su papá siendo tragado por un montón de papel de envolver… Las cosas más pequeñas y tontas eran las que destacaban. No los regalos grandes.
Me hizo parar y pensar en cómo funciona realmente nuestra mente. No almacenamos el objeto. Almacenamos la emoción. La risa. La excitación. El momento de conexión.
Cuando miro atrás a mi propia infancia, el patrón es claro. No puedo listar la mitad de los regalos que abrí, pero puedo contarte cada detalle del Parque Heaton.
Dar de comer a los patos. Deslizarme en trineo hasta no sentir los dedos de los pies y las manos en invierno.
Pasear a mis perros allí de adulta y sentirme como la misma niña que bajaba la colina a toda velocidad sin preocupación alguna.
Esos momentos se quedaron conmigo porque la emoción se apegó a ellos. Importaron.
Trabajar con familias y comunidades me ha mostrado lo mismo una y otra vez.
La gente cree que los recuerdos necesitan dinero.
Creen que necesitan planear gestos enormes. Pero los momentos de los que los niños hablan años después son siempre los sencillos.
Un paseo al parque, Un chocolate caliente. Un momento en el que alguien les hizo reír de verdad.
Esto es lo que he aprendido. Creamos significado através de la emoción.
Lo que nos conmueve se vuelve un recuerdo. Lo que nos abruma se vuelve un peso que nuestro cuerpo carga.
Así que este año, en vez de buscar la perfección, enfócate en lo que realmente será recordado.
Las cosas pequeñas. Las cosas lentas. Las cosas que hacen a las personas sentirse amadas, necesitadas y deseadas.
Antes de que termine el día, crea un recuerdo a propósito. Solo uno. Algo diminuto y significativo.
Camina con alguien. Ríe. Siéntate con una bebida caliente y habla de verdad. Juega. Fíjate. Está presente.
Luego pregúntate más tarde qué sentiste. No qué compraste. No qué lograste. Lo que sentiste.
Porque esa es la parte que tu mente conservará.
Y tal vez sea el momento que la gente que amas recuerde más.
Kirsty Redford es una Master Practicante de PNL calificada, Life Coach, Practicante de Mindfulness e Instructora Certificada de Caminata sobre Fuego.
Como fundadora de Firewalk Events, ayuda a las personas a construir confianza y resiliencia, inspirándolas a encontrar su poder interior y reavivar su chispa.
Visita – www.firewalkevents.co.uk para saber más.
