Ir a el cine sigue siendo un auténtico placer. Eso sí, el cine de hoy en día no se parece en nada al lugar donde yo vi mi primera película.
Ir al cine
La señora Youcantbeserious y yo tuvimos a la mitad más pequeña de nuestra prole de nietos para nosotros solos en Irishtown durante un par de semanas este verano. No hace falta decirles lo mucho que han cambiado las cosas en cuanto a entretener a los niños ahora comparado con los tiempos de antaño. “Limítales el acceso a los iPods y la televisión”, nos instruyeron los padres.
Así que llegaron con todos esos aparatos y con un conocimiento de la tecnología que hace que un viejo como yo parezca un bufón de la Edad de Piedra. Resultó que toda esa parafernalia no fue lo que más me impresionó de los niños. Lo que más me intrigó fue comprobar cómo ciertas cosas nunca han cambiado de veras y cómo las actividades sencillas siguen siendo la mayor de las diversiones.
Encontrar una vieja comba en el cobertizo (¡una reliquia de mis días de entrenamiento de squash!) desató una fiebre de salto. Terminé cortando trozos de cuerda para que nadie tuviera que esperar. 86… 87… 88… resonó por el patio; entonces: ‘¿abuelo, tú sabes saltar?’ 1… 2… 1… 1…!
Redescubrí que todo lo que los niños han necesitado desde tiempo inmemorial es un balón… cualquier tipo de balón. Tuvimos a españoles jugando al hurling y poco después los niños vecinos se unieron en un partido de fútbol. Se instalaron ‘porterías’ y aquello se convirtió en la principal actividad de dos semanas de gritos y risas… con alguna que otra pelea, claro está. ‘Abuelo, ¡eres el peor árbitro que ha pitado nunca un partido!’ Eso sí, logré remontar con el último lanzamiento en una partida de bolos.
Y ya llevamos todo este rato y aún no he mencionado el tema sobre el que me senté a escribir este artículo: ‘ir al cine’. No podía creer que, estando los niños aquí… a pesar de los iPods, la televisión, Netflix, YouTube, etcétera, ‘ir al cine’ siguiera siendo un auténtico placer. Eso sí, el cine de hoy en día es una imagen muy distinta a donde yo vi mi primer filme.
A Drumcree llegaban distintos tipos de espectáculos allá por la década de 1950. Se erigía una carpa, ya fuese en la cancha de pelota, en el campo de Harry Reilly o en la escuela protestante. Aquello era un acontecimiento de alegría y excitación no solo para nosotros, los mocosos, sino también para la población adulta. A veces era teatro u obras como ‘Asesinato en el granero rojo’, un circo con barcas colgantes y números de malabares, u otras veces nos tocaban ‘las películas’.
La entrada costaba seis peniques de los viejos, o un ‘tanner’ para jóvenes como yo. La que más recuerdo fue una serie de una semana de películas de George Formby. George con su ukelele (‘I’m standing at a lamppost…’) se me quedó grabado para siempre. Cuando comparo el cine de Mullingar al que llevé a mis nietos con aquella vieja carpa llena de corrientes de aire en Drumcree, es como un mundo completamente distinto, ¡pero yo sé dónde estaba la magia de verdad!
Mi madre era una ávida lectora y estaba bien informada para la época. Cuando una película excepcional llegaba a Mullingar, ella y sus amigas alquilaban a Kitt Lee para que las llevase al cine. Dos clásicos de esos que recuerdo fueron ‘Lo que el viento se llevó’ y ‘El hombre tranquilo’. Mamá se pasaba la semana siguiente narrándonos la historia de la película a los niños en casa.
Luego, cuando yo tenía unos catorce años, abrió el nuevo cine en Castlepollard. ¡Aleluya! Ahora solo había que pedalear nueve millas en bicicleta para ir a un cine de verdad y disfrutar de todos los complementos que conllevaba. Durante los siguientes años fue una bendición, pues el juego de las citas estaba a punto de comenzar.
‘¿Te gustaría venir al cine?’, se convirtió en el frase de ligue estándar durante los próximos años. Un placaje torpe en los asientos traseros del cine era a la vez esperado y un derecho adquirido. Ahora bien, las reglas del juego aquí eran muy diferentes a las de la mayoría de otros deportes. En el rugby o el fútbol gaélico, por ejemplo, un placaje por lo alto es una falta grave con tarjeta roja; en el cine era al contrario. Solo se permitía el placaje alto, y cualquier cosa por debajo de la clavícula merecía que te echasen del partido.
El cine era otra parte de mi vida que tenía olvidada y me alegra enormemente ver que sobrevive. Aunque acepto que la comodidad y conveniencia de ver una película en casa es innegable, no hay nada que supere el sistema de sonido y el ambiente de la sala.
Te liberas de cualquier distracción que puedas tener en casa, por lo que te centras únicamente en la película. Hay algo en una sala llena de desconocidos reunidos… una especie de aspecto comunitario donde las reacciones de quienes nos rodean ayudan a que todos nos sumerjamos por completo en la historia.
Ahora, después de haberme abierto el apetito, estoy a punto de soltarle la pregunta a la señora YCBS: ‘¿te apetece ir al cine?’
No lo olvides
No es lo que tenemos, sino lo que disfrutamos, lo que constituye nuestra abundancia.
