Nadie en el equipo de Inglaterra posee mayor experiencia en la Copa Mundial que Emily Scarratt.
La centro de 35 abriles, dispuesta para su cuarta campaña, es la única sobreviviente de la última edición del torneo celebrada en Inglaterra.
“Una Copa Mundial en casa es algo colossal”, declaró a inicios de este mes.
“Fui parte de la del 2010. Los tiempos eran muy distintos, pero aquello fue un pequeño atisbo de lo que puede ser un Mundial en casa”.
En aquel entonces, las fases de grupos se disputaron en el Surrey Sports Park. La final tuvo lugar en el Stoop, el feudo nativo de los Harlequins.
“En su momento fue increíble”, añadió Scarratt. “Aumentamos la atención mediática, todo se magnificó. El país se volcó y nunca antes habíamos contado con multitudes semejantes.
“Nunca olvidaré descender del autobús antes de la final de 2010 y escuchar a la gente. Fue probablemente la primera vez que la muchedumbre era tan cuantiosa que podía oírse con claridad.
“Recuerdo que se abrió la puerta del vehículo, nos miramos todos y dijimos: ‘esto es realmente bestial'”.
El público que presenció aquella derrota por 13-10 ante Nueva Zelanda fue de 13.253 espectadores, un récord para un encuentro femenil en aquella época.
Como bien dice Scarratt: quince años después, los tiempos son otros.
El Surrey Sports Park es ahora el lugar de entrenamiento del equipo femenino de los Harlequins, en vez de un escenario para torneos internacionales.
El papel principal del Stoop en el día decisivo de esta Copa Mundial se limitará al aparcamiento y la hospedaje, mientras 82.000 personas confluyen hacia Twickenham desde Chertsey.
Cuando Inglaterra descienda del autobús frente al estadio el viernes, percibirá el peso del afecto y la expectación a su alrededor. Lo notarán mucho antes de que se abran las puertas.
“No creo que nadie de nosotras llegue a comprender el grado de apoyo hasta que estemos inmersas en ello”, afirmó Scarratt.
El guion ha cambiado. Ahora les corresponde a ellas alterar el habitual desenlace de la historia de la Copa Mundial.
